Capitulo 5

Claudio como pudo salir sigilosamente sin ser visto, sentía su corazón acelerado, su mente era un caos total, fragmentos de lo sucedido llegaba como saetas fulminantes que dolían, y se negaba a creer lo ocurrido, deseaba morir antes de aceptar en lo que se había convertido.

—No...no lo puedo creer, en qué me convertí ¡Dios! ¿Que hice? Soy un monstruo, no me lo perdonaré jamás.

—se decía así mismo,  negándose a esa cruel realidad. Salió y caminó tambaleándose, subió al ascensor y marcó los dígitos de planta baja, sentía náuseas, su cabeza daba vueltas y su visión se nublaba.

Apoyado contra la fría pared metálica, sentía una mezcla de temor y culpa.

—No fui yo, no era yo, ese misytul no era yo. ¡No! ¡No! —se reprochó golpeando a puño cerrado el suelo al momento de caer de rodillas. Sintió una fuerte presión en el pecho, sería que su corazón salir por su boca.

Las puertas metálicas se abrieron, se puso de pie y salió, subió a su auto y condujo a toda prisa hasta llegar a una clínica privada.

—Por favor, necesito hablar con el doctor Nelson D'Maria —pidió a la recepcionista.

—Sin cita previa no puedo dejarlo pasar, hay prioridades —respondió la mujer, justo cuando Nelson apareció y la interrumpió.

—Déjalo pasar, por favor.

Claudio se giró y lo vio. Entró al consultorio y cerró la puerta tras él, con los nervios a flor de piel.

—¿Qué pasa, hermano? No te veo bien —preguntó Nelson al notar su estado.

—Necesito hacerme unas pruebas —pidió Claudio, sin protocolos ni saludos.

Nelson lo miró sorprendido, sin entender del todo, pero ordenó la realización de varios exámenes. Mientras esperaban los resultados, Claudio relató parte de la historia, lo poco que recordaba y sus sospechas.

—No lo creo, Claudio. No te creo capaz de hacer semejante cosa.

—Todo es confuso en mi mente, no tengo imágenes claras. Pero en mis leves recuerdos retumba la súplica de una mujer… y mira estos arañazos en mi cuello.

—Tiene que haber cámaras en ese lugar. No puede ser, Claudio. Ten conciencia, por favor. Lo que estás diciendo es muy grave. Te lo digo como amigo… y ahora como médico. Ya ordené todas las pruebas necesarias para saber qué sustancias tienes en el organismo.

Claudio se sometió a cada análisis. Horas después, llegaron los resultados.

Mientras tanto, fue al hotel donde se realizó la fiesta. Pidió revisar las cámaras de seguridad y observó cada escena con atención. Vio cuando Charlotte le brindó una copa de champaña. Luego, notó a la mujer que había querido conocer esa noche, pero por diversas razones no se había acercado a ella. Se pasó las manos por el rostro, frustrado, y siguió mirando. Charlotte apareció en la misma dirección.

—¿Charlotte? ¿Qué hace ella ahí? —se preguntó en silencio.

Su celular sonó con la notificación de un correo.

"Alguien pudo haber escopolaminado tu bebida."

Salió sin pronunciar palabra, subió a su auto y condujo sin rumbo. Lo que tanto temía parecía confirmarse. Llegó a una playa solitaria, bajó del auto y caminó descalzo sobre la arena tibia. Cayó de rodillas, apretó los puños contra la arena. Estaba tan confundido que no podía pensar con claridad. Deseaba con todo su ser que todo fuese una pesadilla.

No podía decírselo a su padre. No quería provocarle tristeza ni que lo viera como un degenerado.

—¡Aaaahhh! ¡Dios! ¿Por qué permitiste que esto me sucediera? —gritó desde lo más profundo de su alma.

Cayó boca abajo y lloró. ¿Que los hombres no lloran? Claro que lloran. Unos por perder al amor de su vida… otros por negarse a aceptar que fueron depredadores involuntarios, víctimas de mentes retorcidas que, en ese momento, tal vez vivían tranquilas.

No supo cuánto tiempo permaneció así. Lloró, durmió a la intemperie. El frío calaba sus huesos, anestesiando un poco su dolor. La noche llegó, y luego un día gris, casi lluvioso. Sentado frente al mar, con mil preguntas en su cabeza, se sentía desorientado. Nelson era su amigo, el único que le creía, pero no era suficiente. Necesitaba orientación en medio de esa confusión.

La noche volvió a caer. Continuaba en la misma posición. Metió las manos entre las piernas, se dejó caer de lado sobre la arena y, allí, volvió a llorar, negándose a aceptar lo sucedido.

—Madre… jamás creí decir esto, pero me alegra no tener que mirarte a los ojos y ver en ellos la decepción —susurró entre lágrimas.

Despertó en medio de la noche, subió a su auto y condujo con una decisión tomada. Fue al consultorio de Nelson y pidió verlo.

—Por favor, señorita, ¿puede anunciarme con el doctor Nelson Duarte?

—Enseguida lo atiende —respondió la enfermera, guiándolo hacia el pasillo.

—Muchas gracias.

Media hora después estaba frente a Nelson.

—No puedo creer lo que me estás diciendo, Claudio.

—No tengo alternativa. No veo salida.

—¿Hablaste con tu padre? Estoy seguro de que lo entenderá —dijo Nelson, mirándolo fijamente.

—Prefiero morir antes que mirarlo a los ojos y decirle que su único hijo es un violador.

—No lo eres, Claudio. No digas eso, hermano. Sé lo difícil que debe ser para ti… despertar un día sin saber lo que hiciste, y luego recordar. Piénsalo bien, por favor.

Claudio lo miró en silencio y salió del consultorio. Condujo sin rumbo por la ciudad y, tres horas después, llegó a su departamento.

Al entrar, encontró a Charlotte dormida en el sofá. Se acercó, se puso a su altura y la despertó.

—Despierta, Charlotte. ¿Qué haces aquí? —dijo sacudiéndola del brazo.

Charlotte despertó, lo miró y se lanzó a sus brazos.

—Claudio… ¿Dónde has estado? Te busqué por todos lados y no te encontré. Vine aquí esperando hallarte.

—¿Charlotte, qué me diste en esa maldita copa? ¡Dime por qué lo hiciste! ¡Mira lo que provocaste, arruinaste mi vida! ¡Eres una perra! ¿Cómo pudiste hacerme esto? —gritó, apretando su cuello con furia, deseando ahorcarla. Tenía frente a él a la causante de su desgracia.

Charlotte, desesperada, forcejeó hasta liberarse.

—¡Suéltame, Claudio! ¡Esa no fue mi intención! Pero ese es tu instinto… ¡No me culpes por haberlo despertado!

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡No tienes idea del infierno en el que vivo! Vas a pagar por tu maldita acción.

—¿Y tú? ¿Pagarás por lo que le hiciste a esa pobre mujer?

—¡Sal de aquí, Charlotte! ¡Vete! Y jamás vuelvas a cruzarte en mi camino —gritó, echándola a la fuerza.

Cerró la puerta, cayó al suelo, se deslizó contra ella, y se tomó la cabeza deseando olvidar. Luego, intentó poner en orden sus ideas, fue al baño, se quitó la ropa y abrió la ducha.

Bajo el agua cerró los ojos, dejando que cada gota corriera por su cuerpo, como si pudieran limpiar su alma. Sus lágrimas se mezclaban con el agua. No supo cuánto tiempo estuvo así.

Salió temblando, se envolvió en una bata. El silencio de la habitación era sepulcral. Fue al vestidor y se percató de las decenas de llamadas perdidas de Paolo, su padre.

"Hijo, ¿dónde estás? Llámame, por favor."

Su celular volvió a sonar. Respondió.

—Padre…

—Claudio, ¿estás bien, hijo? ¿Dónde has estado todo este tiempo sin responder?

—Un viaje inesperado. Recién llego. Ya voy a verte —dijo, colgando y tirando el celular sobre la cama.

Se cambió, se puso su mejor traje y corbata. Se miró al espejo. Ya no era el mismo Claudio de antes de aquella noche. Sonrió, dispuesto a enfrentar el mundo. Ese viaje sería largo… y no sabía cuándo volvería a estar frente a su padre.

Tomó las llaves de su Lamborghini y salió.

Al llegar al edificio donde Paolo tenía su oficina, subió. Todas las empleadas lo miraban y cuchicheaban.

—Qué guapo es…

—Parece un Adonis. Le daría lo que me pidiera…

Claudio entró al ascensor, presionó el botón y subió al piso 40. La secretaria lo recibió.

—Señor Marcetti, su padre está en una junta. Si desea esperarlo, puede pasar a su oficina.

—¿Tardará mucho?

—Media hora más.

—Está bien, lo esperaré —respondió.

Entró en la oficina, miró cada detalle, suspiró profundo y cerró los ojos. Ya no ocuparía ese sillón, como deseaba su padre.

Cuando menos lo esperaba, Paolo estaba detrás de él.

—Hijo… ¿cómo has estado? Te ves muy bien —dijo, abrazándolo.

Claudio respondió al abrazo, sabiendo que sería el último que le daría en mucho tiempo. Estaba ahí para despedirse.

—Padre… estuve de viaje. Solo vine a despedirme. Me voy nuevamente, y esta vez no sé cuándo volveré.

—¿Por qué ese cambio de planes tan repentino? Te falta poco para graduarte. ¿Dejarás todo por una aventura? Puedes hacerlo después.

—No hay tiempo, padre. Esta excursión será única. No habrá otra.

—¿Y dónde será esa excursión que no puede esperar?

—En las cordilleras del Himalaya.

—Padre… soy joven aún. Déjame cumplir con mi destino. Cuando regrese, te prometo que seré un empresario tan exitoso como tú. Pero por ahora, no puedo cumplir tus expectativas. Solo te pido tu apoyo. Cuando vuelva… seré digno de estar frente a ti.

Se abrazó a su padre. Paolo sintió un escalofrío recorrerle la espalda. En ese abrazo… sintió cuánto lo necesitaba su hijo.

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