El lunes llegó con puntualidad británica… y con la resaca emocional de una gala que aún se comentaba en los pasillos de Brown Enterprises.
Emily había llegado más temprano de lo habitual, con café en mano y una resolución firme: establecer límites.
Porque sí, el vestido fue hermoso, la noche mágica y sí, Albert la miró como si fuera algo más que su asistente y si, a ella le gustó. Pero también estaba comprometido. Con una mujer que, a pesar de ser una Barbie fría y sin una pizca de humildad, era ella la que tenía el anillo.
Así que no. Nada de mariposas. Nada de sueños románticos. Límites. Con mayúscula, subrayado y letra negrita.
Esa mañana, Valeria irrumpió por videollamada.
—¿Puedes hablar o estás en modo “Albert intensamente encima”?
—Estoy en modo “Albert aún no ha salido de su cueva ejecutiva”. Aprovecha.
Valeria sonrió como quien tiene una noticia estelar.
—Perfecto, escucha, te conseguí una cita.
—¿Una qué?
—Una, una cita. Con un ser humano real, con barba, brazos fuertes y