Claudio giró lentamente. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a Emiliano. Durante un segundo, la sorpresa lo dejó sin palabras.
—Emiliano… —susurró para adi mismo. Nuevamente Nelson lo tenía informado enviando fotografías de ellos.
El joven avanzó un paso más, temblando de rabia.
—¿Sacerdote? —escupió la palabra con desprecio.
—¿Eso eres ahora? ¿Crees que con una sotana puedes borrar lo que hiciste? ¿Que puedes esconderte detrás de Dios para limpiar tus pecados?
Claudio apretó los labios. Bajó lentamente del altar y se acercó, con la mirada llena de dolor.
—No busco esconderme. Estoy aquí porque necesito expiar mi culpa. Porque no sé cómo vivir con lo que hice.
—¡No! No intentes justificarte. ¡Lo que hiciste con mi madre no tiene perdón! La destrozaste, la marcaste para siempre. Y ahora… ¿quieres jugar a ser santo? ¿Quieres que te vean como un hombre bueno, como un guía espiritual? ¡Eres un farsante! —gritó Emiliano, con los ojos llenos de lágrimas
Claudio respiró hondo, tratando