"Marcada por la traición, impulsada por la venganza." Durante tres años, Odette ha sido la luna de la manada Sombra, soñando con el día en que pueda darle un heredero al alfa Ragnar. Pero el destino le ha sido cruel: uno a uno, sus bebés no logran sobrevivir, y con cada pérdida, su esperanza se marchita. Y cuando Ragnar anuncia que pedirá la anulación de su unión, Odette queda devastada. Desesperada por recuperar al hombre que ama, descubre una verdad que la destroza aún más: Ragnar le ha sido infiel con su propia madrastra. —Estás seca, Odette. ¡No sirves como mujer! Relegada de su puesto y consumida por el dolor, decide que no será una víctima más. Y ahora, su venganza será tan feroz como el fuego que arde en su interior. Y para recuperar lo que le pertenece, hace un pacto con el temido Alfa Zayden, un lobo tan poderoso como maldito. Odette piensa que el trato será simple: una porción de su territorio a cambio de su ayuda. Lo que no imagina es que el alfa de ojos azules no quiere tierras, él quiere algo más valioso: un heredero. Y así es como se encontrará firmando: un contrato de apareamiento.
Ler maisC1- NACIÓ MUERTO.
—¡Ya viene, Luna, ya viene! —dijo la sanadora—. El cachorro ya pronto estará en tus brazos. ¡Puja, puja con todas tus fuerzas!
Odette obedeció. Su cuerpo, tembloroso y empapado en sudor, jadeaba mientras otra ola de dolor la atravesaba. Apretó los dientes, sus manos se aferraron con fuerza a las sábanas empapadas y dejó que su cuerpo se desgarrara desde dentro. De repente, llegó el alivio. Y con él, un vacío abrumador.
—Ya está —anunció la sanadora. Pero su tono no era de triunfo, sino de tristeza.
Odette levantó la mirada, con los labios temblorosos.
—No escucho llanto. No escucho nada. ¿Cómo está? —preguntó, apenas sosteniendo sus palabras—. ¿Por qué no llora? ¡¿Por qué no lo escucho?!La sanadora no respondió al instante. Miró al pequeño cuerpo inerte en sus brazos y luego a ella. Sus ojos lo dijeron todo antes de que hablara.
—Fue un niño, Luna... pero... nació muerto.
Odette parpadeó, como si no pudiera procesar las palabras.
—No... —susurró, su voz quebrándose—. No puede haber nacido muerto. ¡No puede!No era la primera vez. Tres veces. Tres veces había sentido la vida crecer dentro de ella, solo para ser arrebatada por un destino cruel. Tres veces había visto la esperanza convertirse en cenizas.
—Lo siento, Luna —dijo la sanadora, con un tono quebrado—. Es el destino de la Diosa.
—¡¿El destino de la Diosa?! —gritó Odette, su voz estallando en la habitación como un trueno cargado de furia y dolor—. ¡Malditos sean los dioses! ¡Malditos sean por quitarme lo que más deseo! ¡Malditos sean por arrancarme a mis hijos una y otra vez!
—¡No diga eso! —exclamó otra sanadora más joven, llevándose una mano a la boca, horrorizada—. ¡Los dioses se enojarán!
Pero Odette no la escuchó.
No podía. Ella solo podía llorar, desconsolada, mientras el vacío en su pecho crecía como un agujero negro. Entonces, la puerta se abrió de golpe.Era Ragnar, el Alfa de la Manada Oscura y su compañero, el hombre que amaba más que a su propia vida.
El poderoso lobo entró con pasos firmes. Sus ojos fríos y calculadores se posaron brevemente en Odette antes de dirigirse a la sanadora.
—Déjame verlo —ordenó.
La sanadora le entregó el pequeño cuerpo. Ragnar lo tomó con cuidado, pero en cuanto lo vio, la leve sonrisa que había comenzado a formarse en sus labios desapareció.
—Lo siento, Alfa... este... también nació muerto.
El Alfa cerró los ojos un instante, como si intentara contener algo dentro de sí. Luego los abrió y su mirada se clavó en Odette. Ella lo miró, con lágrimas corriendo por sus mejillas, buscando en él consuelo, palabras de aliento. Sabía que él sentía esta pérdida tanto como ella.
O eso quería creer.—Entiérrenlo —ordenó—. Junto a sus dos hermanos.
Las palabras la atravesaron como una lanza.
Recordó a los otros. Los cachorros que nunca llegó a sostener en sus brazos. Los que nunca lloraron. Y esto solo hizo que su dolor se intensificara, ahogándola, mientras las sanadoras envolvían al bebé y salían de la habitación, dejándolos solos.—Lo lograremos la próxima vez, mi amor —dijo entre sollozos, aferrándose a una esperanza que ya se sentía frágil como el cristal—. La próxima vez...
—No habrá una próxima vez —la interrumpió Ragnar, y la frialdad en su tono hizo que el aire en la habitación se volviera pesado.
Odette lo miró, desconcertada, con el corazón latiendo con fuerza.
—¿Qué? —preguntó con un hilo de voz—. ¿Qué quieres decir? No… no sé por qué este también murió —trató de explicarse—. Hice todo lo que me dijeron. Guardé reposo, seguí las indicaciones del sanador... pero el resultado fue el mismo. —Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, intentando mantener la calma—. Podríamos buscar otras opiniones, quizás la medicina de la manada...—No habrá una próxima vez, Odette —Ragnar levantó una mano, cortándola en seco—. Porque ya he tomado una decisión.
Un nudo se formó en su estómago, apretándola, ahogándola. Lo miró, esperando que dijera algo más. Algo que no fuera... eso.
—La manada necesita un heredero —continuó él—. Y tú no puedes dármelo. Así que voy a anular nuestra unión ante el consejo.
El aire abandonó sus pulmones. No podía respirar. No podía pensar.
—¡¿Qué?! No, no puedes... tú y yo... —balbuceó, con las palabras atascándose en su garganta.
—Necesito una hembra fértil —dijo Ragnar, sin mirarla, sin importarle lo que sus palabras le hacían—. Alguien que pueda darme hijos. No una loba defectuosa y marchita.
Defectuosa.
Marchita.Esas palabras resonaron en su cabeza, una y otra vez, como un eco que no se detenía. Sus labios temblaron, pero no pudo responder. No había nada que decir. Nada que pudiera cambiar lo que estaba pasando.
—En dos días —continuó Ragnar—, nos presentaremos ante el consejo para hacer oficial nuestra separación.
—No —susurró Odette, negando con la cabeza—. No, Ragnar, por favor...
Pero él ya no la escuchaba. Ya no le importaba. Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Sin embargo, Odette, tambaleándose, intentó levantarse.
Lo amaba. Eran compañeros destinados. No podía permitir que la dejara. Sus piernas temblaban y su cuerpo no respondía, pero aun así lo intentó.—¡Ragnar! —gritó.
Pero la puerta ya se cerraba tras él. Y ella se quedó allí, con las manos vacías, el corazón destrozado y la sangre fluyendo de su cuerpo.
Rota. Sola. Abandonada.C297- UN PADRE, UN COMPAÑERO Y UN REY.El aire era espeso, pero Drakos solo sentía una cosa.La conexión.Esa corriente invisible que unía su alma a la de Ashley… y lo guiaba como una brújula viva. Sus pasos eran torpes y su cuerpo al borde del colapso, pero su voluntad ardía como una antorcha. Cuando llegó, golpeó la puerta con fuerza, una, dos veces, hasta que la cerradura cedió con un chasquido seco.El metal se partió y la puerta se abrió de golpe.Ashley se sobresaltó, encogida en una esquina de su celda, se puso pálida creyendo que era otro guardia. Pero cuando lo vio, el alma le volvió al cuerpo.—Drakos…La palabra escapó de sus labios como un suspiro contenido y corrió hacia él. Y Drakos la atrapó entre sus brazos, apretándola contra su pecho.—¿Estás bien? —jadeó—. ¿El bebé…?Ashley asintió entre lágrimas.—Está bien, pero… tu…Drakos bajó la mirada y apoyó una mano sobre su vientre y lo sintió moverse.—Lo siento… por todo.Ashley negó y lo abrazó más fuerte y por un segund
C296- ARRANCARLE EL CORAZÓN.La habitación de Eleonora era un santuario de poder y placer. Paredes cubiertas con telas rojas como sangre seca, trofeos de criaturas caídas y en el centro, la cama donde la reina descansaba como una deidad impía.Estaba reclinada, con una copa de vino oscuro entre los dedos. A su lado, un esclavo encadenado le masajeaba los hombros con manos temblorosas. Y otro, más joven, le acariciaba la pierna desnuda con devoción.Eleonora sonrió sin mirar a ninguno. Sus ojos estaban perdidos en un punto cualquiera, pero su mente, seguía despierta y afilada.—Pronto, Drakos vendrá por su loba... —susurró, y sus labios se curvaron—. Y entregará lo último que le queda… su reinado.Pero el sonido de pasos apresurados interrumpió su momento. Un sirviente entró corriendo, temblando desde las pestañas.—¡Mi reina! ¡El castillo está… bajo ataque!Eleonora no se movió al principio, solo lo miró, ladeando la cabeza.—¿Qué?—S-son… dragones… de hielo, mi reina. ¡Nos atacan!Y
C295-ALIANZA FAMILIAR.El fuego aún ardía en el interior de Drakos. Pero ya no era el de su llama vital, sino uno más crudo, salvaje: la desesperación.—No hay tiempo —murmuró, tambaleándose dentro de la cabaña del chamán—. El parto está cerca. Si la luna llega y Ashley sigue en manos de Eleonora…Golpeó la pared de piedra con el puño; la rabia le nublaba el juicio.Ashley estaba viva. Su hijo estaba vivo. Pero no por mucho si no hacía algo ahora.Caminó con esfuerzo hacia el exterior, y el chamán lo siguió con la mirada, en silencio. Levantó el rostro al cielo e inspiró profundo, cerró los ojos… y abrió la boca.Un rugido surgió desde el fondo de su pecho.Un llamado antiguo.Uno que solo los de su estirpe podían emitir. Un canto que viajaba entre planos. Era el llamado a Kaelior: su primo.Un dragón de hielo, tan poderoso como arrogante. Hermano de guerra, compañero de infancia… y traidor.Kaelior jamás perdonó la muerte de su padre.Un alto señor del clan de hielo, asesinado en una
C294- FUEGO, DOLOR Y SACRIFICIO.El chamán terminó de trazar el círculo de ceniza en el suelo y luego se giró hacia Drakos.—Para sellar el ritual, debemos ir al lago. Allí… donde nació tu fuego.Drakos asintió sin dudar. Dio un paso hacia la salida, pero una mano temblorosa lo sujetó del brazo.—No lo hagas —susurró Ashley, mirándolo con desesperación—. Todavía puedes cambiar de opinión. Podemos buscar otra forma… debe haber otra forma.Él se volvió hacia ella y en sus ojos no había miedo, solo decisión.—Voy a estar bien —dijo con una sonrisa tranquila—. Confía en mí, loba.Ella parpadeó, pero, igual una lágrima se deslizó por su mejilla. No insistió, solo lo soltó… aunque en su interior sentía que lo perdía.El camino al lago fue corto y cada paso intensificaba el miedo de Ashley. La grieta en la tierra aparecía como una herida abierta, y dentro… el lago de lava sagrada.La superficie ardía sin consumir, como si el fuego mismo respirara. El chamán se adelantó y extendió la mano, se
C293- SU ESENCIA.―¿Embarazada?Eleonora permaneció inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor, pero sus ojos, brillaban con una furia contenida. Ella, la hija de un dragón de alto rango, la guerrera más temida de su clan no podía permitir tal insulto.No era amor lo que la unía a Drakos, pero sí ambición.Ser reina no era un deseo, era su destino, y nadie, mucho menos un bastardo y una loba insignificante, iba a arrebatárselo.El sirviente dio un paso atrás, sintiendo cómo el aire a su alrededor se llenaba de calor. Eleonora no estaba simplemente enfadada; estaba al borde de desatar su poder.—¿Cree que puede humillarme así? —susurró —. ¿Sembrar su semilla en otra… y que yo lo tolere?El espía tragó saliva, dudando si debía hablar. Pero sabía que el silencio también podía costarle caro.—¿Qué harás, mi señora? —se atrevió a preguntar —. Si lo desafías, el Consejo de Dragones…—¡Silencio! —lo interrumpió Eleonora, girándose hacia él con una mirada furiosa. —Yo, no c
C292- TRES CUCHARADAS Y TE BESO. Ashley miró el cuenco con desconfianza, frunciendo la nariz como si lo que tenía delante pudiera morderla. Era un líquido espeso, de un azul profundo con destellos iridiscentes, que se arremolinaba lentamente como si tuviera vida propia. —¿Esto es... una poción o moco de sirena? —preguntó con una ceja en alto, sin tocarlo. Drakos, recostado en la silla con una pierna cruzada sobre la otra, ni se inmutó. —Jalea de flor nocturna. Rica en calcio y magia. Fortalece los huesos, el corazón... y el carácter. —¿Y no tenían algo menos viscoso en la cocina? —replicó ella, sacudiendo la cuchara como si pudiera espantar el contenido—. No sé, un pastelito de luna o al menos una manzana. Drakos ladeó la cabeza, divertido. —Mañana puedes elegir. Pero hoy... toca jalea. Ashley soltó un suspiro exasperado y empujó el cuenco hacia él con teatralidad. —Cómelo tú, entonces. Él se inclinó, apoyando los codos sobre la mesa y acortó la distancia entre sus rostros
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