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Capítulo 5 – Tráfico, verdades a medias y oídos indiscretos

—¡Muévete, camión del demonio! ¡Muévete o te envío una carta con mil emojis de furia! —gritó Emily desde su auto, con la cabeza fuera de la ventanilla y una taza de café en equilibrio precario sobre el tablero.

Llevaba cuarenta minutos atrapada en un embotellamiento apocalíptico a solo cinco cuadras de Brown Enterprises. Ya había enviado tres notas de voz a su roomie Valeria, una amenaza verbal al GPS y un mensaje a Recursos Humanos pidiendo que consideraran instalar helipuertos para empleados desesperados.

Su blusa estaba arrugada. Su cabello, fuera de control. Su nivel de sarcasmo… peligrosamente elevado.

Cuando finalmente llegó, ya eran las 8:53 AM.

Había reunión ejecutiva a las 9:00. Y, por supuesto, el karma estaba listo para actuar.

Entró al edificio corriendo, con su tacón izquierdo ligeramente doblado, su bolso abierto y su dignidad colgando de un hilo.

—¡Hola, buenos días, perdón, lo siento, mandenme por los café si quieren, pero llegué! —saludó atropelladamente mientras cruzaba el vestíbulo.

Parker, el jefe de seguridad, le hizo un gesto de solidaridad.

—Están todos en la sala de juntas ya. Y… Albert preguntó por ti.

Emily tragó saliva.

—¿Y tú lo viste hacer eso con cara amable o con cara de “voy a despedir a alguien por deporte”?

—La segunda. Pero más elegante.

Emily apretó el paso, maldiciendo cada semáforo y cada conductor con TikTok en el volante. Cuando llegó a la sala de juntas, todos ya estaban sentados. Albert en la cabecera. Helena, sentada a su derecha, como si fuera co-CEO del concurso de miss universo.

—¡Perdón! Tráfico infernal, accidente múltiple, ambulancia, caos vial, caballos corriendo en plena autopista… —exclamó con el aliento entrecortado.

Albert la miró con expresión neutra.

—Thompson. Qué puntualidad tan...

—Gracias. Practico el arte del suspenso. Genero expectativa —dijo ella, dejándose caer en la silla con una sonrisa forzada.

Albert se giró hacia los presentes.

—Les presento a la señorita Thompson, mi asistente y especialista en llegar justo cuando el café se enfría y las excusas se recalientan.

Hubo risas contenidas. Helena sonrió con la boca, pero no con los ojos.

Emily puso los ojos en blanco.

—Lo bueno se hace esperar, señor CEO.

Albert la ignoró elegantemente.

—Pasemos al informe trimestral —continuó, y Emily se quedó mascando su humillación como si fuera chicle sin sabor.

Después de la reunión, Albert caminaba por el pasillo con paso firme. Emily lo seguía, intentando igualar el ritmo sin parecer una cachorra regañada.

—¿Quiere mi renuncia por llegar tarde o prefiere que le componga una canción al tráfico con ukelele? —preguntó ella, fingiendo entusiasmo.

—¿Siempre dramatiza tanto las situaciones?

—Solo cuando son humillantes, o divertidas o ambas.

Albert se detuvo frente a la cafetera de la sala común.

—Llegar tarde no es lo peor que puede hacer, Thompson. Pero hacerlo con espectáculo incluido… es un talento que solo usted tiene.

—Bueno, al menos soy única. En algo.

Albert le lanzó una mirada rápida, apenas perceptible.

—No me haga sentir culpable.

—¿Lo hice?

—Tal vez.

Emily lo miró sorprendida.

—¿Está diciendo que, detrás de esa coraza de CEO implacable, existe un ser humano?

Albert sirvió café en dos tazas y le pasó una.

—Solo después de las seis en días de semana.

Emily lo recibió como si fuera un trofeo. Entonces, una voz conocida interrumpió el momento:

—¿Estoy interrumpiendo algo?

Helena, apareció tan silenciosa como un gato. Llevaba un vestido color lavanda que parecía diseñado para flotar sobre el suelo. Y una mirada gélida que pudo haber congelado el café de Emily si no estuviera hirviendo.

—Para nada —dijo Albert, sin cambiar el tono.

—Solo disfrutábamos del sarcasmo matutino con cafeína —añadió Emily con su mejor sonrisa.

—Vine a buscarte. Dijiste que me mostrarías las proyecciones de inversión antes del almuerzo —le dijo Helena a Albert, sin siquiera mirar a Emily.

—Claro. Vamos a mi oficina —respondió él, caminando delante de ambas.

Emily se quedó detrás, observando cómo Helena caminaba con precisión de desfile. Luego suspiró, se giró y se dirigió a su escritorio.

—Un día más en el paraíso, querida Hello Kitty —murmuró mientras acariciaba su portaplumas rosa.

Más tarde, Albert estaba en su despacho revisando la presentación en su pantalla cuando su celular sonó. Era Parker, el jefe de seguridad.

—Disculpe que lo interrumpa. Helena dejó su abrigo en la sala de juntas. La dejé entrar con su tarjeta, pero aún está ahí hablando por teléfono.

Albert asintió.

—Gracias, Parker.

Colgó y volvió a revisar sus notas. En la pantalla estaba el último informe de Emily. Revisó un párrafo con especial atención.

“Las cifras reflejan una caída moderada, pero el plan de acción incluido en la propuesta evitará que caigamos en pánico… y en bancarrota. En ese orden.”

Albert sonrió. No mucho. Pero lo suficiente para ser visible.

—Esa mujer tiene talento —murmuró.

—¿Qué mujer? —preguntó Helena, que había regresado sin hacer ruido.

Albert levantó la vista.

—Emily. Me refería a ella.

Helena se cruzó de brazos.

—¿La asistente con tazas de caricaturas y corazones en el teclado?

—La misma. Tiene una forma inusual de redactar, pero es inteligente. Y ha hecho muchas mejoras desde su primer día.

Helena lo miró en silencio. Su expresión era neutra, pero había tensión en la línea de su mandíbula.

—Curioso que la defiendas. Normalmente no toleras errores.

Albert cerró el archivo y se giró hacia ella.

—No la estoy defendiendo. Solo reconociendo que… sabe hacer su trabajo y que es más útil de lo que aparenta.

—¿Te gusta su estilo?

—Digo que es funcional. Tiene una voz propia.

Helena frunció los labios.

—La voz propia no siempre es un valor en esta empresa. A veces distrae o confunde.

Albert se levantó.

—O a veces revela cosas que los demás no se atreven a decir.

Helena lo miró como si tratara de leer entre líneas. Luego se dio la vuelta.

—Te espero en el auto. No tardes.

Cuando salió, el silencio en la oficina fue más pesado que de costumbre.

Albert permaneció allí un momento, con la mirada fija en la puerta.

Al final de la jornada, Emily estaba guardando los últimos papeles cuando Albert apareció frente a su escritorio.

—¿Ya se va?

—¿Eso fue un “no se vaya, la necesito” disfrazado de pregunta? —dijo ella, sin levantar la vista.

—Fue una pregunta real. Salgo de viaje mañana. Quiero dejarle algunas instrucciones.

Emily lo miró con fingida emoción.

—¡Oh, instrucciones de emergencia! ¿Incluyen código rojo, caída de acciones y declaraciones a la prensa si Helena me ataca con sus tacones?

Albert sonrió. Su sonrisa esta vez fue lenta. Real.

—Si Helena te ataca con los tacones, te doy un aumento.

—¿Por defenderme?

—No. Por sobrevivir.

Ambos rieron. Luego él le entregó una carpeta.

—Organiza esto para cuando regrese. Y… buen trabajo hoy. Incluso después del drama por haber llegado tarde.

Emily lo miró, sorprendida.

—Eso suena peligrosamente a elogio. ¿Está bien? ¿Tiene fiebre?

Albert levantó una ceja.

—Aproveche, Thompson. No todos los días me pongo sentimental.

—¡Genial! Voy a imprimirlo y enmarcarlo.

—No lo haga —respondió él, dándose la vuelta.

Emily lo miró alejarse. Luego se sentó, suspirando.

—Ese hombre es un misterio. Un rompecabezas.

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