Mundo de ficçãoIniciar sessãoAriadna lo tenía todo: un apellido poderoso, un futuro asegurado y la ilusión de dirigir la empresa familiar. Pero cuando el imperio de su padre se derrumba en un escándalo, ella queda atrapada en un juego de poder con Dante Volkov, el hombre que compró la compañía… y su destino. Entre humillaciones, secretos y una atracción peligrosa, Ariadna deberá decidir si se algunas de sus reglas o aprende a jugar con las suyas propias. Un matrimonio por venganza donde nada es lo que parece y donde el corazón puede convertirse en el arma más letal. Dante Volkov nunca pierde. Construyó su imperio a base de estrategia, paciencia y mano firme. Cuando el escándalo destruye al poderoso empresario que alguna vez lo humilló, Dante ve su oportunidad perfecta para cobrarse la deuda: quedarse con su empresa… y con su hija. Pero Ariadna no es la pieza dócil que imaginaba; su vulnerabilidad oculta fuerza, y su silencio es un desafío. Lo que empezó como un juego calculado de venganza se convierte en un territorio peligroso donde el poder se confunde con el deseo y donde Dante tendrá que decidir si su plan vale más que la mujer que lo desarma.
Ler maisEl salón de juntas, ubicado en el último piso del edificio corporativo, siempre había sido para Ariadna un lugar solemne, donde el silencio se rompía solo con conversaciones de negocios y brindis en ocasiones especiales. Aquella mañana, sin embargo, el silencio no era solemne, sino pesado, casi asfixiante. Era el inicio del jodido fin. Su propio fin y el de la vida como la conocía.
Las paredes revestidas en madera oscura parecían cerrarse sobre los presentes. El aroma a café recién hecho, que alguna vez le resultó reconfortante, hoy le sabía a amargo incluso sin probarlo. Sentada en una de las esquinas de la larga mesa de caoba, Ariadna mantenía las manos entrelazadas sobre su regazo, ocultando el temblor de sus dedos.
Llevaba un vestido beige sencillo, con cuello redondo y mangas tres cuartos, que su madre siempre habría aprobado por su sobriedad. El maquillaje era apenas un toque, suficiente para cubrir las ojeras de las últimas noches sin dormir. Pero, por más que cuidara su imagen, sabía que nada en su apariencia podía cambiar el hecho de que estaba allí como testigo de la caída de su familia.
Su padre, sentado a tres sillas de distancia, parecía más viejo de lo que recordaba. Los hombros encorvados, el ceño marcado por surcos profundos y una rigidez en la mandíbula que revelaba rabia contenida. No la miraba. No lo hacía desde que las acusaciones estallaron en los noticieros: múltiples empleadas, testimonios grabados, titulares que destrozaron no solo su reputación, sino la estabilidad de la empresa.
En un principio, Ariadna creyó que todo se resolvería. Que se trataba de un malentendido o un ataque contra su padre. Pero con cada reunión de emergencia, con cada llamada que él tomaba a puerta cerrada, comprendió que la verdad era más sucia y peligrosa de lo que imaginaba.
—Vamos a comenzar —dijo uno de los directivos, rompiendo el silencio.
Los abogados entraron en fila, con carpetas bajo el brazo. El sonido de las hojas siendo colocadas sobre la mesa resonó en la sala como un martillo golpeando una campana. Ariadna sintió un leve escalofrío. Cada carpeta representaba un pedazo más de lo que perderían ese día.
El discurso fue breve, técnico, lleno de cifras, cláusulas y términos legales que apenas entendía. Sin embargo, bastó con observar las expresiones en los rostros para saber que se trataba de una rendición.
—El acuerdo se ha revisado en su totalidad —dijo uno de los abogados, con voz neutra—. La transferencia será efectiva inmediatamente después de la firma.
Ariadna miró a su padre. Esperaba ver algún gesto de resistencia, una última palabra, pero él solo tomó la pluma y estampó su firma con un trazo firme. La tinta negra se impregnó en el papel como una sentencia irreversible.
Un nudo se formó en su garganta. Había crecido con la idea de algún día dirigir esa empresa, como lo había soñado su madre antes de morir. Y ahora, todo se desvanecía frente a sus ojos.
El murmullo entre los directivos era bajo, cargado de nerviosismo. Algunos parecían ansiosos, otros aliviados, como si la venta fuera un respiro más que una tragedia. Ariadna, en cambio, sentía que la sala se quedaba sin aire.
La puerta del salón de juntas se abrió y un joven asistente, impecablemente vestido, se asomó.
—El señor Volkov ha llegado.
Las miradas se cruzaron en un instante. El nombre bastó para tensar la atmósfera. Se hizo un silencio aún más profundo, como si todos se prepararan para la llegada de una figura que no admitía titubeos.
Ariadna había escuchado ese nombre muchas veces en las últimas semanas, casi siempre en susurros o con un matiz de advertencia. Dante Volkov no era solo un inversionista; era un estratega despiadado, un hombre que convertía empresas en imperios o en ruinas según le conviniera. Nadie lo enfrentaba sin pagar un precio.
Era despiadado en cuanto a negocios. Ella había investigado sobre él pero no había encontrado más que chismes del corazon sobre mujeres con las que se había visto involucrado.
Los pasos resonaron en el pasillo antes de que lo viera. Eran pasos seguros, calculados, sin prisa. Cuando la puerta se abrió por completo, el aire de la sala pareció cambiar.
Dante Volkov entró como si la empresa ya le perteneciera… porque así era.
Alto, con el porte de un depredador que no necesita mostrar los colmillos para intimidar, vestía un traje oscuro perfectamente entallado, camisa blanca y corbata negra. Su cabello, peinado hacia atrás, dejaba al descubierto un rostro de facciones marcadas y mirada gris metálica que se paseó por la sala con calma estudiada.
No saludó de inmediato. Observó. Evaluó.
Cada persona parecía encogerse bajo el peso de su atención. Cuando sus ojos se posaron en Ariadna, ella sintió como si la atravesara un frío cortante. No había reconocimiento, simpatía ni curiosidad. Era la mirada de un hombre que clasifica y mide, que decide si algo —o alguien— le es útil o prescindible.
—Señores —dijo finalmente, con una voz grave, modulada—. A partir de hoy, esta empresa tiene un nuevo dueño… y un nuevo rumbo.
Su tono no era una simple declaración; era un recordatorio de que el juego había cambiado. Los directivos lo escuchaban con atención reverente. Su padre mantenía la vista fija en la mesa, como si la madera pudiera tragarlo.
Dante dejó una carpeta sobre la mesa y la empujó suavemente hacia el centro.
—En las próximas semanas habrá cambios estructurales. Espero cooperación absoluta.
Ariadna no se movió, pero su respiración se volvió más pesada. Por un instante, tuvo la sensación de que todo en su vida —sus planes, su libertad, su identidad— quedaría bajo las mismas reglas que esa empresa. Reglas dictadas por él.
Odiaba eso. Ya había pasado toda su vida bajo el yugo de su padre. No necesitaba otro hombre más que quisiera controlar su vida.
La reunión continuó con formalidades, pero las palabras flotaban como ruido lejano para ella. Su mirada, sin proponérselo, volvía a él cada vez. Dante no hablaba más de lo necesario, pero cada frase era precisa, como un golpe certero.
Finalmente, cuando las presentaciones y acuerdos llegaron a su fin, Dante cerró la carpeta con un movimiento lento y deliberado. Se incorporó, y su presencia llenó el espacio.
—Eso es todo por hoy. Comenzaremos mañana.
Se giró hacia la puerta, pero antes de salir, sus ojos se encontraron de nuevo con los de Ariadna. Esta vez, sostuvo la mirada un segundo más, como si quisiera asegurarse de que entendía que su vida estaba a punto de cambiar.
Y luego, se fue, dejando tras de sí un silencio que pesaba más que cualquier palabra.
Ariadna terminó de comer en silencio. No tenía mucha hambre, pero sabía que necesitaba el analgésico. El cansancio le pesaba en los hombros. La casa era demasiado grande para sentirse cómoda.Dante estaba de pie cerca de una puerta lateral, hablando por teléfono en voz baja. No parecía una conversación tranquila. Su espalda estaba rígida.—No. Ya te dije que no —dijo—. Esta vez no.Colgó sin despedirse.Luego volteó hacia ella.—Voy a salir un rato —dijo—. Hay cosas que tengo que resolver en persona. No será largo.Ariadna levantó la mirada.—¿Me vas a dejar sola?—No —respondió—. Hay personal suficiente. Nadie va a entrar aquí sin mi autorización.Ella asintió, sin discutir.—Si necesitas algo, pídelo —añadió él—. No te falte nada.—Está bien.Dante caminó hacia la salida. Se detuvo un segundo, como si fuera a decir algo más, pero no lo hizo. Abrió la puerta y se fue.El sonido del motor alejándose se perdió rápido entre los árboles.Ariadna soltó el aire despacio.La casa volvió al
El coche dejó la autopista y tomó un camino largo, oscuro, bordeado de árboles altos. Ariadna se mantenía en silencio, con la frente apoyada en el vidrio. Ya no preguntó nada más. Estaba cansada. Demasiado.Después de varios minutos, unas rejas negras aparecieron al fondo del camino. El coche redujo la velocidad. Las puertas se abrieron de forma automática.Ariadna se enderezó en el asiento.—¿Esto es… tu casa real?—Sí —respondió Dante.El coche avanzó entre jardines amplios. Una mansión blanca apareció iluminada al fondo. No era ostentosa como el penthouse. Era grande, sí, pero sobria. Callada. Aislada.El coche se detuvo frente a la entrada principal.Antes de que Ariadna pudiera moverse, varias personas salieron de la casa. No corrían. No hablaban entre ellos. Se movían con orden.Un hombre mayor abrió la puerta del lado de Ariadna.—Bienvenida, señorita.Ella dudó unos segundos antes de bajar.Una mujer de unos cuarenta años se acercó de inmediato.—Debe estar agotada —dijo con v
El coche avanzaba por una avenida secundaria.Ariadna seguía con la frente apoyada en el vidrio. La respiración aún no se le había normalizado. El cuerpo le temblaba más por lo que acababa de pasar que por el frío.Dante manejaba con una mano firme sobre el volante. La otra descansaba tensa sobre su muslo. No había música. Solo el ruido del motor y de la ciudad filtrándose por las ventanas.—Pensé que me iban a agarrar —dijo ella otra vez, más bajo.—No iba a pasar —respondió él.—Eso dijiste… pero ellos estaban ahí.Dante no contestó.El silencio volvió a caer.Ariadna cerró los ojos un segundo. Cuando los abrió, ya no lloraba, pero tenía los ojos ardidos.—No quiero volver a tu casa —repitió.—Ya te dije que no vamos allá.—Entonces dime a dónde vamos.—Primero necesito que estés tranquila.—No lo estoy.—Lo sé.Otro silencio.Ariadna se movió en el asiento. Se pasó una mano por el cabello. La férula le molestaba. El abrigo le pesaba sobre los hombros.—Esto es una locura —dijo—. To
El taxi avanzó entre el tráfico sin decir nada.Ariadna llevaba la espalda rígida contra el asiento. Aún tenía el teléfono apretado en la mano. La aplicación marcaba el trayecto hacia casa de su madre. Miró por la ventana sin ver nada en concreto. Las luces pasaban. La ciudad seguía igual. Ella no.El chofer rompió el silencio.—¿Todo bien, señorita?—Sí —respondió sin mirarlo—. Solo conduzca.El hombre asintió y volvió a la carretera.Ariadna respiraba rápido. El pecho le subía y le bajaba con dificultad. Tenía la nariz palpitando bajo la férula. La cabeza le daba vueltas, no solo por el analgésico. Todo había pasado muy rápido.Dante.Los mensajes.La discusión.El miedo.El encierro.La huida.Su teléfono vibró.Dante.No contestó.Vibró otra vez.Lo apagó.El taxi siguió avanzando.Pasaron dos cuadras.El celular volvió a encenderse solo con otra vibración.Mensaje nuevo.Número desconocido.Ariadna sintió un tirón en el estómago antes de leerlo.“Vas en un taxi gris. Matrícula te
Ariadna no pensó.Marcó el número de Dante con la mano temblando.Él contestó al primer tono.—¿Ariadna?Ella no pudo responder.Le salió un sollozo fuerte, corto, como si se hubiera roto algo dentro.—¿Qué pasó? —preguntó Dante, ya serio—. Ariadna, dime qué pasó.Ella respiró entrecortado.—Me… me escribieron —logró decir—. Me mandaron mensajes. Dicen que… que saben que estoy escondiendo a Velik. Que… que van a venir otra vez. Que me buscan a mí.Hubo un silencio raro.Como si Dante estuviera conteniendo algo.—No van a encontrarte —dijo con voz firme—. Estás segura. Nadie tiene acceso al edificio. Nadie puede subir. No te van a tocar.Ariadna empezó a llorar más fuerte.—No entiendes —gritó, desesperada—. ¡No quiero seguir aquí! ¡No quiero seguir contigo! ¡Me quiero ir con mi mamá!—Ariadna, no —respondió él rápido—. Escúchame. Akira va a solucionarlo. No te van a molestar más. Quédate ahí. No abras la puerta. No salgas. Solo——¡No me importa Akira! —lo interrumpió ella, subiendo la
Ariadna estaba todavía apoyada en la mesa, procesando todo lo que Akira había dicho, cuando el celular vibró.Vio el nombre en la pantalla:Mara.Sintió un pequeño nudo en el estómago.No sabía qué decirle.No podía contar la verdad.Respondió.—¿Hola?La voz de Mara salió rápido, apurada, como si estuviera caminando mientras hablaba.—¡Ari! Te llamé ayer y no contestaste. Te escribí anoche y tampoco… Me preocupé. ¿Estás bien?Ariadna respiró hondo.—Sí, sí. Estoy bien —mintió—. Solo… he estado acostada. Cansada.Hubo un silencio corto.—Hoy es miércoles —dijo Mara—. No llegaste a la oficina ni ayer ni hoy. Pensé que estabas enferma… pero Dante me entregó tu licencia médica esta mañana. Eso fue lo raro.Ariadna se tensó.—¿La entregó él? —preguntó, tratando de sonar casual.—Sí —respondió Mara—. Pasó por recepción y dejó la hoja. Salió rápido. No se quedó a hablar con nadie. Solo dijo que estabas en descanso médico y que no te molestáramos.Ariadna se mordió el labio.Mara siguió habl
Último capítulo