Mundo ficciónIniciar sesiónEsa noche Ariadna había aceptado salir con Miles, su novio. Necesitaba distraerse después de una semana tensa en la empresa. Se pusieron de acuerdo para encontrarse en un bar no muy lejos de su apartamento.
Llegó diez minutos antes que él y se sentó en la barra. Llevaba un vestido blanco sencillo, entallado en la cintura, y unas sandalias bajas. Cuando Miles llegó, le dio un beso rápido en la mejilla y se sentó a su lado.
—Te ves bonita —dijo, sonriendo. —Gracias —respondió ella, tratando de dejar atrás el estrés.Pidieron un par de bebidas y comenzaron a charlar sobre cosas ligeras: una película que querían ver, un restaurante nuevo que había abierto en el centro. Miles le contaba una anécdota de su trabajo cuando Ariadna sintió algo extraño. Una humedad incómoda.
No quiso alarmarse, pero la incomodidad creció rápido. Se movió un poco en la silla y sintió un pequeño escalofrío de preocupación.
—Voy al baño un momento —dijo, levantándose.Caminó hacia la puerta del baño de mujeres y, al entrar, fue directo a uno de los cubículos. Cerró la puerta y comprobó lo que temía: una pequeña mancha rojiza en la parte interna de su vestido. El pánico le subió al rostro. No le pasaban esas cosas. Ella era muy puntual con su periodo, siempre lo controlaba con su aplicación del móvil.
Sacó el teléfono y abrió la aplicación de calendario menstrual. El corazón le dio un salto cuando vio el dato: dos días de atraso. Con todo el desastre de la empresa de su padre, lo había olvidado por completo.
—No puede ser… —susurró, sintiendo un nudo en la garganta.Se limpió lo mejor que pudo con papel, pero no era suficiente. Justo en ese momento entró una chica al baño, de cabello castaño y vestido negro. Ariadna respiró hondo y decidió preguntar.
—Perdona… ¿tendrás un tampón? Es… una emergencia.La chica sonrió con amabilidad.
—Claro, espera un momento.Sacó uno de su bolso y se lo entregó.
—Aquí tienes. No te preocupes, nos puede pasar a cualquiera.Ariadna sintió que las lágrimas querían salir. No por el hecho en sí, sino por el día, por la semana, por todo lo que estaba acumulado.
—Gracias… de verdad. —Tranquila —repitió la chica, saliendo del baño.Se colocó el tampón y trató de limpiar lo más posible la mancha con un poco de agua y jabón líquido del dispensador. No desapareció del todo, pero al menos no sería tan visible si se sentaba con cuidado. Se miró al espejo, retocó un poco su maquillaje y respiró hondo antes de salir.
Volvió a la mesa y Miles la miró curioso.
—¿Todo bien? —Sí, todo bien —mintió, forzando una pequeña sonrisa.Pidió un vaso de agua para acompañar su bebida, tratando de relajarse. Fue entonces cuando, al levantar la vista hacia la entrada del bar, lo vio.
Dante Volkov.
Entró acompañado de dos hombres que vestían traje oscuro. A pesar de que el lugar era informal, él parecía encajar como si todo estuviera dispuesto para recibirlo.Sus miradas se cruzaron apenas un instante. Los ojos de Dante no mostraron sorpresa ni interés, solo frialdad y un toque de desdén. Luego, sin más, se giró hacia sus acompañantes y tomó asiento en una mesa apartada.
—¿Lo conoces? —preguntó Miles, notando que ella se tensaba.
—Sí… es mi jefe —respondió Ariadna, evitando mirarlo otra vez. —Pues tiene cara de que no le caes muy bien —comentó Miles con media sonrisa.Ella se limitó a tomar un sorbo de su bebida, tratando de no pensar en que, incluso fuera de la oficina Dante lograba robarle su paz.
Casi media hora despues, Ariadna estaba empezando a relajarse con Miles. Habían hablado de viajes que nunca hicieron y de lo difícil que era encontrar buen café en la ciudad. La música de fondo era tranquila, lo suficiente para escucharse sin gritar. Ella le conocía desde hacía un año. En su ultimo año en la universidad supo que el era el hombre con quien queria casarse. Su amabilidad le convenció. Era sencillamente bueno. Le caía bien a su madre y eso era lo mas importante.
Decidió levantarse para ir al baño otra vez, solo para asegurarse de que no hubiera más problemas con su vestido. Pero en cuanto se puso de pie, un mareo la obligó a apoyarse en el respaldo de la silla.
—¿Qué pasó? —preguntó Miles, dejándolo todo y poniéndose a su lado.—Nada… solo me mareé un poco —dijo Ariadna, intentando restarle importancia.
Miles la miró con atención. —¿Seguro que no es por la sangría? Tal vez te pegó más de lo que piensas.Ella frunció el ceño y lo miró como si acabara de decir algo sin sentido.
—Miles… apenas me tomé una sangría.Él sonrió, esa sonrisa que usaba siempre para suavizar las cosas.
—Está bien, no te enojes. Solo pregunto.Pero algo en su tono no le cuadró a Ariadna. No sabía si fue la manera en que la miró o lo rápido que intentó desviar el tema, pero decidió no darle vueltas en ese momento. Quería irse a casa.
—Vamos, te llevo a casa —dijo Miles, acomodando su brazo alrededor de su cintura.
Salieron juntos del bar. Afuera, el aire fresco de la noche le ayudó a despejarse un poco. Miles la acompañó hasta la acera y la dejó junto a la puerta del coche mientras él daba la vuelta para colocarse en el asiento del conductor.
Ariadna estaba a punto de abrir la puerta cuando sintió una presencia detrás. Antes de girar, algo caliente y acogedor le cubrió los hombros y la espalda. Era un chaleco.
Se dio la vuelta y se encontró frente a Dante Volkov. Él no dijo más que una frase corta y seca:
—Me lo devuelves luego.Miles, desde el otro lado del coche, los miró con el ceño fruncido, sin entender de qué iba todo. Ariadna, en cambio, sintió cómo se le congelaba el cerebro. Sabía perfectamente por qué lo había hecho. Era por la mancha en su vestido.
Dante se alejó sin añadir nada más, reuniéndose con los dos hombres que lo esperaban a pocos metros. Ella subió al coche sin mirarlo de nuevo.
Miles entró, encendió el motor, pero no dijo nada. Ariadna tampoco. El resto del camino fue en silencio, con su mente atrapada en un solo pensamiento: qué extraño era Dante Volkov.
***
A la mañana siguiente, sábado, su teléfono vibró sobre la mesita de noche. Era un mensaje de un número de la oficina.
"Trabajo corporativo necesario. Preséntese en el piso ejecutivo a las 9:00."
Ariadna lo leyó dos veces. Era sábado. No entendía por qué tendría que ir, pero tampoco quería arriesgarse a ignorar la orden.
Llegó a la oficina puntual. El ambiente estaba más vacío que de costumbre, con solo unas pocas personas trabajando. Subió al piso ejecutivo y tocó la puerta de la oficina de Dante.
—Pase —dijo su voz desde dentro.
Entró. Él estaba revisando unos documentos. No levantó la vista de inmediato.
—Aqui tiene. —Extendió el chaleco y esperó que el lo tomará.
—Dejalo en el sofá. —dijo sin mirarla.
Asi lo hizo y se giró para salir de la oficina.
—Ariadna. —llamó Dante.
Ella se giró a él sin entender qué quería. ¿Como podia comportarse amable un minuto e insoportable dos segundos despues?
—¿Si?
—A partir de hoy vas a encargarte de servir café, agua y bebidas en general para mí y para los empleados de este piso.Ariadna lo miró, sin poder evitar la incredulidad.
—¿Eso es todo?—logró preguntar. —Eso es lo que harás. Trabajarás directamente aquí, donde pueda supervisarte. ¿Algo que quieras decir con respecto a esto?Sintió cómo la molestia le subía al rostro, pero no quería discutir. No con él.
—Haga lo que le dé la gana —dijo al final, con la voz controlada.Dante levantó la vista, la observó unos segundos, pero no dijo nada más.
—Puedes empezar ahora.—dijo sin sonreir, pero ella pudo notar como se estaba divirtiendo minimizandole.—Por supuesto.
—Un café negro, sin azucar. Bien caliente. Taza negra de porcelana. Si no sabes cual es, pregunta a quien encuentres. todos me conocen.
Ella no discutió eso.
Estaba segura que Dante Volkov era capaz de que si le llevaban un café en una taza que no era la suya, tirarsela encima con todo y el contenido.-
Asi que no iba a tentar su suerte con el peor de todos.
Ariadna pasó el resto de la mañana cumpliendo la tarea. Preparó café en una maquina que le salpicó la camisa y la dejó oliendo a café toda la mañana, llevó botellas de agua, anotó pedidos simples. No era difícil, pero sí humillante.
Gracias a que era sabado, había pocas personas en la oficina.
Al salir, fue directo a casa de su madre. Apenas la vio, se derrumbó en un abrazo.
—Renuncia, Ariadna —dijo su madre con firmeza—. Siempre te dije que trabajar con tu padre no era bueno, y menos con ese petulante de Dante Volk-como se llame. Ese hombre solo quiere humillarnos a todos.Ariadna no respondió. Se sentó en el sofá, con los ojos llenos de lágrimas, y por primera vez en mucho tiempo se permitió llorar sin contenerse.







