Mundo ficciónIniciar sesión"Dicen que mi apellido es sinónimo de poder, pero para mí es solo una jaula de oro con demasiadas reglas. Soy Mia Blackwood, la 'princesa' de un imperio construido sobre secretos y frialdad. Estoy acostumbrada a que el mundo se rinda a mis pies con solo una sonrisa o un berrinche... hasta que él cruzó la puerta de la mansión. Liam Donovan. Es serio, lleva el peso de la milicia en sus hombros y tiene unos ojos que parecen leer cada una de mis mentiras. Mi hermano dice que es mi guardaespaldas; yo digo que es mi nuevo juguete para romper. Liam cree que puede controlarme, que soy solo una niña rica y malcriada. Lo que él no sabe es que me encanta jugar con fuego, y no me detendré hasta ver cómo su armadura de hielo se quema bajo mi piel. Él juró protegerme de mis enemigos, pero ¿quién lo va a proteger a él de mí?"
Leer másEl champán está tibio, pero el diamante en mi mano derecha brilla con la intensidad suficiente como para que no me importe.
Tengo veintidós años y el mundo es, básicamente, mi patio de recreo personal. Me miro en el espejo del tocador de este club exclusivo en el centro de la ciudad y sonrío.
Mi cabello pelirrojo cae en ondas perfectas sobre mis hombros, y las pequeñas pecas que salpican mi nariz —esas que mi hermano Dominic dice que me hacen ver "vulnerable", lo cual odio— hoy parecen el accesorio perfecto para mi vestido de seda ajustado.
Soy Mia Blackwood. En esta ciudad, mi apellido abre puertas, cierra bocas y compra voluntades.
Ser la menor de tres hermanos hombres, especialmente cuando tus hermanos son Spencer y Dominic Blackwood, significa que nunca he escuchado la palabra "no". O al menos, nadie fuera de mi familia se atreve a pronunciarla.
—Mia, el coche está esperando —dice Sophie, mi mejor amiga, asomándose por la puerta con una sonrisa cómplice—. Dicen que la fiesta en el ático de los Miller acaba de empezar.
—Déjalos esperar —respondo, retocando mi labial carmín—. Una Blackwood nunca llega a tiempo, Sophie. Una Blackwood llega cuando la fiesta está a punto de volverse aburrida para salvarla.
Salimos del club con el aire de superioridad que solo el dinero ilimitado puede otorgar.
El frío de la noche golpea mi rostro, pero no me inmuto. Mi chófer debería estar allí, con la puerta abierta y el motor en marcha.
Sin embargo, cuando llegamos a la acera, el ambiente se siente extraño. El silencio es demasiado denso.
—¿Dónde está el coche? —pregunto, frunciendo el ceño.
Fue entonces cuando el cristal de la vitrina a mis espaldas estalló.
El sonido no fue como en las películas. No fue un estruendo épico; fue un crack seco, metálico, seguido de un zumbido cerca de mi oreja.
Alguien gritó. Creo que fui yo.
Sophie cayó al suelo y, de repente, el caos se apoderó de la calle. Un sedán negro aceleró hacia nosotras y el destello de un arma asomándose por la ventanilla fue lo último que procesé antes de que mi instinto me obligara a tirarme detrás de un contenedor de basura.
Pólvora. El olor de la pólvora es agrio, metálico, y se queda pegado en la garganta. Escuché más disparos, el chirrido de neumáticos y gritos de pánico.
Por un segundo, el mundo de seda y diamantes se desvaneció, reemplazado por el miedo primario de una niña que se da cuenta de que su apellido no la hace a prueba de balas.
Diez minutos después, el lugar estaba inundado de sirenas. Pero no eran solo ambulancias. Eran los hombres de Dominic.
—¡Dije que no! —mi grito resuena en las paredes de mármol del estudio principal de la mansión Blackwood.
Todavía tengo una mancha de hollín en el hombro y mis manos tiemblan ligeramente, aunque me esfuerzo por ocultarlo cruzando los brazos sobre mi pecho. Frente a mí, mis dos hermanos mayores parecen estatuas de piedra.
Spencer está detrás de su escritorio de caoba, luciendo impecable a pesar de que son las tres de la mañana.
Su rostro de CEO, frío y calculador, no muestra ni una pizca de alivio por ver que sigo viva. Para él, esto es un problema logístico.
A su lado, Dominic, con la mandíbula apretada y los nudillos blancos de tanto apretar su vaso de whisky, desprende un aura mucho más peligrosa. Dominic no piensa en logística; piensa en venganza.
—No es una pregunta, Mia —dice Spencer, su voz es un látigo de hielo—. Te han disparado. Los Bratva están enviando un mensaje, y no voy a permitir que destruyan nuestra estabilidad porque decidiste que era buena idea salir sin escolta.
—¡Tenía a Markus! —exclamé.
—Markus está en el hospital con un pulmón perforado —gruñó Dominic, dando un paso hacia adelante. Sus ojos oscuros brillaban con una furia contenida—. Tu "libertad" casi te cuesta la vida, y casi nos cuesta la guerra. Se acabó, Mia. A partir de mañana, no darás un paso fuera de esta casa sin supervisión.
—¡No soy una prisionera! —pisoteé el suelo, mi temperamento estallando—. No pueden hacerme esto. Soy una Blackwood, no una de tus mercancías, Dominic. ¡Y no soy uno de tus activos corporativos, Spencer!
Me giré hacia la puerta, esperando que mi drama habitual funcionara, que alguno de los dos suspirara y cediera, como siempre. Pero esta vez, el silencio que siguió fue diferente. Era definitivo.
—Ya está contratado —soltó Spencer, volviendo su atención a unos papeles, descartándome como si fuera un asunto cerrado—. Un ex-militar. Alguien que no se dejará deslumbrar por tus pestañas largas ni se dejará sobornar con tus promesas de que "le contarás a papá". Alguien que sabe lo que es la guerra de verdad.
—¿Un militar? —me reí amargamente—. ¿Van a ponerme a un sargento de cincuenta años que huele a tabaco barato para que me siga al centro comercial? No lo pienso permitir. Me encerraré en mi habitación. Haré huelga de hambre. Me…
—Se llama Liam Donovan —me interrumpió Dominic, y por primera vez en la noche, vi una chispa de algo parecido a la diversión cruel en sus ojos—. Es joven, es letal y tiene la paciencia de un santo. Exactamente lo que necesitas para que dejes de actuar como una niña caprichosa y empieces a entender que el mundo quiere tu cabeza en una bandeja.
—No me importa cómo se llame —siseé, mis ojos echando chispas—. Mañana mismo haré que renuncie. Ningún "Donovan" va a aguantar más de veinticuatro horas conmigo.
Subí las escaleras corriendo, escuchando el eco de mis propios tacones contra el suelo. Estaba furiosa, aterrada y, sobre todo, herida en mi orgullo. Estaban limitando mi mundo, poniendo un perro guardián en mi puerta.
Entré en mi habitación y me miré al espejo. Mi rostro todavía estaba pálido, mis pecas resaltaban contra mi piel de porcelana. Me prometí a mí misma que ese tal Liam Donovan se arrepentiría del día en que aceptó el cheque de Spencer.
Si mis hermanos querían guerra, la tendrían. Pero mi primera víctima sería ese guardaespaldas. Mañana, Liam Donovan conocería el verdadero significado de la palabra "pesadilla".
O eso era lo que yo creía, antes de ver sus ojos por primera vez.
Narrado por Liam DonovanEl reloj marcaba las ocho y media de la mañana. Mia debería haber bajado hace al menos cuarenta y cinco minutos. Ella siempre llegaba tarde, pero lo hacía con estruendo, taconeando con furia y quejándose del clima, de mi cara o del café. El silencio que emanaba de la planta superior de la mansión Blackwood no era normal. Era un silencio pesado, denso, que me hacía dar golpecitos impacientes con los dedos contra el volante del coche.—Siete minutos más, Donovan, y entras —me dije a mí mismo.Pasaron diez. Mi instinto, ese que me salvó de emboscadas en terrenos áridos, estaba gritando "peligro". Bajé del coche y entré en la casa. No había rastro de Spencer ni de Dominic; ambos se habían marchado temprano, envueltos en sus propias tormentas personales. Subí las escaleras de dos en dos hasta llegar a la puerta de caoba de su habitación.—¿Señorita Blackwood? —llamé, golpeando con firmeza—. Vamos tarde. Julian la llamará diez veces antes de que lleguemos al campus
Narrado por Mia BlackwoodEl día fue, sin lugar a dudas, un descenso directo al noveno círculo del infierno. Si ayer estaba irritada, hoy me sentía como una granada a la que alguien le había quitado la anilla y estaba a punto de estallar en manos de cualquiera que se atreviera a tocarme. La universidad se había convertido en un teatro del absurdo donde yo era la protagonista de una obra que odiaba.Julian estaba en su punto máximo de insoportabilidad. Se paseaba por el campus tomándome de la mano como si fuera un trofeo ganado en una feria de pueblo. Cada vez que intentaba soltarme, él apretaba más, sonriendo a las cámaras de los teléfonos de otros estudiantes.—Mia, amor, sonríe —me susurró al oído mientras estábamos en la cafetería—. Mañana saldremos en todas las revistas de sociedad. Eres la envidia de la ciudad.—Me duele la cara de tanto sonreír, Julian —respondí entre dientes, apartando mi bandeja de comida intacta. No podía pasar ni un bocado. Sentía el estómago cerrado, un nud
Narrado por Mia BlackwoodEl día en la universidad fue un absoluto campo de batalla social. Julian, que tiene el tacto de un elefante en una cristalería, se había encargado de difundir el rumor de que éramos "la pareja del año". Cada cinco minutos alguien se acercaba a felicitarnos o a pedirnos una foto para sus redes sociales. Yo mantenía mi sonrisa de porcelana, pero por dentro quería gritar.Y lo que más me irritaba no era Julian intentando rodear mi cintura cada vez que pasábamos frente a un espejo, sino el hombre que caminaba tres pasos por detrás.Donovan no había dicho nada en toda la mañana. Ni una palabra sobre mi "nuevo romance", ni una queja por las tres veces que lo hice cargar mis libros pesados. Pero cuando salimos del campus hacia el coche, el silencio se rompió de la forma más inesperada.—¿Se encuentra bien, pequeña pecas? —soltó Liam con una voz cargada de una ironía que no le conocía.Me detuve en seco, girándome hacia él con los ojos encendidos.—¿Cómo me has llama
Narrado por Mia BlackwoodEl despertador sonó como un martillazo en mi cráneo. Tenía la boca seca, un sabor amargo a champán barato y, lo peor de todo, un recuerdo punzante que me hacía querer enterrarme viva: Liam Donovan me había visto llorar. No solo eso, me había sostenido mientras yo me deshacía en pedazos como una principiante en el asiento trasero de su coche.Me senté en la cama de golpe, ignorando el mareo.—Maldita sea —susurré, frotándome las sienes.Había roto la regla de oro de los Blackwood: la vulnerabilidad es una sentencia de muerte. Había dejado que el "empleado", el muro de piedra, viera las grietas de mi jaula de cristal. Sentí una oleada de náuseas que no tenían nada que ver con la resaca. Tenía que reconstruir ese muro, y tenía que hacerlo ya, con cemento armado y espinas.Me puse un vestido de seda color perla, me apliqué una capa extra de corrector bajo los ojos y me pinté los labios de un rojo tan intenso que parecía una advertencia de peligro. Bajé las escale
Narrado por Liam DonovanMi trabajo en la milicia me enseñó a anticipar el peligro antes de que se materialice. Aprendí a leer el viento, el terreno y los ojos de un enemigo a trescientos metros de distancia. Pero nada en mi entrenamiento me preparó para la guerra psicológica que es Mia Blackwood.Ella no es una amenaza táctica; es una fuerza de la naturaleza envuelta en seda y esmeraldas. Y esta noche, en el club Obsidian, ha decidido que mi paciencia es su objetivo principal.—¿Otra ronda, Donovan? Ah, cierto... que eres de piedra —se mofó Mia, levantando su cuarta copa de champán hacia mí.Estábamos en el área VIP, una plataforma elevada que me permitía tener una visión de 360 grados del lugar. Mia se estaba asegurando de que cada hombre en un radio de diez metros se fijara en ella. Bailaba con una energía temeraria, desafiante, lanzándome miradas por encima del hombro para ver si mi máscara de profesionalismo se rompía.El caos empezó a la medianoche. Mia decidió que la zona VIP e
El martes en la universidad fue un desfile de mal humor. Mis amigos no dejaban de quejarse por el "final abrupto" de nuestra escapada a París, y yo no podía concentrarme en las clases porque cada vez que miraba hacia la puerta, veía la sombra imperturbable de Liam Donovan. Lo odiaba. Odiaba que me hubiera arrastrado fuera de la boutique como a una niña pequeña, pero sobre todo, odiaba que su nombre —sin el "señorita" delante— siguiera resonando en mi cabeza como una canción prohibida.Pasé las horas ignorándolo, lanzándole miradas gélidas que él recibía con la misma expresión con la que uno mira la lluvia: con resignación y desapego. Cuando finalmente regresamos a la mansión, estaba lista para encerrarme y no salir hasta que el mundo se acabara.Al entrar en el gran salón, encontré a Dominic sentado en uno de los sofás de cuero, con una botella de whisky sobre la mesa y una caja de terciopelo negro frente a él.—¡Pulga! Ven aquí —me llamó, haciéndome una seña con la mano.Me acerqué,





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