Unos días antes…
El eco de las botas de Devon retumbaba como un reloj de arena al revés. «Clack. Clack. Clack.» Cada paso que lo acercaba al centro de la celda subterránea era un latido menos en el pecho de Adriel, el Alfa Darkfang. La luz temblorosa de las antorchas proyectaba sombras que parecían cobrar vida, y el olor a sangre seca, óxido y humedad se adhería a la piel como una maldición. Frente a él, encadenado al potro de tortura, Adriel apenas podía sostener la cabeza. La sangre le surcaba el cuerpo desnudo en delgadas corrientes, y su respiración sonaba como el vidrio resquebrajándose. —Quince años… —murmuró Devon, su voz grave como un trueno contenido—. Quince años esperando este momento —dijo, su voz una mezcla de odio y placer. Le sujetó un mechón de cabello empapado en sudor y sangre, obligándolo a alzar la mirada, con rudeza. —Tú falsificaste las pruebas que hicieron que los Moonlight dudaran de nosotros. Tú sembraste la desconfianza. Tú planteaste la semilla del mal, fuiste el responsable de la masacre. Y finalmente estás aquí a mi merced. Adriel dejó escapar una risa rota. Le faltaban dientes, pero no arrogancia, a pesar de la situación en la que se encontraba. —¿Y qué, Devon? ¿Acaso vas a matarme? —su mirada chisporroteó con veneno—. ¿Crees que eso traerá de vuelta a tu pobre abuelo? ¿A tu padre, que chilló como un cerdo cuando lo asesiné? ¿A esa hermanita tan linda tuya que apuñalé una y otra vez mientras aún respiraba? —se relamió con placer—. La recuerdo… tan bonita, tan frágil. Aún puedo sentir su sangre ardiente entre mis manos mientras la vida abandonaba su cuerpo. El lobo en Devon se estremeció dentro de él. Un aullido frío, salvaje, implacable. Sin pronunciar una palabra, el Alfa Blacknight tomó el hierro de marcar al rojo vivo y lo estampó contra el pecho de Adriel. El chillido que brotó fue tan agudo que pareció astillar el aire. El hedor a carne quemada ahogó todos los demás olores. —Yo también lo recuerdo —dijo Devon, presionando más fuerte—. Pero ahora tú lo llevarás marcadoba fuego en tu maldita piel. Luego la tortura siguió. Devon tomó un látigo y lo azotó contra su piel hasta que solo se veía la carne abierta, luego tomó una daga y lo cortó…Incluso abrió su escroto y extrajo sus testículos mientras Adriel gritaba hasta quedarse sin voz. Quizá era sangriento y cruel, pero no sé trataba de placer sádico sino de justicia. Por cada grito, un recuerdo: Su padre cayendo con un hachazo en el cuello mientras intentaba cubrir a su madre. Su abuelo desplomándose con la garganta abierta. Su hermana, arrastrada de los cabellos, el cuchillo hundiéndose en su pecho. Y él… escondido en la habitación secreta, viendo todo a través de un agujero, con la mano huesuda de su abuela aplastando su boca hasta casi romperle los huesos para que no gritara. El silencio fue su cárcel durante años. Pero ahora era el momento de romperlo. Cuando Adriel dejó de moverse, Devon soltó la daga. El arma cayó al suelo con un clang húmedo. Se limpió la sangre del rostro, sintiendo únicamente un hueco helado en el pecho. —Esto fue solo el principio —susurró—. Los Moonlight son los siguientes. La lluvia lo recibió al salir de la celda, fría y constante. Levantó el rostro al cielo, dejando que el agua se mezclara con la sangre. A lo lejos, las luces de la manada Moonlight parpadeaban como luciérnagas, ajenas a que la muerte ya marchaba hacia ellas. Entonces la vio. En lo alto de una colina, una mujer desnuda lo observaba bajo la luz de la luna. El cabello plateado le caía por la espalda como un río líquido. Su postura no era de ataque, sino de desafío silencioso. Él no sabía su nombre. No sabía qué papel jugaba en todo esto. Pero no era la primera vez que la veía. No importaba. Pues muy pronto… ya sería demasiado tarde para ella y todos los Moonlight.