—Dime otra vez por qué acepté salir —murmuró Emily mientras se miraba al espejo del baño, intentando domar un mechón rebelde que no colaboraba con la causa de “aparentar equilibrio emocional”.
—Porque te obligué —dijo Valeria desde la sala, maquillándose con una nueva técnica que estaba viendo en un tutorial. —Y porque necesitas hablar con personas que no usen trajes y te regañen por llegar tarde. —¡Eso no fue regaño, fue ejecución pública! —protestó Emily mientras se colocaba los zapatos. —Perfecto, más razón para beber. Ahora muévete. Mis compañeras de turno están ansiosas por conocerte. Les hablé de ti. —¿Qué les dijiste? ¿Que hablo con las plantas y tengo un jefe con expresión de estatua de mármol? —Solo lo de la planta. El bar estaba lleno, pero no de esos llenos de “me voy a arrepentir mañana”, sino de “aquí se te olvida que tienes reuniones a las 8 d e la mañana”. Valeria y Emily ocuparon una mesa con tres doctoras amigas de Val, Gaby y Luz, que ya estaban en modo “viernes liberador”. —Entonces, ¿tú eres la famosa Emily? —preguntó Gaby con una sonrisa mientras le pasaba un trago rosado. —Famosa, sí. Por reventar impresoras y desafiar al CEO más gruñón del hemisferio norte. —¿Ese es el tipo sexy de traje oscuro que Val nos describió como “control freak con mandíbula tallada por los dioses”? —dijo Luz, bebiendo con picardía. Emily rió. —Sí. Aunque prefiero “control freak con actitud de GPS mal programado”. Siempre dice a dónde va, pero no sabe lo que hay en el camino. —¿Y es cierto que estás enamorada de él? —preguntó Gaby sin anestesia. Emily se atragantó con la bebida. —¡¿Qué?! ¡Claro que no! ¡Es mi jefe! ¡Y está comprometido! ¡Y además…! Todas la miraban con expresión de “uh-huh, claro”. —Y además —repitió Emily—, es imposible. Es una mezcla entre Darth Vader y un modelo de catálogo. Demasiado oscuro, demasiado perfecto, demasiado… mandón. Valeria la miró con una sonrisa contenida. —Has dicho “demasiado” tres veces, pero no dijiste “desagradable”. Emily se cruzó de brazos. —Porque no lo es, técnicamente. A veces es hasta… amable, a su modo claro. Asi como estilo el gran hombre de la nieves. Te ofrece sushi mientras te amenaza con despido. Es un balance delicado. —Ajá… —dijeron todas a coro. —¡En serio! No siento nada por él. Solo hablo mucho de él porque paso muchas horas bajo su régimen dictatorial. ¿Ustedes no hablarían mucho de un jefe que te hace quedarte hasta las diez de la noche pero luego te da mochi? —¿Mochi? —repitió Gaby—. Eso es amor en idioma pastelito. —¡No lo es! —Claro que sí —dijo Luz—. Te estás enamorando y ni cuenta te das. Ya pasaste del “me cae mal” al “pero tiene su corazoncito”. Emily abrió la boca para protestar, pero su teléfono vibró con una notificación: “Mensaje nuevo de: A.B.” —¿Es él? —preguntó Valeria. —¡No! Bueno… sí. Pero solo me dejó instrucciones. Está en un viaje de negocios. No puedo estar interesada en un hombre comprometido con la versión odiosa de Barbie. —Pero a veces… —empezó Luz. —¡No hay peros! —interrumpió Emily, tomando un gran trago—. Nada va a pasar. Fin del comunicado. Todas rieron y cambiaron de tema. Tres días después, Emily seguía repitiendo ese “fin del comunicado” cada mañana como si fuera un mantra sagrado. Pero no ayudaba cuando abría la carpeta compartida y veía comentarios de Albert con frases como “buena redacción” o “preciso y puntual”. Peor aún: empezó a notar a Helena por todas partes. —Val… ¿es normal que vea a la prometida del jefe en la cafetería del edificio tres veces en una semana? —¿Come allí? —No. Aparentemente ahora sí. A veces pide lo mismo que yo. —Coincidencia. —¿También es coincidencia que hoy estaba en el mismo pasillo que yo y me preguntó si ya revisé la información para la reunión de la junta? —¿Ella tiene acceso a eso? —¡No debería! Ella ni trabaja allí. Solo va a veces a informarse por que su familia tiene un 3% en acciones. ¡O sea excusas! Valeria frunció el ceño. —¿Y tú estás segura que no te estás volviendo paranoica por culpa de… ya sabes… sentimientos que no quieres admitir? —No. Lo que siento son celos, pero de mi privacidad violada. ¡No estoy enamorada de nadie! Valeria levantó las cejas mientras sonreía. —No. Claro que no. Emily decidió enfrentarlo. Bueno, enfrentarla. La encontró en el estacionamiento, junto al auto de Albert, que ella claramente no debería estar usando sin él. Helena sacaba algo del maletero cuando Emily se acercó como quien está lista para una batalla diplomática con tacos. —Hola, Helena. Qué sorpresa verte… otra vez. Helena se giró con su sonrisa educada y cortante. —Emily. También tú por aquí. Qué coincidencia tan… agradable. —Sí. Como que últimamente estamos sincronizadas. En lugares horarios elecciones de postres. Helena no respondió. Solo cerró el maletero y se acomodó el cabello hacia atrás. Emily cruzó los brazos. —¿Buscas algo? ¿O solo te pareció divertido hacerte amiga de mi itinerario? —No te hagas ideas raras —respondió Helena con calma—. Solo me gusta estar informada. Especialmente ahora que Albert está viajando tanto. —Claro. Muy práctico. ¿También revisas mis correos? ¿O solo mis pasos? Helena dio un paso más cerca. —No tengo nada contra ti, Emily. Siempre y cuando recuerdes tu lugar. —¿Mi lugar? ¿Ese que queda justo al lado de la máquina de café y dos metros lejos de tu prometido? Helena entrecerró los ojos. —No me subestimes. Emily sonrió. —Yo no subestimo a nadie que pueda caminar en esos tacones sin ayuda. Pero te tengo noticias: no tengo nada con Albert, ni quiero tenerlo.Él es solo mi jefe. —¿Seguro? Porque hablas mucho con él. —¡Porque me paga! Porque es mi jefe. Porque es parte de mintrabajo. Porque me manda mensajes a todas horas y me obliga a quedarme tarde. ¡No porque me guste! Helena no dijo nada. Su silencio era más denso que la laca de su peinado. Emily inspiró hondo. —Mira, no quiero discutir contigo. No estoy interesada en una guerra. Apenas puedo con las exigencias de mi jefe como para también lidiar con “entes” externos. Helena, por primera vez, bajó un poco la mirada. Luego dijo: —Albert no habla así de muchas personas. De hecho, casi nunca habla bien de nadie. Y sin embargo, tú… —¿Qué? —Lo impresionas. Emily se quedó callada. Helena se dio la vuelta. —Solo ten cuidado —dijo antes de subirse al auto. Emily se quedó ahí parada, sintiendo por primera vez que no se trataba solo de un juego, había algo mas. Esa noche, ya en casa, Valeria apareció con dos cucharas y un helado de chocolate triple mortal. —¿Y entonces? —Creo que Helena me odia oficialmente. Pero lo hace con modales y perfume caro. —¿Y tú? Emily suspiró. —Yo estoy empezando a entender lo que dices que siento. —¿Por él? —No quiero pensar en él. Valeria le pasó la cuchara. —Bienvenida al inicio del desastre. —Y tú lo celebras con helado. —Siempre. Los desastres emocionales ya van mejor con chocolate. Emily metió la cuchara en el helado y murmuró: —Y con sarcasmo.