Capítulo 5: Noticias devastadoras

Capítulo 5: Noticias devastadoras

La residencia Macmillan, una mansión de estilo clásico en el Upper East Side, resplandecía con la calidez de los candelabros, el aroma del cordero trufado y las risas contenidas de una familia poderosa. Una noche pensada para celebrar el reciente nombramiento de Liam como CEO de Walton & Macmillan, pero que escondía secretos que amenazaban con hacer estallar todo por los aires.

Las copas tintineaban, los cubiertos rozaban la porcelana fina y las miradas se cruzaban con sonrisas tan ensayadas como las respuestas de un testigo en juicio.

Olivia Walton, con un vestido negro que delineaba su figura con elegante sobriedad, mantenía la compostura sentada entre su madre, Evelyn, y su mejor amiga, Mia Johnson. Pero por dentro, una presión sorda le palpitaba en el pecho. Sabía que su familia no daba cenas sin motivo. Y esta, en particular, tenía algo en el aire… algo que no olía a celebración.

Liam Macmillan, por su parte, sostenía una copa de vino y conversaba con su hermana Emma y su amigo Mateo Duncan, aunque sus ojos se desviaban, de tanto en tanto, hacia Olivia. La tensión entre ellos, a pesar de los años, seguía ardiendo como brasas bajo una alfombra.

—¿No es curioso? —murmuró Emma con una sonrisa pícara—. Nunca pensé que terminarías en el mismo salón que Olivia sin romperle un decantador de cristal en la cabeza.

—¿Quién dice que no lo haré? —respondió Liam con una media sonrisa.

Mateo rió por lo bajo.

—Eso sí que sería una cena inolvidable.

Cerca de ellos, James Macmillan charlaba con Anthony Walton. Los dos patriarcas lucían más serios que de costumbre. Charlotte, atenta como una madre loba, observaba todo desde su asiento. Sabía que esa noche no era cualquier noche. Sabía que su marido y Anthony estaban a punto de tirar una bomba sobre la mesa.

En otro extremo, Benjamín Walton hablaba en voz baja con Ethan Marshall. Su mirada recorría la sala con desconfianza, como si sospechara que todos estaban en su contra.

—Están moviendo las piezas sin mí —dijo, tenso—. No me van a dejar fuera. Esa firma es mía tanto como de ellos.

—Tú tienes un apellido —replicó Ethan—, pero ahora el que tiene el poder es Liam. No lo subestimes.

Benjamín apretó los dientes mientras Evelyn lo miraba de reojo, cruzando una pierna con elegancia, sin decir una sola palabra. Ella siempre supo cuándo callar y cuándo hablar… y esa noche, esperaba que su esposo no dijera más de lo necesario.

En medio del bullicio, Charlotte se puso de pie y golpeó suavemente su copa.

—Queridos, por favor, atención. Esta noche no es solo para celebrar a Liam —dijo, con su tono elegante pero firme—. Es también una oportunidad para reforzar lo que somos: una familia. Y una firma unida. No olvidemos que lo que construimos juntos es más grande que cualquiera de nosotros por separado.

James Macmillan tomó la palabra con solemnidad.

—Gracias, Charlotte. —Hizo una pausa—. Olivia, Liam… ¿podrían acompañarnos un momento al despacho?

El silencio cayó como una cortina de acero.

Olivia frunció el ceño. Liam dejó la copa a medias. Ambos se miraron por un segundo, sabiendo que algo se avecinaba.

Los siguieron hasta el despacho privado, donde también esperaban Anthony e Isabella Walton. Cerraron la puerta. El aire era pesado.

—¿Qué sucede? —preguntó Olivia con firmeza.

Anthony no se anduvo con rodeos.

—Han pasado muchos años, y creemos que ha llegado el momento de cumplir el pacto que sellamos tiempo atrás.

Liam arqueó una ceja. Olivia dio un paso atrás.

—¿Pacto?

—Un acuerdo entre nuestras familias —dijo James—. Cuando ustedes eran apenas adolescentes, decidimos que algún día unirían fuerzas… a través del matrimonio.

El silencio fue sepulcral.

Olivia parpadeó.

—¿Qué…?

—¿Quieren que nos casemos? —soltó Liam con incredulidad—. ¿De qué época están hablando?

—De una donde el honor aún importaba —respondió Anthony, imperturbable—. La firma ha sido atacada. No lo hemos hecho público, pero alguien desde adentro, o muy cerca, está saboteando nuestras operaciones. Una unión entre ustedes no solo protegería la imagen pública… sería un golpe estratégico.

—¡Esto es una locura! —Olivia dio un paso hacia atrás—. No pueden decidir sobre mi vida como si fuera una extensión de su legado.

—No se trata solo de ustedes —intervino Isabella con voz suave—. Es sobre lo que representan. Sobre la continuidad de algo que hemos construido con sangre y sacrificio.

Liam miró a Olivia. Estaba furiosa. Lo sabía por cómo se tensaba su mandíbula. Y él… bueno, él no sabía qué sentir. No le gustaba que decidieran por él. Pero tampoco podía negar lo que había sentido cuando la vio entrar a esa junta días atrás.

—¿Y qué pasa si decimos que no? —preguntó él.

—La firma quedará expuesta —dijo James con dureza—. Y lo que está en juego es más que un apellido. Es todo.

Olivia cerró los ojos un segundo. Su mundo se tambaleaba. No era solo perder el control de su vida; era entregarse a un hombre que representaba todo lo que había combatido. Poder, orgullo, dominio.

—Necesito respirar —dijo ella, saliendo del despacho sin esperar respuesta.

En el jardín, Mia la encontró apoyada en una columna, los ojos brillosos pero secos.

—¿Qué pasó?

—Van a obligarme a casarme con Liam Macmillan —susurró, como si decirlo en voz alta lo hiciera real.

Mia se quedó en silencio unos segundos, luego dijo:

—Bueno… podrías hacerles la vida imposible si decides aceptar. Y si decides no hacerlo… harás historia.

Olivia soltó una risa sin humor.

—Cualquiera de las dos me arrastra al infierno.

Mientras tanto, en el comedor, Elijah hablaba con Mateo y Theodore.

—No me gusta esto —murmuró—. Esto de los ataques… alguien juega sucio, y no es alguien de afuera.

—¿Sospechas de Benjamín? —preguntó Theodore.

—Sospecho de todos —replicó Elijah—. Pero hay cosas que no cuadran. Y Liam debe saberlo antes de firmar nada… ni matrimonios ni alianzas.

Olivia volvió al comedor. Caminó recta hacia su asiento, ignorando las miradas.

Liam la observó desde el otro lado. Se sentía atrapado. Entre el deber, el apellido… y lo que empezaba a arder dentro de él cada vez que ella lo miraba con esa mezcla de rabia y deseo.

La cena continuó. Pero nada volvió a saber igual.

Las noticias ya se habían servido. Y eran devastadoras.

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