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CAPÍTULO 1 – Café, Currículum y Caos

Las nubes grises en el cielo parecían presagiar algo grande, como si el universo supiera que el primer día de Emily Thompson no sería, precisamente, tranquilo.

Vestida con su mejor blusa blanca, falda lápiz, tacones nude y la más grande y genuina sonrisa, Emily sostenía con una mano su bolso, con la otra una taza de café humeante, y en el brazo derecho, la carpeta con su contrato. Su sonrisa brillaba rebosante de alegría. Este era su primer día en esta nueva etapa de su vida.

—Oficialmente, soy una mujer adulta con empleo de oficina —susurró para sí misma emocionada mientras ingresaba al moderno edificio de cristal.

Emily aún no conocía a su jefe. Recursos Humanos la había contratado tras una entrevista rápida, y solo le dijeron que el CEO en persona había aprobado su currículo. Ella imaginó a un señor con entradas pronunciadas, barriga cervecera y corbata aburrida. ¡Spoiler! Estaba a punto de darse cuenta de lo equivocada que estaba.

El ascensor llegó. Emily entró sin mirar, justo cuando otra persona hizo lo mismo desde el otro lado.

—¡Oh no! —gritó mientras la taza de café se le resbalaba ligeramente y… ¡splash! Directo al pecho del hombre alto, de traje negro impecable, que ahora la miraba con una mezcla de asombro y furia contenida.

—¡Lo siento! ¡De verdad, lo siento! —buscó servilletas en su bolso, sacó una envoltura de chicle y dos tickets de supermercado, pero no tenía nada útil.

Él estaba completamente empapado, pero no dijo una palabra. Solo arqueó una ceja.

—Le juro que no fue a propósito —insistió ella—. Y… bueno, al menos es café sin azúcar, ¿no mancha tanto?

El ascensor se detuvo y él salió sin decir una palabra.

Emily exhaló y murmuró:

—Perfecto. Acabo de mojar al abogado de la empresa. Qué gran comienzo, Thompson.

Veinte minutos después, ya más tranquila, Milly la gerente de Recursos Humanos le explicó sus funciones y la acompañó a su área de trabajo. Iba a ser la asistente ejecutiva del CEO de la empresa.

Cuando las puertas de la gran oficina ejecutiva se abrieron, Emily sintió que el corazón se le detenía.

Allí estaba él. El hombre del ascensor.

Aún con la camisa ligeramente húmeda… y ahora sentado detrás de un escritorio de mármol en la gran oficina…Oh, oh!

—Señorita Thompson —dijo con tono seco—. Así que usted es mi nueva asistente ejecutiva. ¿Tiene idea de cuánto valía esa camisa?

Emily tragó saliva.

—No, pero creo haber visto una parecida en la tienda por departamento de la esquina, puedo ir y comprarle una parecida. Yo pago fue mi error.

El suspiro. Su camisa valía el equivalente a dos meses de salario de ella y era obvio que… primero, ella no sabía de ropa exclusiva y dos que era obvio que no la vendían en la tienda de la esquina.

Albert Brown IV no era un hombre fácil de impresionar. A sus 38 años, había consolidado una multinacional, desarmado cuatro sindicatos, duplicado las ganancias en dos años… y sobrevivido diez años de compromiso con Helena McNeil sin morir de aburrimiento. Pero nada lo preparó para el torbellino que acababa de contratar como asistente.

Emily Thompson, pelo perfectamente alborotado y una carpeta rosa chicle en mano, se sentó frente a él con una sonrisa nerviosa. Cuando vio su currículo quedo impresionado. Aunque acaba de graduarse, lo hizo como la mejor de su clase y las recomendaciones que se adjuntaban eran impresionantes. Sabía que era joven pero no que era un torbellino…

—Señor Brown, antes que nada quiero disculparme por el café…

—No necesito excusas —interrumpió—. Necesito eficiencia, discreción y puntualidad. No tolero errores, señorita Thompson. Y menos de alguien que aún no ha cumplido una hora en el trabajo.

—¿Discreción como en no mencionar que tiene la camisa arrugada y huele a café?

Silencio.

Albert parpadeó. ¿Sarcasmo?

—Usted no está aquí para hacer comentarios.

—Y usted no debería hacerme sentir como si hubiera atropellado a su perro. Solo fue café. Un pequeño accidente. Le aseguro que hoy cometeré errores mucho peores.

Albert la miró fijo. Esa chica tenía agallas… o no valoraba su empleo.

—No me interesa el drama. Si quiere quedarse, actúe como profesional. Y le repito, no tolero errores y menos la incompetencia.

—Lo mismo digo, señor —le sonrió—. Aunque, si le sirve, soy muy buena organizando agendas y aprendo de mis errores así que no creo volver a tener otro accidente en el ascensor. Le vendría bien esa camisa que le ofrecí de la tienda de la esquina.

Un suspiro largo.

Albert bajó la mirada hacia el informe que tenía entre manos.

—Tiene una semana de prueba. Haga que valga la pena. Ahora salga, tengo una videollamada.

Emily se levantó.

—Claro, jefe. Y no se preocupe, ya pedí una camisa nueva a su nombre… esta vez sin café extra.

La puerta se cerró.

Albert se quedó unos segundos mirando al frente.

¿Quién demonios contrató a esa mujer?

Ah, cierto. Él.

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