Esa misma noche, Adrianna permaneció despierta, mirando el techo de su habitación. Paolo se había marchado al amanecer, dejándola con un beso en la frente y una promesa silenciosa de acompañarla en lo que viniera.
Ella se levantó y fue hasta la habitación de los niños. Los observó dormir: tan tranquilos, tan ajenos a las tormentas de los adultos. El mayor se movía inquieto, como si en sueños intuyera la sombra que se cernía sobre ellos.
Adrianna acarició su frente y susurró:
—No voy a dejar que vivan con mentiras. Merecen la verdad.
Ella volvió a su habitación y tomo el teléfono y llamó a Lety.
Era tiempo de empezar de nuevo.
—Madrid. Perdóname por despertarte a esta hora, pero necesito que vengas.
—¿Te pasó algo mi niña.? Ya voy.
Adrianna colgó la llamada y sonrió. Sentía que no podía dejar pasar max tiempo. Necesitaba estar junto a Paolo. Ayudarlo en el proceso.
Lety llegó tan pronto como pago.
—Hija. ¿Que pasó? —preguntó Lety algo preocupada.
Adrianna tomó sus manos y se sentaron