Adrianna, tenía una vida tranquila, una vida sencilla hasta la noche en que un desconocido la convirtió en su víctima. Esa noche lo perdió todo, quedó marcada para siempre y, atrapada entre el dolor y la depresión. Al saber que de aquel horror, nació una verdad imposible de borrar: tres meses después, descubre que estaba embarazada. y el peso de una maternidad inesperada, y a pesar del dolor, decidió tener a su hijo con amor, ocultando la verdad para protegerlos del horror de su origen. Años después, encuentra refugio en los brazos de Paolo, un hombre mayor y bondadoso que le ofrece estabilidad y un amor sincero. Junto a él, cree haber dejado atrás su tormento... hasta que una revelación lo destruye todo.
Leer másAdrianna, tenía una vida tranquila,
una vida sencilla, hasta la noche en que un desconocido la convirtió en su víctima, y destruyó su mundo.
Años después, encuentra refugio en los brazos de Paolo, un hombre mayor que le ofrece estabilidad y un amor sincero. Junto a él, cree haber dejado atrás su tormento... hasta que una revelación lo destruye todo.
—Recién tengo el teléfono, lo tenía arreglando creo que no iré, no tengo nada adecuado para la ocasión. —dijo Adrianna tirándose sobre su cama y mirando al tejado de su habitación.
—No puedes faltar, eres mi mejor amiga y te quiero esta noche conmigo. —respondió Lucrecia al otro lado del teléfono, insistiendo en que Adriánna esté presente.
—Deja mirar, a ver si tengo algo adecuado para la ocasión.
—Ven..yo te presto. —dijo su amiga convenciendo la de ir.
Adriánna cortó la llamada despidiéndose para ir y mirar su clóset.
—No puede ser, todo está viejo y desgastado, no puedo presentarme con esto en esa fiesta de mi querida amiga. —se dijo así mismo mirando cada uno de sus vestidos, encontrando uno.
—Este está mejor que todos. —dijo mirando se frente al espejo el vestido blanco de vuelos que había usado para su confirmación. Decidida a usar ese vestido se fue al baño y se duchó, media hora después se preparaba para ir a la fiesta de graduación de su mejor amiga Lucrecia, había mirado su guardarropa por segunda vez al ver que ese vestido ya no era de su talla.
—No puede ser. ¿se encogió, o yo crecí?. —se lamentó, y buscó lo que podía usar para una noche donde rozaría con el círculo de amistades de su amiga que pertenecía a la alta sociedad. La puerta de su habitación se abrió y Lety, su madrina entró con un hermoso vestido acorde para la ocasión.
—Mira hija, te hice este hermoso vestido, no te desanimes, podrás ir a la fiesta de Luc. —dijo su madrina Lety. Adriánna miró el vestido y sonrió feliz al ver tan perfecta pieza, se lo colocó y se miró al espejo, lucía tan perfecta su figura y se giró para abrazar a Lety.
—Gracias madrina, está muy hermoso..claro que iré y seré la mejor vestida de la noche. Tu eres mi Donatella Versace personal. —respondió sonriendo y mirándose en el espejo con el vestido puesto. Rió dando vueltas y bailando el vals soñando con conocer el hombre de su vida.
—Perdóname hija.. perdóname por no festejar un logro más en tu vida.
—Tranquila madrina, no hace falta tener una gran fiesta para sentirme feliz y agradecida con la vida, por tenerte, por recibir tu amor incondicional. Con tenerte a ti a mi lado es más que suficiente. —respondió dándole un fuerte abrazo.
—Me voy a a dar un baño para empezar a arreglarme no quiero llegar tarde a la fiesta. —dijo y entró a la ducha. Tarareó una canción mientras se duchaba y una hora después estaba dándose los últimos retoques para salir a la residencia Colmenares.
—Estaré de vuelta temprano madrina, y por favor no me esperes despierta.
—Ve tranquila hija, no te preocupes ve y diviértete. —dijo Lety y se despidieron. Adrianna subió al Uber y fue al hotel donde se celebraba la fiesta. Llegó y Lucrecia la recibió llevándola a presentar a sus nuevos amigos.
—Les presento a Adrianna mi compañera y mejor amigo del liceo.
—Hola soy Luisa. —se presentó una de ellas y miro a lo lejos al hombre más apuesto de todos, Adrianna lo miró y parpadeó sintiendo estremecer su cuerpo.
Adrianna lo vió y una leve sonrisa se dibujó en sus labios, la noche continuó y vio a Lucrecia hablando con el hombre que le parecía inalcanzable para ella, las horas pasaban entre baile, bebidas y piqueos. compartió con sus amigos y no dejó de mirar al hombre que en varias ocasiones levantó su copa para brindar y ella correspondía con una sonrisa, sentía curiosidad por saber quién era pero no se atrevió a preguntar a Lucrecia por él. Era muy entrada la noche cuando se dispuso a ir al baño sintiendo un poco de malestar.
—Me disculpan un momento. —se excusó y fue al baño, entró se miró al espejo, y limpió sus labios, pues se le había corrido un poco el labial. Deslizó la barra por su labios haciendo un movimiento que a quien la miraba le pareció muy atractivo.
El hombre se acercó a ella y la miró fijamente, Adriánna lo miró a través del espejo sintiendo un vuelco en su corazón, pues el hombre que le atrajo estaba tras de ella.
—Te ves muy hermosa. —dijo el hombre acercándose a ella, y sonrió, Adriánna se giró quedando frente a él, cuando este arrastrándola de una mano, la atrajo a su regazo de una forma muy tosca, Adrianna sintió un frío recorrer su cuerpo, intentó negarse pero el agarre era tan fuerte que no pudo soltarse, el hombre la arrastró mientras cubrió su rostro con el suyo, besándola desenfrenadamente y la llevó contra la pared.
—¡Noo, suéltame! ¿Que haces.? —logró pronunciar mientras forcejeaba,
Adrianna hizo todo esfuerzo por zafarse del agarre y defenderse pero él era más fuerte que ella, todo intento era inútil, sentía que su vestido era desgarrado, y poco a poco su mundo se nubló.
Sentía que flotaba y un dolor inmenso la invadía, no supo cuánto tiempo estuvo semi inconsciente, su mente se puso en blanco, no podía hilar muy bien sus pensamientos, su mundo pasaba en camara lenta, mientras su interior quemaba sintiéndose invadida y violentada, perdió la noción del tiempo, cuando se recuperó completamente, sus ojos se llenaron de lágrimas, su corazón retumbaba en su pecho, se miró sus manos temblorosas y se abrazó así misma, quería gritar, pero su garganta estaba cerrada, vio su hermoso vestido rojo rasgado, intentó ponerse de pie pero sus piernas temblaban y el dolor era insoportable, intentó dar un paso y terminó cayendo nuevamente al suelo, como pudo logró ponerse de pie y salió por la puerta de servicio, caminó arrastrando sus pasos, cuando paso un Uber la cual paró para ayudar.
—¿Se siente bien señorita, la puedo ayudar en algo? —interrogó el chófer al verla en tan mal estado.
—Ayuda...—logró pronunciar entrecortado, el hombre la tomó en brazos al verla gemir a causa del dolor que sentía al dar pasos.
Adrianna no paraba de llorar.
—Tranquila señorita, yo la llevo donde usted me diga. La llevó a la policía, al centro de salud o a su casa, pero trate de tranquilizarse y deme una dirección para poder buscar a un familiar suyo. —dijo el hombre encendiendo el auto y salir de ahí, la miraba por el retrovisor de vez en cuando, no tuvo más que parar el auto para tratar de calmarla, como pudo logró hablar y dar la dirección de su casa y fue llevada, condujo lo más rápido que pudo y llegó, el chófer salió la tomó en brazos y la llevó a la casa que indicó.
Tocó la puerta y Lety salió llevándose las manos a su boca, que la abrió al ver el estado en el que estaba Adrianna.
—¡Por dios! ¿Qué le sucedió a mi ahijada? Hija ¿Qué pasó hija mía? —preguntó mientras encaminaba al hombre a la pequeña sola.
—¿En qué más puedo ayudarles? quise llevarla a un médico, Pero ella se negó, quise llevarla a la policía y también se negó. —explicó Ernesto.
—Nada más, y muchas gracias por traer a mi niña. —respondió Lety llevándolo la puerta de salida. Lety regresó a donde estaba Adrianna, Quito su ropa y vio los moretones en sus piernas. Sus lágrimas rodaron al verla tan vulnerable y en estado de shock. Fue al baño, tomó una toalla húmeda y limpió su frente.
—Mi niña... mi pequeña que te hicieron..quien fue ese canalla que te destrozó la vida de esa forma tan cruel. —pronunció en susurros, mientras Adriánna no paraba de llorar.
Lety lloró desconsoladamente y Adrianna poco a se puso de pie y fue a su habitación sin pronunciar palabras, entró al baño y ahí bajo la lluvia artificial se dejó rodar hasta el suelo, sus lágrimas se mezclaron con el agua y sus sollozos eran tan fuertes que Lety los escuchaba tras la puerta.
Adrianna cogió un guante y lo frotó por su cuerpo, deseaba quitarse la sensación de ser tocada tan salvaje y bruscamente.
—¡Aaaaah! —un grito desgarrador salió de su garganta en el momento que tiraba de sus cabellos, limpiaba toscamente sus labios, haciendose daño. No podía creer que en un instante, su mundo rosa se había vuelto gris.
Dos horas después salió del baño con una bata puesta y sentada sobre el borde de la ventana miró el amanecer en completo silencio, tenía la mente en blanco, su mundo se había desmoronado, sus iluciones se habían frustrado, y ahora estaba ahí sintiendo se, la mujer más sucia y desdichada del mundo y deseando morir.
Lety sentada en el suelo junto a la puerta de la habitación de Adrianna, pasó toda la noche llorando en completo silencio.
"Perdóname comadre, no pude cuidar a tu princesa, perdóname ahijada, no supe cuidarte mi niña. "—eran sus pensamientos y su conciencia la martillaba al punto de sentirse culpable.
El amanecer llegó, Lety se puso de pie y fue a la cocina, preparó el desayuno y lo llevó a la habitación de Adrianna, entró y la vio sentada en el borde de la ventana, abrazada a sus piernas y con la mirada puesta en un punto fijo.
—Hija... hija, toma te traje el desayuno, por favor toma algo caliente, mira estás muy fría. —habló Lety dejando la bandeja y acercándose a ella y abrazandola, Adrianna no respondió ni se inmutó ante su presencia, estaba ausente, su mente en blanco y su garganta cerrada, cerró los ojos y las lágrimas rodaron, Lety la abrazó tan fuerte y la ayudó a llegar a la cama, secó un poco su cabello y le brindo la tasa de café. Adrianna la miró fijamente y limpió sus lágrimas, miró el café y desvío la mirada.
—Estoy contigo mi niña. —dijo Lety,
Adrianna se acostó en las piernas de Lety como cuando era niña y sentía miedo, Lety tarareó una canción de Nana mientras acariciaba sus cabellos mientras sus lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Mi niña, como deseo que no estés pasando por esto y estés sufriendo así de este modo, como deseo ser yo y no ti.
Lety habló entre sollozos, deseando que Adrianna, le dijera por lo menos una palabra, y saliera de ese silencio en el que estaba sumergida.
El timbre sonó y Adrianna contuvo su respiración, su cuerpo se estremeció, miró aterrada a Lety y empezó a temblar, el pánico la invadió.
—Tranquila mi amor, aquí no te pasará nada, voy a ver quién es y vuelvo. —dijo Lety sintiendo y viendo en miedo en los ojos de Adrianna.
Lety salió a abrir la puerta y era el taxista que había estado esperando toda la noche por si deseaban ir algún lugar.
—¿¡Usted!? ¿Que desea? Mmm ya ..espere un momento. —dijo entrando para buscar el dinero y pagar la carrera creyendo que estaba ahi por eso.
Regresó con el dinero en las manos y Ernesto se presentó.
—Soy Ernesto Lanús, y no estoy aquí por el pago, recogí a la chica muy mal, sé lo que le pasó y decidí esperar por si desea hacer la denuncia, y yo ser su testigo. —dijo dejando sorprendida a Lety.
—Yo... yo no puedo hacer nada hasta este ella hablé, está en shock y no se que hacer. Pero muchas gracias por la ayuda, se lo agradezco nuevamente. —dijo Lety algo aturdida.
—Tranquila, aquí está mi número de teléfono por si necesitan de mi ayuda, con gusto doy mi testimonio de lo que ví. —expresó con mucho pesar.
—Lo tendré en cuenta, por ahora no puedo hacer
nada. —respondió, Ernesto la miró afligida y se despidió.
Cinco años después.La mansión Marccetti brillaba aquella noche como nunca antes. Guirnaldas de luces colgaban de los árboles del jardín, y una enorme carpa blanca estaba decorada con flores lilas y rosas, los colores favoritos de Paulina. Había música suave en el aire, y cada rincón parecía preparado para celebrar no solo los quince años de una jovencita, sino la historia de toda una familia que había aprendido a sanar juntos.Adrianna miraba a su hija con los ojos llenos de lágrimas contenidas. La pequeña que una vez pidió su fiesta de princesas ahora estaba frente a ella, convertida en una joven radiante, con un vestido de tules celeste y morado que le daba un aire de reina.—Estás preciosa, mi niña. —susurró Adrianna, acariciando su mejilla.Paulina sonrió con esa dulzura que siempre la había caracterizado.—Gracias, mamá. Pero lo más bonito de todo esto es que estamos juntos. Eso es lo que quiero celebrar. Y con este travieso hermoso. —dijo cargando por un momento a Adriano el pe
Claudio giró lentamente. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a Emiliano. Durante un segundo, la sorpresa lo dejó sin palabras.—Emiliano… —susurró para adi mismo. Nuevamente Nelson lo tenía informado enviando fotografías de ellos.El joven avanzó un paso más, temblando de rabia.—¿Sacerdote? —escupió la palabra con desprecio.—¿Eso eres ahora? ¿Crees que con una sotana puedes borrar lo que hiciste? ¿Que puedes esconderte detrás de Dios para limpiar tus pecados?Claudio apretó los labios. Bajó lentamente del altar y se acercó, con la mirada llena de dolor.—No busco esconderme. Estoy aquí porque necesito expiar mi culpa. Porque no sé cómo vivir con lo que hice.—¡No! No intentes justificarte. ¡Lo que hiciste con mi madre no tiene perdón! La destrozaste, la marcaste para siempre. Y ahora… ¿quieres jugar a ser santo? ¿Quieres que te vean como un hombre bueno, como un guía espiritual? ¡Eres un farsante! —gritó Emiliano, con los ojos llenos de lágrimasClaudio respiró hondo, tratando
Los tres jóvenes estaban en el jardín, sentados sobre el césped húmedo, rodeados de faroles pequeños que iluminaban la noche con una luz cálida. El aire fresco traía consigo el aroma de las flores recién abiertas y el murmullo de los grillos parecía acompañar la tensión que había en el ambiente.Enzo, de rostro serio y mirada intensa, mantenía los puños cerrados apoyados en las rodillas. Paolo, con ese aire más reservado, jugaba con una ramita entre los dedos como si buscara calmar la ansiedad. Emiliano, aún con una inocencia que se resistía a perder, observaba las estrellas y susurraba preguntas que nadie se atrevía a responder.—¿Crees que hoy nos lo diga? —preguntó el más pequeño, sus ojos brillando con esa mezcla de curiosidad y miedo.—Debe hacerlo. No podemos seguir viviendo en la oscuridad. Ya somos grandes, tenemos derecho a saber. —respondió EnzoPaolo levantó la vista y miró a sus hermanos, luego hacia la puerta de la casa, como si esperara ver aparecer en cualquier momento
Esa misma noche, Adrianna permaneció despierta, mirando el techo de su habitación. Paolo se había marchado al amanecer, dejándola con un beso en la frente y una promesa silenciosa de acompañarla en lo que viniera.Ella se levantó y fue hasta la habitación de los niños. Los observó dormir: tan tranquilos, tan ajenos a las tormentas de los adultos. El mayor se movía inquieto, como si en sueños intuyera la sombra que se cernía sobre ellos.Adrianna acarició su frente y susurró:—No voy a dejar que vivan con mentiras. Merecen la verdad.Ella volvió a su habitación y tomo el teléfono y llamó a Lety.Era tiempo de empezar de nuevo. —Madrid. Perdóname por despertarte a esta hora, pero necesito que vengas.—¿Te pasó algo mi niña.? Ya voy.Adrianna colgó la llamada y sonrió. Sentía que no podía dejar pasar max tiempo. Necesitaba estar junto a Paolo. Ayudarlo en el proceso.Lety llegó tan pronto como pago.—Hija. ¿Que pasó? —preguntó Lety algo preocupada.Adrianna tomó sus manos y se sentaron
Claudio miró a su padre. Se abrazó tan fuerte a él. Paolo se debatía entre Adrianna y su hijo. Deseaba poder estar con uno sin lastimar al otro. Deseaba proteger a ambos. Su corazón se rompió en mil pedazos, al escuchar la historia de su hijo. —Hijo. Me duele está situación. —Padre, perdóname. Adrianna perdón. Fallé... Fallé. No pude cumplir con lo prometido pero fue más fuerte que yo. —¿Que hiciste hijo? —Fui. Los ví. Padre. Son hermosos mis hijos. Pero no. No me acerqué. Simplemente los miré a distancia. No los quiero lastimar padre. —Paolo pasó las manos por su rostro. Su frustración era tanto al ver a su hijo en esa situación.—Hijo mío. Cuánto daría por que las circunstancias fueran otras. —Tranquilo padre. Es mi destino y lo acepto. Paolo sentía la impotencia de no poder ayudar a su hijo. Verlo demacrado y con ojeras marcadasEra la certeza de que Claudio tenía noches sin dormir. Sus pensamientos eran un vaivén entre el alivio de haber tomado una decisión.el temor de lo qu
El sacerdote lo miró, sin entender del todo.—¿Qué quieres decir, hijo?Claudio levantó la mirada. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, brillaban con una intensidad nueva, como la de un hombre que acababa de ver una salida donde antes había solo abismo.—Quiero entregarme. Quiero… ser sacerdote.El padre Ricardo entrecerró los ojos, sorprendido por la fuerza de aquella declaración.—¿Estás consciente de lo que dices? No es un camino ligero, ni fácil. No es un escape.Claudio asintió con firmeza.—Lo sé. Y no lo busco como huida… lo busco como condena y como redención. Quiero que mi vida sea servicio. Quiero cargar con el peso de los pecados del mundo, como yo cargué con el mío. No puedo ser padre para mis hijos, pero quizás… solo quizás puedo ser padre para los que no tienen uno.Hubo un silencio reverente. El sacerdote, conmovido, se acercó más y lo miró con profunda seriedad.—Si decides esto, Claudio, deberás morir al hombre que fuiste. Significa que renunciarás a tu nombre, a tus
Último capítulo