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Capítulo 8. En terreno enemigo

La había obligado a acompañarlo…o algo así. 

El viaje hacia Darkfang fue extenuante. 

Las montañas se volvían más empinadas con cada kilómetro, el aire más denso, más seco. Alina intentaba mantenerse erguida sobre el caballo, ocultando su malestar, pero su cuerpo ya no respondía como antes. No comía bien, dormía poco y su corazón estaba atrapado entre la ansiedad y la desconfianza. La escolta de soldados de Blacknight no era precisamente amable, y Devon, siempre al frente, apenas giraba la

cabeza para verla. 

Hasta que lo hizo. 

Cuando la vio tambalearse ligeramente en la montura, frunció el ceño. Ordenó un alto inmediato, pese a las protestas del comandante. 

—Acamparemos aquí esta noche —dijo con voz tajante. 

—Señor, estamos a tan solo medio día del asentamiento. Si nos apresuramos podríamos… 

—He dicho que nos detenemos —repitió, esta vez con una mirada que heló la sangre de su interlocutor. 

Mientras los soldados armaban las tiendas, Devon se acercó a Alina. No dijo nada al principio. Le ofreció una botella de agua, y ella la tomó con manos temblorosas. 

—Estás pálida —murmuró. 

—Estoy bien —respondió ella, casi como un reflejo. 

Él no replicó. Solo le tendió una capa más gruesa y le indicó que descansara cerca del fuego. Alina sintió una extraña calidez. No en los hombros, sino en el pecho. 

Al día siguiente, llegaron a Darkfang. 

Las cicatrices de la guerra aún eran visibles. Casas quemadas, caminos quebrados, miradas duras y recelosas. Nadie aplaudió su llegada. Pero nadie arrojó piedras, y eso ya era ganancia. 

Devon no se molestó en presentarse. Había aprendido que su presencia hablaba por sí sola: imponía miedo, respeto… o ambas cosas. Pero cuando Alina pidió permiso para hablar ante la multitud, se lo concedió con un leve asentimiento. Quería ver cómo saldría de esa. 

Ella se paró en medio de la plaza. El sol la iluminaba de frente. Y con voz firme, clara como el agua que baja de las montañas, habló. 

—¡Pueblo de Darkfang! —clamó—. Sé que muchos de ustedes me miran con desconfianza. Sé que sus heridas aún sangran y que los escombros a su alrededor les recuerdan cada día el precio de la guerra. Pero no estoy aquí como una enemiga. Ni siquiera como una princesa. Estoy aquí como la prometida del Alfa Devon. 

Un murmullo sacudió a la multitud. Devon alzó levemente la ceja. 

—Él cumplirá el contrato matrimonial entre la manada Blacknight y la manada Moonlight. No por imposición, sino por decisión. Por responsabilidad. Porque ya han pasado quince

años desde que el rencor marcó nuestras vidas y creo, firmemente, que es hora de enterrar las armas y construir algo nuevo. No por olvido. Por futuro. El futuro de todos. 

Una pausa. 

—Yo también he perdido, todos los hemos hecho de un modo y otro . Pero si unimos nuestras manos, si reconstruimos juntos, si dejamos de vernos como enemigos… tal vez, solo tal vez, podamos evitar que la siguiente generación tenga que elegir entre la venganza y la paz. 

Cuando terminó, el silencio reinó por unos segundos eternos. Luego, una mujer mayor dio un paso al frente, y otro hombre detrás de ella. Después, unos jóvenes. No aplaudieron. Pero asintieron. Y ese fue el inicio. 

La reconstrucción comenzó esa misma tarde. 

Alina se ensució las manos como uno más. Ayudaba sin temor a ensuciarse, escuchaba a los ancianos, jugaba con los niños. Devon observaba desde la distancia, los brazos cruzados, la mandíbula tensa. La admiraba. Aunque no lo admitiera. 

Ella no lo hacía para ganar simpatías. Lo hacía porque creía que era lo correcto. Y eso… lo confundía. 

El atardecer los encontró en una de las zonas más devastadas. El olor a ceniza aún impregnaba la tierra. Alina estaba ayudando a otros a apuntalar una viga dentro de una casa a medio caer. Devon se quedó observando desde la puerta, los ojos siguiendo cada uno de sus movimientos. 

Y entonces, lo vio. 

Una roca del tamaño de una rueda de carro, suspendida en un techo débil. El crujido fue casi imperceptible, pero él lo oyó. Vio la grieta abrirse, la piedra ceder. 

Y a Alina justo debajo. 

Sin pensar, corrió. 

Le rodeó la cintura en un solo movimiento y se giró para que su cuerpo cubriera el suyo. El golpe fue seco, brutal. La roca se estrelló contra su espalda, arrancándole el aire del pecho. 

—¡Devon! —gritó Alina, girándose entre sus brazos. 

Él no respondió. Solo se incorporó lentamente, con la cara contraída de dolor, respirando con dificultad. 

—Ten cuidado —murmuró, apenas audible.

Y se marchó. Como si nada hubiera pasado. 

Dos días después, regresaron a Blacknight. 

El clima cambió, pero no solo el del cielo. Entre ellos algo había virado. Lo que antes era tensión ahora era silencio. No incómodo. No exactamente. Era como si ambos supieran que algo estaba gestándose… pero no querían nombrarlo. 

Devon no hablaba más de lo necesario. Alina tampoco. Pero en las noches, él encontraba su mente volviendo a esa piedra, a esa cintura que aún sentía bajo sus brazos, a esa voz que lo llamó por su nombre con verdadero miedo. 

Había algo nuevo en su pecho. Algo más molesto que el dolor de la herida. Y más peligroso también. 

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