Capítulo 3. El pacto

La noche lo envolvía.

El bosque susurraba entre sombras y luna, y el aire estaba impregnado de un aroma que despertaba algo salvaje en su interior. Devon corría en silencio, su lobo de manto oscuro como la noche, los músculos tensos, el corazón latiendo al ritmo de la caza.

Delante de él, una figura femenina huía descalza. Su cabello blanco brillaba como plata líquida bajo la luz, su piel desnuda relucía entre los árboles, un destello imposible de ignorar. Cada vez que miraba hacia atrás, sus ojos no mostraban miedo, sino un desafío que lo encendía más.

El instinto lo dominaba. El deseo se mezclaba con la necesidad de reclamarla.

Un gruñido bajo escapó de su garganta. Ella aceleró, pero él era más rápido.

En un salto, la acorraló contra un tronco cubierto de musgo. El cambio de forma fue instantáneo: huesos que crujían, músculos reajustándose, piel reemplazando el pelaje. Ahora era hombre… un hombre con la respiración agitada y los ojos ardiendo.

Ella temblaba, pero no retrocedía.

Devon atrapó su rostro y sus labios se encontraron en un beso hambriento. La presión de su cuerpo contra el de ella, hizo que el estallido de algo primitivo lo envolviera…

Tomó sus muslos desnudos, los abrió y sin dilaciones la penetró, ella estaba estrecha y él gruñó de placer mientras la embestía una y otra vez. Sentía las uñas de ella clavadas en sus hombros pero no le importó y mordió su cuello fuerte, hasta que sintió su protesta y los espasmos de su canal íntimo femenino que apretaron su miembro hasta que explotó en un clímax demoledor que lo drenó por completo y lo dejó temblando…

Lamentablemente la realidad se impuso, y un ruido insistente lo arrancó de golpe de su sueño.

Eran golpes en la puerta.

—Alfa —era la voz grave de Carl, su Omega—. Tenemos intrusos en la frontera.

El sudor le perlaba la frente. Su respiración aún era acelerada. La imagen de la mujer del sueño se negaba a desaparecer.

Pero al abrir la puerta y escuchar el reporte completo, la bestia en él cambió de hambre… a cacería.

Los soldados que escoltaban a Alina comenzaron a moverse con nerviosismo. Un escalofrío les recorrió la espalda. El aire se volvió más denso, más silencioso… más letal.

—Alto —ordenó uno de los comandantes, mano en la espada.

El murmullo de los árboles se extinguió justo antes de que un silbido cortara el aire. Flechas surgieron de la espesura. La emboscada fue rápida, precisa, como si la hubieran ensayado cientos de veces. Los soldados formaron un círculo protector alrededor de Alina y sus sirvientes, escudos y magia al límite.

—¡Retrocedan! ¡Formación cerrada! —gritó uno de los guardias.

Y entonces, la sombra se hizo presente.

Entre las ramas, apareció él. Devon.

Su sola presencia helaba la sangre. Alto, de espalda ancha, ojos fríos como hielo afilado. Vestía ropas negras de guerra y parecía que incluso el viento retrocedía para abrirle paso.

Alina tragó saliva. Era más joven de lo que imaginaba… y mucho más aterrador.

No había piedad en su mirada. Ni curiosidad. Solo juicio. Solo amenaza.

Se acercó, acortando la distancia hasta quedar a pocos metros.

Alina mantuvo la compostura y sacó un pergamino sellado.

—Hola, Rey Alfa —su voz era clara pero controlada—. Soy Alina, princesa heredera de la manada Moonlight. Mi abuelo y el tuyo pactaron un acuerdo hace quince años. Este es el certificado de matrimonio.

Devon no miró el papel.

—Vete —ordenó, cortante.—No me casaré contigo —añadió—. Mataré a tu abuelo por la traición de hace quince años. Y tu manada… dejará de existir.

Alina sintió un vacío en el pecho, pero no retrocedió.

—No lo harás. Y no puedes.

Él arqueó una ceja. En un parpadeo, ya estaba a su lado. El filo de un cuchillo frío como su mirada se apoyó en su cuello.

—¿Quieres ver si puedo?

El temblor de su cuerpo fue involuntario, pero levantó el mentón.

—Tengo una carta de tu abuela Matilda, para hacer cumplir el pacto de nuestras manadas. Sé que acabaste con el rey Alfa Adriel, y que enfrentas rebelión en territorio Darkfang recién anexado. Yo puedo ayudarte.

Un murmullo tenso recorrió a los soldados. Carl, su Omega de confianza, habló:

—Está en lo cierto, Alfa… los Darkfang no aceptan la ocupación. Son civiles, no podemos atacar sin romper pactos. Quizás deberíamos escucharla.

Devon gruñó.

—Pactos de no agresión… que ellos rompieron hace quince años.

Sus ojos atravesaron a Alina como cuchillas. Pero entonces, una voz conocida invadió su mente. Su abuela, con un débil pero preciso mensaje telepático.

“Cumple el pacto, nieto. Por tu abuelo. Por tu padre. Déjala entrar, por favor, me lo prometiste.”

Con la mandíbula tensa, bajó el cuchillo y la tomó del brazo. Su tacto fue firme… y extrañamente familiar, como si ya la hubiese tocado antes. Una chispa ardió en su memoria.

No.

No podía ser.

Ellos no se conocían de antes…

—Lo haré —dijo, casi entre dientes con un gruñido—. Pero si me traicionas, princesa Moonlight, no dejaré cuello sin cortar. Incluso ese bonito tuyo que tienes.

—Lo entiendo.

—Déjenlos entrar.

Mientras la escolta avanzaba bajo la atenta mirada de los Blacknight, entre las sombras, una figura femenina los observaba. Sus labios formaban una línea de odio puro.

—Esa Moonlight no merece ser reina. Devon será mío… aunque tenga que enterrarla tres metros bajo tierra.

El séptimo día en la manada Blacknight amaneció con la misma tensión que lo había marcado todo desde la llegada de Alina. El viento traía el murmullo de los árboles, pero también el de los juicios. Alina caminó entre senderos solitarios, con la cabeza en alto y el corazón agotado. A pesar de las condiciones deplorables en las que la habían obligado a vivir, se mantenía serena. Los sirvientes y seguidores que habían llegado con ella, aislados, hambrientos y vigilados, recibían su fortaleza como única guía en ese lugar alejado donde los habían alojado.

Pero no era fácil, sin alimentos casi, aislados y bajo el escrutinio de los miembros de la manada Blacknight que los miraban recelosos.

—No bajen la guardia —les había dicho esa mañana—. No sabemos de qué son capaces aún. Lo único claro es que nos odian.

Había enviado a tres de los suyos a investigar en secreto las estructuras internas de la

manada. Necesitaba un plan. Si quería mantener viva a su gente, debía lograr una única cosa: que el Alfa Devon aceptara casarse con ella.

No era amor lo que buscaba. Era supervivencia. Pero no solo para ella, también para los suyos.

Ese día salió sola, fingiendo un paseo casual. Caminó por el borde del jardín oeste, cerca del lago, con la sensación constante de estar siendo observada. Agudizó el oído, disimulando. Cuando giró por el sendero cubierto de flores marchitas, detuvo sus pasos de golpe.

—¿Piensas seguirme todo el día o vas a decir algo? —preguntó con voz tranquila.

De entre los árboles surgió una bella mujer, impecable, con esa sonrisa que no tocaba sus ojos.

—Vaya. Tienes buen olfato para una loba traidora —dijo con sarcasmo.

—¿Y tú? Buena actriz para alguien tan desesperada —respondió a pesar del miedo Alina pues podía sentir en sus venas las intenciones de la joven mujer, no sabía cómo explicarlo pero ella tenía esa clase de sexto sentido o intuiciones. Podía leer a la gente y esa mujer destilaba odio, podía sentirlo en sus venas.

Soriana dio unos pasos al frente, sin perder la compostura.

—Deberías marcharte, Moonlight. Este lugar no es para ti. Devon y yo... crecimos juntos. Mis padres murieron por la guerra que tus ancestros no hicieron nada por evitar. Su madre me crió como hija. ¿De verdad crees que él te elegirá por sobre mí?

Alina la observó con atención, midiendo cada palabra. Y levantó su barbilla con firmeza a pesar de sentir un escalofrío recorriéndola.

—Ya sé quién eres. Eres la que se aferra a Devon todos los días. Pues déjame decirte que si él hubiera querido casarse contigo, ya lo habría hecho hace mucho tiempo.

La sonrisa de Soriana se borró en un segundo. En su lugar, apareció una expresión torcida por la furia. Sin previo aviso, sacó un puñal e iba a asestar con fuerza su estocada mortal...

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