El sol caía como un río de oro sobre las montañas, tiñendo el claro de destellos cálidos. Allí corrían Alina y Marianne, sus risas rebotando entre los pinos como campanas. Eran gemelas idénticas, inseparables… aunque Alina había nacido unos minutos después, siempre con esa chispa distinta en los ojos, un corazón marcado por la rebeldía.
—Mi compañero tendrá los ojos como el cielo antes de la tormenta —dijo Alina, con un brillo travieso en la mirada. —El mío será sabio —replicó Marianne, acariciando mentalmente el lomo de su loba gris—. Querrá paz, no guerra. Soñaban. Esa mañana, después del entrenamiento en las cumbres del norte, se sentían invencibles. El mundo les parecía vasto y lleno de promesas. Hasta que un grito quebró la ilusión. Un mensajero apareció corriendo, sudoroso, con la voz hecha trizas: —El Alfa Magnus la requiere, princesa Marianne. Es urgente. El corazón de Alina se encogió. El brillo en los ojos de su hermana se apagó de golpe. Como arrastrada por un presentimiento oscuro, decidió seguirla. Se escabulló tras la tienda principal, con el pulso desbocado, y escuchó lo que nunca debió oír. Dentro, las voces graves de su padre y su abuelo se mezclaban con el peso de siglos. —El Alfa Devon Blacknight ha reconquistado el territorio de los Darkfang —informó Magnus, la voz firme pero cargada de preocupación—. Capturó y mató a Adriel. Y solo hay una forma de detenerlo. Alina contuvo el aliento. —Hace quince años —confesó su abuelo, con voz quebrada— cometimos un error. Traicionamos la alianza con los Blacknight, cegados por las mentiras de los Darkfang. Abandoné a mi mejor amigo… y Devon nunca lo olvidó. Pero su abuela, Matilda, ha convencido a su nieto de honrar el antiguo pacto: un matrimonio entre nuestras familias, para sellar la paz. —¿Matrimonio? —la voz de Marianne tembló como cristal a punto de romperse. —Matilda Blacknight nos da una salida, hija —dijo Magnus, tratando de sonar firme. —¿Una salida? —Marianne retrocedió un paso, pálida—. ¡Me piden que me case con un lobo salvaje que quiere destruirnos! —Es la única forma de salvar a nuestra gente —sentenció Magnus, con dolor en cada sílaba. Marianne cayó de rodillas, como si el mundo se derrumbara bajo sus pies. Detrás de la lona, Alina sintió que algo se desgarraba dentro de ella. Horas después, Alina entró en la tienda de su hermana con una bandeja de comida. Marianne la abrazó con desesperación, los sollozos enterrados en su hombro. —Ayúdame… —susurró, la voz rota—. No quiero morir en ese matrimonio. —Debe haber otra forma —dijo Alina, impotente. Marianne la miró entonces con un brillo extraño en los ojos, como si hubiera tomado una decisión. —Quizá la haya… —respondió en un susurro enigmático, y se despidió alegando cansancio. Esa misma noche, bajo la luna llena, Marianne huyó. El amanecer trajo un grito que desgarró el campamento: —¡La princesa ha desaparecido! El caos se desató. Los guerreros corrían sin rumbo, los ancianos lloraban. El abuelo enfermó del susto, y Magnus, el Alfa, caminaba con el rostro deshecho, consciente del desastre. Alina observó a su gente: los niños riendo sin saber lo que se avecinaba, las madres protegiendo a sus bebés, los guerreros agotados de derramar sangre en una guerra interminable. Y supo lo que debía hacer. —Yo me casaré —dijo. El silencio cayó como una losa. Magnus la miró incrédulo, mientras su hermano menor rompía en llanto. —¡No puedes, Ali! Ella lo estrechó en un abrazo, con ternura y determinación. —Alguien debe ser valiente. Prefiero sacrificarme yo… antes que ver destruido todo lo que amamos. Esa mañana, la vistieron con un vestido blanco bordado con símbolos de paz. Besó la frente de su abuelo, abrazó a su padre, acarició el cabello de su hermano. Y subió al carruaje, con el estandarte Moonlight ondeando al viento. Las lágrimas se deslizaron por su rostro, pero su mirada permanecía firme. A su lado, el miedo se sentó como un pasajero silencioso. ¿Cómo mirar a los ojos al lobo que la odiaba sin conocerla? ¿Cómo dormir junto al Alfa que llevaba la venganza grabada en la sangre? La luna, testigo eterna de los lobos, la acompañó en el camino. Y, más allá de la frontera, la esperaba un destino cruel: un Alfa que aún no sabía que aquella muchacha Moonlight no llegaba para rendirse… sino para encender la chispa de una confrontación aún mayor.