Capítulo 3. El pacto

Flashback

Quince años antes... 

La sala del trono de la manada Moonlight estaba bañada por la tenue luz azulada que entraba por los vitrales. Era una noche de luna llena, y no por casualidad. Esa fecha había sido elegida con precisión. Con propósito. Con historia. 

Los dos alfas más poderosos de su tiempo se sentaban frente a frente, separados solo por una mesa de roble milenario tallada con los símbolos de sus manadas. 

A la izquierda, Caelum Blacknigh sr., un alfa de voz grave y mirada serena, con el cabello recogido y una túnica negra adornada con runas antiguas. Había gobernado la manada con sabiduría y mano firme, guiando a su pueblo a través de décadas de guerras, pérdidas y reconstrucción. Tenía la postura de un estratega y la mirada de un hombre que veía más allá del presente. 

A su derecha, Maaximus Moonlight, un hombre de risa fácil pero mirada aguda, con una melena plateada como la luz lunar que le daba nombre a su linaje. Su poder no era menor, pero prefería la diplomacia a la confrontación. El vínculo entre ellos no era solo político: eran amigos. Hermanos de sangre por elección, no por nacimiento. 

Caelum rompió el silencio. 

—No podemos ignorar los tiempos que se avecinan, Maaximus. Las manadas menores comienzan a cuestionar el equilibrio. Las alianzas se quiebran, los jóvenes quieren guerras que no entienden. Si dejamos esto al azar, el caos vendrá por nosotros. 

Maaximus asintió, acariciando la copa de vino entre sus dedos. 

—Lo sé. Por eso acepté esta reunión. La historia nos observa, viejo amigo. No podemos dejarle al futuro un legado de fragmentación. 

Los dos hombres se miraron, en completo entendimiento. Ninguno deseaba entregar a su descendencia una vida de guerra. Y ambos sabían que un pacto era más fuerte que una promesa. Necesitaban algo que los uniera para siempre. 

—Mi nieta —dijo Maaximus—. Nació bajo la bendición de Lira, la luna de plata. Es fuerte. Inteligente. Tiene el corazón de un alfa. Pero también la compasión de su madre, que en paz descanse. 

Caelum asintió con respeto. 

—Mi nieto Devon. Nació durante el eclipse. Hay oscuridad en él, sí, pero también equilibrio. Tiene el temple de un rey. Y la voluntad de un guerrero. 

Un silencio solemne se extendió. 

Luego, Caelum se puso de pie y sacó de su túnica una daga con empuñadura de obsidiana. La colocó sobre la mesa.

—Entonces sellemos el pacto. Que nuestros linajes se unan no solo por necesidad, sino por legado. Que esta unión traiga paz, poder... y protección mutua. 

Maaximus tomó la daga sin vacilar. Se cortó la palma de la mano, dejando caer unas gotas de sangre sobre un pergamino. Luego se la ofreció a Caelum, quien repitió el gesto. El documento absorbió la sangre, como si fuera parte del ritual. 

—Por la luna y el lobo. Por los ancestros y los herederos —pronunció Caelum. —Por la manada y por la sangre —respondió Maaximus. 

Ambos firmaron, sellando el acuerdo con sus nombres y marcas de alfa. 

El pacto fue anunciado esa misma noche. Las manadas celebraron con vino, música y fuego. Se creía que aquella alianza era el inicio de una era dorada. Un símbolo de equilibrio. Devon y Alina serían prometidos desde entonces, y el futuro de ambas manadas se proyectaba en ellos como dos soles destinados a unificarse. 

Pero las cosas no salieron como esperaban. 

En el presente… 

Dos días después, las carretas cruzaron el último tramo de bosque, hasta que los altos árboles dejaron ver una línea invisible que separaba las tierras de la manada Moonlight de la frontera con la temida Blacknight. 

Los soldados que escoltaban a Alina comenzaron a moverse con nerviosismo. Un escalofrío les recorrió la espalda. El aire cambió. Era más denso, más silencioso, más... letal. 

—Alto —ordenó uno de los comandantes, llevando la mano a su espada. 

El murmullo de los árboles cesó cuando un silbido rompió el silencio. Flechas silbaron desde la espesura. La emboscada fue rápida. Precisa. Como una coreografía ensayada cientos de veces. Los soldados formaron un círculo alrededor de Alina y sus sirvientes, protegiéndolos con sus cuerpos, escudos y magia limitada. 

—¡Retrocedan! ¡¡Formación cerrada!! —gritó uno de los guardias. 

Pero entonces, la sombra se hizo presente. Entre las ramas, apareció él. El Alfa Devon. 

El rumor de su nombre bastaba para helar la sangre. Alto, de espalda ancha y ojos como témpanos. Azules como zafiros. Fríos. Inhumanos. Vestía ropas negras de guerra y su presencia era tan imponente que parecía hacer retroceder incluso al viento.

Alina lo miró, tragando saliva. Era más joven de lo que había imaginado. Y más aterrador. No había ni una pizca de piedad en su mirada. Ninguna curiosidad. Ningún respeto. Solo juicio. Solo recelo. 

Se acercó un paso, y luego otro, hasta que la distancia entre ellos se redujo a unos metros. 

Alina respiró hondo, sus manos temblaban ligeramente, pero logró mantener la compostura. Sacó de entre su túnica el pergamino sellado. 

—Hola, Rey Alfa —dijo con la voz clara pero controlada—. Soy Alina, princesa heredera de la manada Moonlight. Mi abuelo, y el tuyo, pactaron un acuerdo hace quince años. Un compromiso entre nuestras familias. Este es el certificado de matrimonio. 

Devon no se movió. 

Ni siquiera miró el papel. 

Su voz fue tan cortante como el aire antes de una tormenta. 

—Vete. 

Alina frunció el ceño, confundida. 

—No me casaré contigo —añadió Devon—. En cambio, mataré a tu abuelo. Por la traición de hace quince años. Y tu manada... ya no será tuya. 

Alina sintió un vacío en el pecho, pero no retrocedió. 

—No lo harás. Y no puedes —declaró con firmeza. 

Fue una mala elección de palabras. 

Devon arqueó una ceja. Una sonrisa peligrosa apareció en sus labios. Antes de que uno de los soldados pudiera reaccionar, ya estaba a su lado. El filo de un cuchillo se apoyó en el cuello de Alina, helado como sus ojos. 

—¿Quieres ver si puedo? —murmuró en su oído. 

El temblor de su cuerpo fue involuntario, como el de un cervatillo acorralado. Pero Alina levantó el rostro. Tenía miedo, sí. Pero más tenía que perder si se dejaba vencer. 

—Tengo una carta de tu abuela Matilda conmigo, para hacer cumplir el contrato de casamiento, el pacto que firmaron hace quince años nuestras manadas —dijo, con voz más baja pero firme—. Y sé que mataste al rey Alfa Adriel que atacó tu manada hace quince años. Estás lidiando ahora con los problemas de ese vacío de poder. Temen una rebelión en el territorio Darkfang recién anexado, ¿cierto? Yo puedo ayudarte.

Un murmullo tenso surgió entre los soldados de Blacknight. Carl, su Omega de confianza se adelantó, sin atreverse a mirar a Devon directamente. 

—Está en lo cierto. Hemos matado y apresado a muchos soldados de la manada, Darkfang, Otros huyeron. Pero los miembros de la manada están nerviosos y no aceptan la ocupación, nos ha llegado el informe del Beta hoy. Lo que puede ocurrir es una revuelta interna en territorio Darkfang, y la mayoría son civiles... no podemos atacarlos sin más. Eso nos dejaría mal frente a otras manadas, hay pactos de no agresión que no podemos incumplir. Quizás… debamos escucharla. 

Devon no respondió de inmediato. Su mandíbula se tensó. 

—Pactos de no agresión que los Darkfang se pasaron por dónde no les da el sol hace quince años, cuando nos atacaron. 

El lobo en él gruñó mientras su mirada atravesaba a Alina como cuchillas afiladas. Luego, lentamente, bajó el cuchillo y dejó ir el aire que no fue consciente de estar reteniendo en sus pulmones. 

—No confío en ti, ni veo cómo puedas ayudarme “princesa Moonlight”… —dijo con sarcasmo. 

En ese momento Devon recibió un mensaje telepático de su abuela, ella tenía esa clase de poderes pero no los usaba muy seguido, no desde lo que había pasado hacía quince años pues aún se sentía culpable por no poder haber hecho nada, aunque la realidad era que los poderes de la abuela eran limitados… Sin embargo, evidentemente alguien ya le había informado que la muchacha estaba en su territorio. 

“Cuando hablamos hace dos días, me prometiste que accederías al matrimonio, nieto, por favor, honremos el pacto y acabemos con esto de una buena vez, deja entrar a la muchacha.” 

“Yo no recuerdo haber prometido nada, más bien recuerdo haberme levantado de la cena.” 

“El que calla otorga, querido. Debes cumplir el pacto, para honrar la memoria de tu abuelo y de tu padre. Y acabar de una vez por todas con esto.” 

La abuela cortó la comunicación, y Devon gruñó más fuerte que antes. La sujetó con fuerza del brazo y la atrajo hacia su pecho. 

—Pero tu abuela accedió a cumplir con el pacto y es cierto que puedo ayudarte… —dijo ella en su susurro mientras tragaba saliva nerviosa. 

—Lo haré —dijo entre dientes—, pero sólo por mi abuela… y mi abuelo que en paz descanse. Pero si intentas engañarme, Alina... no solo tú, sino todo tu séquito pagará con creces. No dejaré cuello sin cortar, ¿me entiendes? 

—Lo entiendo —susurró ella, conteniendo el aliento.

—Déjenlos entrar —ordenó Devon en voz alta. 

Los soldados se apartaron. La comitiva de Alina avanzó, escoltada por la mirada desconfiada de los guerreros Blacknight. La tensión era tan espesa como la niebla que los rodeaba. 

Pero entre las sombras, en un rincón oculto del claro, alguien más observaba. 

Una mujer, su figura envuelta en un manto. Sus labios, apretados en una línea de odio puro. Observaba cada movimiento de Alina. Cada palabra. Cada mirada. 

Y en su pecho, el veneno crecía. 

La mujer apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas. 

—Esa maldita Moonlight no debería estar aquí —susurró para sí—. No merece ser reina. Devon es mío. Lo será. Cueste lo que cueste. Y ella estará en dónde todo Moonlight se merece. Tres metros bajo tierra. 

La brisa movió las hojas. Pero el odio se quedó. 

Mientras tanto, Alina caminaba con la frente alta, aunque el miedo aún la calaba sus huesos por dentro. 

Sabía que no había ganado nada. Que apenas había sobrevivido a la primera batalla. Pero estaba dentro. 

Y eso era un comienzo. 

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