Ariadna no pensó.
Marcó el número de Dante con la mano temblando.
Él contestó al primer tono.
—¿Ariadna?
Ella no pudo responder.
Le salió un sollozo fuerte, corto, como si se hubiera roto algo dentro.
—¿Qué pasó? —preguntó Dante, ya serio—. Ariadna, dime qué pasó.
Ella respiró entrecortado.
—Me… me escribieron —logró decir—. Me mandaron mensajes. Dicen que… que saben que estoy escondiendo a Velik. Que… que van a venir otra vez. Que me buscan a mí.
Hubo un silencio raro.
Como si Dante estuviera conteniendo algo.
—No van a encontrarte —dijo con voz firme—. Estás segura. Nadie tiene acceso al edificio. Nadie puede subir. No te van a tocar.
Ariadna empezó a llorar más fuerte.
—No entiendes —gritó, desesperada—. ¡No quiero seguir aquí! ¡No quiero seguir contigo! ¡Me quiero ir con mi mamá!
—Ariadna, no —respondió él rápido—. Escúchame. Akira va a solucionarlo. No te van a molestar más. Quédate ahí. No abras la puerta. No salgas. Solo—
—¡No me importa Akira! —lo interrumpió ella, subiendo la