Capítulo 8: Hermanos

El corazón de Ariadna dio un salto. Recordar a Akira todavía le dolía en la piel. La imagen del café derramado sobre su blusa volvía como un flash. Pero antes de que pudiera decir algo, Velik levantó las manos, como disculpándose.

—No te asustes —dijo con una sonrisa amable—. Créeme, yo no soy como ellos.

Ariadna lo miró, insegura.

—Bueno… es difícil de creer.

—Lo sé —contestó él con naturalidad—. Todos esperan que yo sea igual, pero no lo soy. Dante y Akira eligieron un camino. Yo elegí otro.

Mara lo interrumpió con un guiño.

—Velik es la excepción en esa familia. Por eso estamos juntos.

Él rió.

—O tal vez porque no pudiste resistirte a mis encantos.

Mara lo golpeó suavemente en el hombro y Ariadna no pudo evitar sonreír ante la escena. Era extraño: la idea de un Volkov amable, simpático, incluso coqueto, no encajaba con lo que ella había visto hasta ahora.

—No lo compares con Dante, Ariadna —dijo Mara, tomando de nuevo su margarita—. Si sigues trabajando ahí, lo vas a notar. Velik no tiene nada que ver con el hielo que viste en la oficina.

Velik inclinó un poco la cabeza hacia ella, serio por un instante.

—Sé lo que mi hermano puede hacer sentir. Es… intimidante, ¿verdad?

—Eso es poco decir —respondió Ariadna sin pensarlo, y luego se arrepintió de hablar tan directo.

Pero él solo rió.

—No te preocupes, no voy a decírselo. —La miró con un brillo travieso en los ojos—. Tu secreto está seguro.

Ariadna bajó la mirada al vaso vacío que tenía frente a ella. No sabía qué pensar. Estaba sorprendida, confundida, y al mismo tiempo… aliviada. No todos los Volkov eran como Dante y Akira.

—Ven, siéntate con nosotros —dijo Mara, jalando a Velik hacia la mesa.

Él se acomodó junto a ella, pasando un brazo por encima de sus hombros con naturalidad. Ariadna los observó un momento y luego suspiró. Esa noche estaba resultando muy distinta de lo que había imaginado.

El ambiente del club parecía más tranquilo en esa mesa apartada, aunque la música seguía retumbando en las paredes. Mara estaba acurrucada contra Velik, riéndose por cada broma que él decía, mientras Ariadna trataba de mantenerse relajada. La presencia de Velik era extraña para ella: demasiado cercana, demasiado familiar. No podía evitar pensar en Dante, aunque fuesen polos opuestos.

Velik la miró directamente y, con un tono amigable, rompió el silencio incómodo:

—Entonces, Ariadna, ¿qué te ha parecido la empresa hasta ahora?

Ella parpadeó, insegura.

—Pues… —buscó las palabras con cuidado—. Es un ambiente… exigente.

Mara soltó una carcajada y le dio un codazo suave.

—Anda, dilo sin filtros. Te parece un infierno, ¿verdad?

Ariadna sonrió, pero fue una sonrisa nerviosa.

—Digamos que… no es lo que esperaba.

Y por supuesto que tampoco esperaba que su padre después de tantos años perdiera el control de su propia empresa y el nuevo CEO se la llevara a ella como castigo a la suya.

Velik apoyó el brazo sobre la mesa y entrelazó los dedos.

—Eso suena a que Dante no te lo está poniendo fácil.

Ariadna tragó saliva.

—No se trata solo de él. —Desvió la mirada hacia su vaso—. En general, siento que no encajo.

—Claro que encajas —replicó Mara, poniéndose seria por un momento—. Lo que pasa es que allá dentro todos son tiburones, y tú todavía estás aprendiendo a nadar entre ellos.

Velik asintió.

—Mi hermana y mi hermano disfrutan de intimidar a la gente. Es su forma de probar a los demás.

Ariadna arqueó las cejas, sorprendida por lo directo que era.

—¿Así que lo admites?

—Por supuesto —respondió él, encogiéndose de hombros—. Dante cree que la presión revela el verdadero carácter de una persona. Akira… bueno, ella es peor. A ella le gusta hacer sentir a los demás menos que nada, solo porque puede.

El estómago de Ariadna se revolvió al recordar el café derramado. No dijo nada, pero Velik lo notó.

—¿Ya tuviste algún encontronazo con Akira? —preguntó, observándola con atención.

Ella respiró hondo.

—Algo así.

Mara bufó y rodó los ojos.

—Seguro te trató como si fueras invisible o, peor aún, como una molestia.

Ariadna se limitó a asentir. No quería entrar en detalles.

Velik suspiró.

—No dejes que te afecte. Akira se alimenta de eso. Mientras más te ofendas o te sientas menos, más satisfechos se sienten ella y Dante.

Ariadna levantó la vista, sorprendida.

—¿Y tú? ¿No eres igual?

Él sonrió, inclinándose un poco hacia adelante.

—Te lo dije: yo no juego a lo mismo. No tengo interés en dirigir imperios ni en aplastar gente para demostrar poder.

Mara intervino con una risa.

—Él es el rebelde de la familia. El único que decidió no seguir la sombra de los Volkov.

—¿Y qué haces entonces? —preguntó Ariadna con curiosidad.

Velik se recostó en el asiento.

—Inversiones, cosas pequeñas… nada comparado con la maquinaria que mueve Dante. Pero al menos duermo tranquilo.

Ariadna lo miró un segundo más de lo que debía, analizando su gesto relajado. Era raro pensar que compartía sangre con Dante. No había rastro de dureza en su rostro; al contrario, parecía alguien capaz de escuchar y sonreír sin segundas intenciones.

Mara tomó la palabra de nuevo.

—Velik es el tipo de hombre que invita a cenar a todos sus amigos, aunque no tenga espacio en la mesa. Es lo opuesto a Dante, que apenas tolera a la gente. Aveces creo que no se tolera ni a sí mismo.

Velik sonrió divertido.

—Y tú me quieres porque siempre hay comida, ¿cierto?

—Exacto —respondió Mara entre risas, apoyando la cabeza en su hombro.

Ariadna se sintió de repente fuera de lugar. Miró a la pista de baile, llena de luces, y pensó en lo sola que se sentía en medio de tanta gente.

Velik, quizá notando su incomodidad, cambió de tema.

—¿Y qué haces fuera de la empresa? ¿Tienes algún hobby, algo que disfrutes?

Ella lo pensó unos segundos.

—Hace tiempo que no me doy el lujo de tener pasatiempos. Me concentro en el trabajo, en sobrevivir.

Él arqueó una ceja.

—Eso suena triste.

Ariadna se encogió de hombros.

—Es la realidad.

Mara la miró con ternura.

—Por eso quise sacarte hoy. Para que no te olvides de que hay más vida que esa oficina.

Velik asintió.

—Mara tiene razón. A veces hay que escaparse un poco, aunque sea por unas horas.

Ariadna soltó una risa breve, incrédula.

—No pensé escuchar eso de un Volkov.

Él se inclinó hacia ella con una sonrisa segura.

—Ya te dije que no soy como ellos.

El silencio se estiró unos segundos, y Ariadna desvió la vista primero. No quería que esa sensación rara creciera.

Mara, como si notara la tensión, aplaudió de repente.

—¡Vamos a bailar!

—Yo paso —dijo Velik, levantando las manos.

—Pues Ariadna y yo vamos —decidió Mara, tomándola de la mano.

Antes de que Ariadna pudiera protestar, ya estaban de pie. Velik se quedó viéndolas con una sonrisa tranquila, mientras las dos chicas se perdían entre la multitud de la pista. Ariadna, al moverse, todavía sentía en la nuca la intensidad de la mirada verde de Velik.

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