Mundo ficciónIniciar sesiónEl reloj marcaba las siete de la tarde cuando Ariadna llegó a su apartamento. Había sido un día pesado, lleno de tareas pequeñas y miradas incómodas en la oficina. Apenas dejó la bolsa en el sofá, su teléfono vibró.
Era un mensaje de Mara.
*"¿Quieres salir esta noche? Nada formal, solo unas copas y despejarnos un poco. Te hará bien."*
Ariadna se quedó mirando la pantalla. Dudó unos segundos. Parte de ella quería decir que no, que estaba agotada. Pero la otra parte reconocía que necesitaba distraerse. Mara era la única persona en esa empresa que la había tratado con respeto.
*"¿Dónde?"*, respondió al final.
No tardó en llegar la respuesta: *"En el centro. Te recojo a las nueve. No te preocupes, yo manejo."*
Ariadna suspiró y dejó el teléfono sobre la mesa. Caminó hacia el cuarto y se sentó en la cama. No podía dejar de pensar en lo inútil que se sentía en esa oficina. Tenía un título en Administración de Empresas, años de esfuerzo para conseguirlo, noches de estudio mientras trabajaba para pagar las matrículas. Y ahora todo se reducía a servir café y agua.
Los demás empleados lo dejaban claro con cada gesto: para ellos era inservible. Si no fuera hija de quien era, ni siquiera estaría allí. Lo único que le dolía más era saber que, en parte, tenían razón.
Se levantó, encendió la computadora portátil y abrió una página de empleos en Pittsburgh. Creó un perfil rápido, subió su currículum y se suscribió a la base de datos. Marcó varias opciones de empresas medianas y puestos básicos. Nada de grandes corporaciones; ya había tenido suficiente de eso.
Mientras completaba los formularios, se prometió a sí misma algo: no soportaría más de una semana ese piso ejecutivo trabajando para Dante Volkov. Una semana más, y se iría.
Cerró la computadora, tomó el teléfono y confirmó con Mara: "Está bien. Te espero a las nueve."
A las ocho, Ariadna empezó a arreglarse. Se miró en el espejo con una mezcla de cansancio y determinación. Eligió un vestido azul sencillo, sin demasiados adornos, y una chaqueta ligera encima. No quería llamar la atención, solo sentirse presentable.
Se maquilló apenas: base ligera, un poco de rímel, labial rosa claro. Quería verse bien, pero natural.
A las nueve menos cinco, escuchó un claxon en la calle. Se asomó por la ventana y vio el coche de Mara. Bajó con paso rápido.
Mara la recibió con una sonrisa amplia. Tenía el cabello suelto, una blusa ajustada color rojo y pantalones negros que resaltaban su figura. Se notaba segura, distinta al ambiente rígido de la oficina.
—Sabía que ibas a decir que sí —dijo Mara cuando Ariadna subió al coche.
—La verdad… necesitaba salir de todo esto —respondió ella.
—Bien, porque no pienso dejar que pases tu primera semana aquí sin divertirte al menos un poco.
Arrancaron y se mezclaron con el tráfico de la ciudad. Ariadna miraba las luces de los edificios mientras Mara hablaba de bares y lugares que conocía en el centro.
Por primera vez en días, sintió que podía respirar. No sabía qué pasaría mañana en la oficina, pero esa noche estaba decidida a olvidar, aunque fuera por unas horas, que trabajaba para Dante Volkov.
Mara era distinta fuera de la oficina. Ariadna lo notó en cuanto la vio bajo la luz de las farolas.
Rubia, de cabello largo que caía en ondas hasta la mitad de su espalda, ojos azules brillantes y un cuerpo atlético que revelaba horas de gimnasio. Nada en ella era tímido o reservado: caminaba con seguridad, como si la calle misma le perteneciera. Esa confianza sorprendía a Ariadna, acostumbrada a verla siempre con un aire serio y práctico en la empresa de Dante.
Ya en el coche, Mara conducía con una mano en el volante y la otra moviéndose mientras hablaba. No paraba de sonreír.
—Vas a divertirte, te lo prometo. Y si no, yo te saco a bailar hasta que sonrías.
Ariadna rió por primera vez en todo el día.
—Hace mucho que no salgo a un club.
—Entonces es hora de que recuerdes cómo se siente.
El trayecto duró unos quince minutos. Llegaron a una zona concurrida, llena de bares y locales con luces de neón. Mara aparcó el coche y ambas bajaron. La música se escuchaba incluso antes de entrar al club. El lugar estaba repleto de jóvenes, las luces cambiaban de colores y el sonido del bajo retumbaba en el pecho.
Ariadna se tensó un poco, pero Mara la tomó del brazo.
—Vamos, confía en mí.
Entraron y casi de inmediato, cinco personas reconocieron a Mara.
—¡Mara! —gritó una chica de vestido plateado, abrazándola fuerte.
—¡No puede ser, tanto tiempo! —dijo un chico alto, dándole un beso en la mejilla.
—¡Mara, estás increíble! —añadió otra chica, saludándola como si fueran amigas de toda la vida.
En cuestión de segundos, estaba rodeada de saludos, besos y abrazos. Ariadna se quedó sorprendida. No entendía cómo en la oficina Mara era seria, callada, centrada… y aquí, parecía una celebridad. Todos parecían conocerla.
Mara reía, respondía con cariño a cada uno y luego, con un gesto, los despidió.
—Luego hablamos, estoy con una amiga.
Ariadna sintió que todos los ojos se posaban sobre ella un momento. Era inevitable: junto a Mara cualquiera parecía pasar desapercibido.
Caminaron entre la multitud hasta llegar a una mesa apartada, en una esquina con buena vista a la pista de baile. Mara se sentó con naturalidad y llamó a un camarero.
—Dos margaritas de limón —pidió con firmeza.
El camarero asintió y se marchó. Ariadna dejó su bolso sobre la silla y miró alrededor. El lugar era vibrante: luces violetas, música latina mezclada con pop, grupos de amigos bailando y riendo. Ella, en cambio, sentía que estaba fuera de lugar.
—¿Siempre conoces a tanta gente? —preguntó, inclinándose para que Mara la escuchara.
Mara rió y apoyó un brazo sobre la mesa.
—No, no siempre. Pero he salido mucho. Cuando trabajas con Dante, necesitas una válvula de escape. Y la mía es este tipo de sitios.
—Parecías… no sé, famosa.
—Lo que pasa es que yo no me encierro en un rincón como tú —contestó Mara con una sonrisa traviesa—. Hablo con todos, bailo con todos. Y sí, conozco a medio Pittsburgh nocturno.
El camarero volvió con las margaritas. Mara levantó su vaso.
—Por sobrevivir al primer día de oficina con Volkov.
Ariadna chocó su vaso con el de ella.
—Por eso.
Bebieron un sorbo. Ariadna cerró los ojos un instante; el sabor ácido y fresco del limón le pareció lo mejor que había probado en semanas.
—¿Ves? —dijo Mara—. Esto es lo que necesitabas.
—Tal vez —admitió Ariadna.
Mara la miró fijamente, como si intentara leerla.
—Te veo cargada. ¿Tan mal fue?
Ariadna bajó la mirada.
—No me acostumbro. Todos me tratan como si no sirviera para nada. Y lo peor es que, en el fondo, tal vez tengan razón.
—No digas eso. —Mara dejó su vaso y apoyó las manos en la mesa—. ¿Sabes cuánta gente ahí dentro no sirve para nada y sigue ocupando una oficina solo por contactos? Tú al menos tienes estudios. Lo que pasa es que Dante… bueno, Dante es Dante.
Ariadna se mordió el labio.
—¿Y su hermana?
Mara hizo una mueca.
—Akira es peor. Si Dante es hielo, Akira es fuego, pero no del que calienta. Del que quema. Si ella te tiene en la mira, prepárate.
Ariadna bajó los hombros.
—Ya lo comprobé hoy.
Mara levantó una ceja.
—¿Te hizo algo?
—Me tiró un café encima porque llevaba leche.
—¿En serio? —Mara abrió mucho los ojos y soltó una risa incrédula—. Sí, suena como ella.
Ariadna intentó sonreír, pero el recuerdo todavía le ardía en la piel.
—No sé cuánto tiempo más aguantaré ahí. Hoy mismo me registré en una base de datos de empleos.
—Bien hecho.
El tono de Mara fue firme, como si aprobara una decisión necesaria.
—No puedes dejar que te destrocen. Haz tu semana, gana tiempo y luego vete.
—Eso es lo que pienso —dijo Ariadna, bebiendo otro sorbo de su margarita.
Mara la observó en silencio por unos segundos y luego cambió de tema.
—Pero esta noche no vamos a hablar de trabajo. Esta noche es para bailar, beber y reír. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —aceptó Ariadna, aunque no estaba del todo convencida.
El DJ subió el volumen y varios grupos se levantaron a bailar. Mara también lo hizo, estirando la mano hacia Ariadna.
—Vamos, no me hagas quedar mal.
—No sé bailar como tú.
—Nadie baila como yo —respondió Mara riendo—. Solo diviértete.
Ariadna se dejó arrastrar a la pista. Al principio se movía con timidez, pero poco a poco la música la envolvió. Mara la animaba, sonriendo, moviéndose con seguridad. Varios chicos se acercaron, pero ella los ignoró. Esa noche estaba dedicada a Ariadna.
Cuando volvieron a la mesa, las margaritas ya estaban medio vacías. Ariadna se dejó caer en la silla, agotada pero con una sonrisa que no recordaba haber tenido en semanas.
—¿Ves que no fue tan malo? —dijo Mara, alzando su vaso de nuevo.
—No fue malo —admitió Ariadna, y bebió el último sorbo.
Por primera vez en mucho tiempo, se sintió un poco más ligera.
La música seguía fuerte, pero Ariadna ya se sentía más cómoda en el ambiente. Había bailado un rato con Mara y ahora las dos descansaban en la mesa, riéndose por tonterías y bebiendo agua después de las margaritas.
De pronto, alguien apareció detrás de Mara y le tapó los ojos con las manos.
—¿Quién soy? —dijo una voz masculina, firme pero divertida.
Mara soltó una risa y le quitó las manos con rapidez.
—¡Velik! —exclamó, poniéndose de pie para abrazarlo.
Ariadna levantó la vista. El chico era alto, con el cabello castaño bien peinado hacia atrás y unos ojos verdes que parecían brillar incluso con las luces cambiantes del club. Tenía una sonrisa fácil, relajada, que contrastaba con la seriedad de la mayoría de los hombres que Ariadna conocía en el mundo empresarial.
Por un momento, Ariadna sintió un sobresalto extraño en el pecho. Había algo en él… algo familiar. No sabía qué era, pero le parecía reconocerlo de alguna parte, aunque estaba segura de no haberlo visto antes.
Mara, sin darle tiempo a procesar nada, lo besó con naturalidad. Un beso seguro, de pareja. Ariadna parpadeó, sorprendida.
—¿Es… tu novio? —preguntó, confundida.
Mara sonrió, todavía abrazada a él.
—Mi pareja, sí. Te presento: él es Velik.
—Encantado —dijo él, inclinando ligeramente la cabeza hacia Ariadna—. Tú debes ser la nueva en la oficina.
—Sí… —respondió ella, aún con cierta incomodidad—. Soy Ariadna.
Él le tendió la mano. Ariadna dudó un segundo antes de estrechársela. Su mirada, tan verde y clara, le provocó una sensación rara. Como si esa imagen ya hubiera estado en su cabeza, pero no podía ubicar dónde.
Fue Mara quien rompió el silencio.
—Olvidé mencionar algo importante —dijo con una sonrisa juguetona—. Velik es el hermano menor de Dante Volkov.
Ariadna se quedó helada. Sintió que el aire le faltaba un segundo. ¿Hermano de Dante? Era imposible no compararlos en ese instante. Dante era frío, distante, un hombre que parecía construido de acero. Velik, en cambio, tenía calidez en los ojos y una forma de sonreír que lo hacía parecer más cercano.
—¿Hermano? —repitió Ariadna, como si necesitara confirmarlo.
—Sí —respondió Mara, divertida por su reacción—. Y también de Akira.







