POV: Olivia
No recuerdo la última vez que me sentí tan atrapada.
Crecí entre discursos de independencia, de lucha, de mérito. Mi abuelo me enseñó a pensar como una líder, no como una pieza de ajedrez. Y sin embargo, ahí estaba, siendo empujada al centro de un tablero político como si mi vida, mi cuerpo y mi apellido fueran moneda de cambio.
Desde la noche de la cena, no he dormido más de tres horas seguidas.
Reviví cada palabra. Cada mirada. Cada silencio. El despacho cerrado. Las caras de mis abuelos. La firmeza de los Macmillan. Y esa frase que se me quedó grabada: “La firma está en riesgo.”
Pero ¿qué hay de mí?
—¿Estás segura de querer hablar con ellos otra vez? —me preguntó Mia esa mañana, mientras me ayudaba a alisar mi vestido—. Anoche fuiste clara.
—A veces hay que repetir las cosas hasta que el mundo escuche.
Fui primero a la casa de mis abuelos. Ellos siempre fueron mi refugio, mi raíz… hasta ahora. La mansión Walton tenía ese aroma a madera vieja y perfumes franceses que siempre me recordaban a la infancia. Pero hoy, todo me parecía distinto. Frío. Como si hubiera cruzado un umbral invisible y ya no perteneciera del todo.
—Pasa, querida —dijo mi abuela Isabella, con su elegancia intacta, sentada en el salón principal tomando té de jazmín.
Anthony estaba de pie junto a la chimenea. Las manos cruzadas detrás de la espalda. Imponente. Como un juez.
—Necesito hablar con ustedes —dije, sin rodeos—. Sobre... el acuerdo.
Isabella asintió con suavidad, como si lo hubiera anticipado.
—Adelante —dijo mi abuelo.
Respiré hondo.
—No voy a casarme con Liam. No porque lo odie, ni por orgullo. Es que no tiene sentido construir un matrimonio sobre una estrategia. No soy una herramienta de relaciones públicas. Soy una mujer. Una profesional. Y si el bufete está en problemas, encontraremos otra forma de defenderlo.
Mi abuela apoyó la taza con lentitud.
—¿Otra forma? —preguntó, mirándome con ternura, pero también con firmeza—. Olivia, ¿sabes lo que significa la unión de dos apellidos como el tuyo y el de Liam en este momento?
—¿Sabes tú lo que significa ceder tu voluntad?
Anthony suspiró.
—Esto no es un castigo. Es una oportunidad. El mundo cree en símbolos, Olivia. Dos herederos unidos representan unidad. Estabilidad. Confianza. Y eso es justo lo que necesitan nuestros clientes… y nuestros enemigos temen.
—¿Nuestros enemigos?
—Kirkland & McKenzie —intervino mi abuela—. Están detrás de las filtraciones. Lo sospechamos desde hace meses. Han robado clientes. Han financiado campañas sucias. Si logramos demostrar que somos más fuertes juntos, detendremos su avance.
—¿Y si yo me niego?
—No puedes negarte —dijo Anthony, sin titubear—. No sin consecuencias.
La amenaza implícita me golpeó como una cachetada. Me levanté.
—Entonces lo haré. Me negaré. Prefiero perderlo todo a convertirme en prisionera de una decisión tomada por otros.
Pero antes de salir, Isabella se levantó también. Me detuvo con suavidad, tomándome del brazo.
—¿Sabes cuál es tu error, Olivia?
—¿Cuál?
—Crees que ya perdiste. Pero esta no es una rendición. Es una guerra. Y en una guerra… puedes ganar si juegas con inteligencia.
Me miró a los ojos, con una chispa que no esperaba.
—¿Qué me estás diciendo?
—Que tal vez... no necesitas escapar del matrimonio. Tal vez lo que necesitas es ganarle a Liam en su propio terreno.
La frase me rondó la mente todo el camino hasta el bufete. Como si mi abuela me hubiera lanzado una daga envenenada directo al corazón… pero también, un arma.
Ganar.
¿A Liam?
¿Yo?
¿Y si pudiera?
Necesitaba entender qué tan profundas eran las raíces de esta decisión. Y para eso, tenía que ir a la fuente más inesperada: Elijah Macmillan.
El despacho del tío de Liam era sobrio, impecable. Él, igual que siempre: traje gris, mirada penetrante, postura recta. Era como un muro de granito, difícil de leer, imposible de mover.
—¿Olivia Walton viniendo a pedirme ayuda? —dijo, sin sarcasmo, pero tampoco con agrado.
—Vine a pedir claridad, no ayuda. Quiero saber si tú también estás detrás de esto.
—¿Del acuerdo?
Asentí.
Elijah se sentó, cruzó las manos.
—Estuve en esa conversación, sí. Y no te mentiré: apoyé la idea. No porque crea en matrimonios forzados, sino porque esto no es personal. Es político.
—¿Sabes cuán anticuado suena eso?
—Tan anticuado como el poder que mantienen nuestras familias. Y tan actual como las amenazas que enfrentamos. Si piensas que puedes librarte de esto apelando a la justicia emocional, estás equivocada.
—¿Y tú? ¿No tienes emociones? ¿No recuerdas lo que se siente perder tu voluntad?
Vi algo quebrarse apenas en su mirada cuando mencioné eso. Noah. Su hermano. El padre de Liam. El que fue asesinado.
—Mi hermano murió porque no jugó con inteligencia —dijo, con voz baja—. Porque amó más de lo que pensó. Y pagó el precio. No pienso ver a Liam cometer el mismo error.
—¿Crees que él me ama?
Elijah levantó una ceja. Pero no respondió.
—Tampoco lo sabes, ¿cierto? Porque ni tú ni nadie se atreve a preguntar qué siente él.
—Lo que siente Liam no importa ahora. Lo que importa es lo que haga. Y si tú eres inteligente… harás lo mismo.
Me levanté.
—Entonces esto es oficial. Nadie piensa detener esta locura.
—Olivia —dijo Elijah, justo cuando llegaba a la puerta—. Si vas a entrar en el campo de batalla… más te vale estar lista para sangrar.
Volví a casa con el estómago revuelto. Mia me esperaba con dos copas de vino.
—¿Negociación fallida?
—Todos hablan de estrategia. De reputación. De enemigos. Pero nadie, nadie, habla de lo que yo quiero.
Tomé la copa. Me senté. La rabia y la impotencia me oprimían el pecho.
—Y lo peor —susurré—. Lo peor es que estoy empezando a pensar que no puedo escapar. Que no
hay salida.
Mia me miró con ese brillo peligroso en los ojos.
—Entonces no escapes. Quédate… y gana.
Me la quedé mirando.
—Eso me dijo mi abuela.
Mia sonrió.
—Sabia mujer.
Y por primera vez desde que todo esto empezó… no supe si debía tener miedo o esperanza.