Mundo de ficçãoIniciar sessãoAndrea lleva quince años casada con Aiden, un hombre perfecto: exitoso, atento y absolutamente predecible. Para todos, su matrimonio es un ejemplo de estabilidad. Para ella, es una jaula dorada sin emoción. Aburrida de la rutina y ansiosa por sentir la adrenalina del deseo y la incertidumbre, de sentirse madre. Idea un plan tan arriesgado como retorcido: contratar a tres mujeres desconocidas entre sí para seducir a su esposo… y así descubrir si Aiden la ama como esposa o como mujer. Para que el elija el vientre que llevara su semilla. Elisa, Rubí y Marlene tienen vidas, pasados y motivaciones muy distintas, pero un mismo objetivo: conquistar al hombre que, sin saberlo, ha sido puesto a prueba. Un contrato secreto las une. Un amor inesperado lo cambiará todo. Cuando una de ellas decide romper las reglas y dejarse llevar por sentimientos que no estaban en el acuerdo, el juego se transforma en una red peligrosa de mentiras, pasión y traición. Andrea deberá enfrentarse no solo a las consecuencias de su experimento… sino también a los oscuros deseos que ha despertado. En este quinteto convertido en un pentágono de emociones, nadie saldrá ileso. Y en el corazón de la tormenta, Aiden tendrá que elegir entre el amor… la lealtad… y la verdad. Cada decisión puede convertirse en una amenaza… y cada deseo, en un arma. En este juego perverso de amor y traición… solo uno saldrá victorioso. ¿Será Andrea, Aiden… o una de ellas?
Ler maisEl rugido grave del motor rompió el silencio de la madrugada. A través de los cortinales, Andrea observó cómo el auto azul de medianoche se alejaba lentamente por el camino privado que se deslizaba entre el bosque húmedo, como una serpiente metálica desapareciendo entre la niebla matinal. Aiden no miró atrás. Nunca lo hacía. Su meta era clara y no había llegado hasta el lugar de poder en el que se encontraba, solo para dejarlo en manos de alguien más. ¡El poder era suyo!
La mansión quedó envuelta en un silencio casi sepulcral, apenas interrumpido por el canto lejano de las aves y el crujido de la madera al despertar con el frío. Andrea permaneció sentada en la cama unos segundos, inmóvil, con el camisón de seda cayendo como un velo líquido sobre su piel. Podría haberse sentido tranquila, protegida, amada… pero en el fondo de su pecho latía algo mucho más poderoso que la paz: ¡La incertidumbre envuelta en deseo! El deseo de ser madre… pero eso tenia un costo, que ella desde ese día se arriesgó a tomarlo.
Se levantó lentamente, como quien se prepara para una ceremonia. Caminó descalza por el suelo frío de mármol, siguiendo el corredor que conducía a su oficina privada ¡Un santuario de secretos escondido en el corazón de la mansión! Allí no entraban sirvientes, ni abogados, ni siquiera Aiden. ¡Era su reino silencioso!
Encendió la lámpara de escritorio. La luz dorada iluminó la habitación en penumbra: estanterías con expedientes organizados con precisión quirúrgica, una botella de coñac a medio terminar, y en el centro, su computadora portátil, el altar donde había gestado su idea más peligrosa. Lugar donde meses atrás había comenzado a tejer su juego escalofriante.
Con un gesto rápido desbloqueó la pantalla. Tres rostros aparecieron frente a ella. Tres mujeres. Tres piezas del tablero. —“Buenos días, mis predecibles tentaciones para el CEO” —murmuró con un tono que mezclaba ironía, excitación y poder.
En la pantalla, Elisa, con su mirada franca y la ropa sencilla, aparecía en un video de vigilancia que había hecho instalar en su pequeño puesto callejero. Su entorno era crudo, real, una postal de la vida que Andrea jamás había pisado. Aun así, vio en sus gestos algo magnético… una pureza peligrosa.
Luego vino Rubí: sonriente, elegante, rodeada de luces y champán en una terraza privada. Era un espejismo construido con dinero ajeno y astucia femenina. Andrea había hecho rastrear cada factura, cada amante, cada mentira. Su belleza era un arma; su ambición, ¡un abismo sin retorno!
Finalmente, Marlene. La eficiente, la obediente. Secretaria en una firma aliada de Aiden, con la sonrisa perfecta y la mirada que medía a cada hombre como un posible peldaño hacia la cima. Andrea había sido quien le dio la primera entrevista. Había visto en ella el filo que corta despacio.
Mientras observaba los videos, Andrea apoyó el mentón sobre la mano.
No era celos… ni odio. Era necesidad de sentir. De provocar al destino, de poner en jaque la aparente perfección que la sofocaba. —Aiden… —susurró, como si él pudiera escucharla—. Veamos si realmente eres el hombre que dices ser.
Abrió una carpeta etiquetada como “Contrato Proyecto Osiris”. Dentro, las cláusulas que redactó con precisión de abogada y el sadismo elegante de una mente que no temía las consecuencias. Ninguna de las tres mujeres sabía quién era la otra ¡Aun no! Ninguna conocía el alcance del juego. Cada una era una bomba con un temporizador distinto… y Andrea era la mano que encendía la mecha.
Andrea cerró el portátil con un chasquido seco, como si sellara un pacto con su propio reflejo. El silencio pesado de la oficina a esa hora aún envuelta por la penumbra del bosque que rodeaba la mansión se quebraba solo por el ruido pausado del reloj sobre la pared. No era impaciencia; era cálculo.
Tomó aire lentamente, dejando que la bruma fría de la madrugada llenara sus pulmones. Luego, con la precisión de una estratega, giró la pantalla nuevamente hacia ella. Lo tres rostros se desplegaron ante sus ojos nuevamente, estaba decidido tras aquella bocanada de aire en sus pulmones. ¡El arrepentimiento no cabía en ella!
—Perfectas —susurró Andrea, como si ellas pudieran escucharla desde la distancia—. No lo saben aún… pero ya pertenecen a mi juego. ¡Desde hoy me pertenecen!
Marco el número de las elegidas y a media mañana, las tres llegaron ¡Cada una en un auto diferente, cada una con una expectativa distinta! A la mansión escondida entre árboles milenarios. El aire tenía algo eléctrico, como si la naturaleza misma presintiera el pacto oscuro que estaba por sellarse.
Andrea las esperaba en la oficina, vestida con un traje blanco impecable, cruzada de piernas en un sillón de cuero oscuro. No necesitó palabras para dominar la escena: su sola presencia era un contrato no escrito de poder.
—¡Bienvenidas! —dijo finalmente, con una sonrisa elegante pero cargada de veneno dulce—. Tomen asiento. Hoy no firmarán cualquier contrato… firmarán su entrada a un mundo que pocas mujeres han tenido el privilegio de pisar.
Las miradas se cruzaron: curiosidad en Elisa, fuego en Rubí, determinación en Marlene.
Andrea se incorporó y comenzó a caminar alrededor de ellas con movimientos calculados, como un depredador midiendo a su presa. —No se equivoquen. Esto no es un juego de niñas —susurró al oído de Rubí, rozándole el hombro sin tocarla realmente.
—Tampoco un sacrificio —añadió, esta vez frente a Elisa, clavándole la mirada como un ancla—. Es una estrategia.
Y, por último, frente a Marlene, sonrió con una frialdad que helaba—. Y toda estrategia… necesita una pieza maestra.
. Las mujeres firmaron una por una los contratos que aguardaban, sellando no solo un trato legal, sino un pacto invisible con la ambición, el deseo y el peligro.
Andrea alzó las copas de champaña. —Brindemos… por el comienzo de una historia que nadie olvidará.
En ese instante, ninguna de ellas imaginaba que acababan de ingresar a un laberinto de poder donde el amor, el odio y la destrucción se entrelazarían como un perfume venenoso… y donde solo una saldría ilesa.
Andrea se inclinó sobre la mesa, desplegando cuidadosamente las tres carpetas con los contratos. El papel parecía brillar bajo la luz intensa del despacho, como si contuviera no solo tinta, sino un poder silencioso, peligroso.
—¿Antes de que abandonen esta sala? —las cuestionó con voz firme y seductora con una dualidad que solo ella poseía—, deben escuchar cada cláusula. No habrá margen de error. No habrá excusas. ¡Ya no tienen esa opción!
Sus ojos recorrieron a las tres mujeres, midiendo cada reacción. Ellas escuchaban en silencio, con una mezcla de curiosidad y ansiedad que Andrea disfrutaba en secreto.
—Primera cláusula: el cumplimiento es absoluto. Si fallan en cualquier parte del acuerdo, ¡Será todo arrebatado! La fortuna, las oportunidades, la protección que ahora les ofrezco. No habrá perdón.
Andrea continuó. —¡Nadie deberá enamorarse! Ninguna debe permitir que el corazón se desvíe de la misión. Esto no es un juego de sentimientos; es un juego de control y precisión. Seducción y manipulación.
Las mujeres se observaron repentinamente entre ellas, escuchando atentamente y sin opción a refutar las cláusulas. —Ninguna obtendrá riqueza directa del hombre al que deben seducir. ¡Ninguna! ¿Todo intento de manipularlo por ambición personal? Será considerado traición, y tendrá consecuencias.
Andrea se inclinó ligeramente, dejando que su perfume embriagara la habitación, el silencio creciendo a su alrededor. —¡Cuarta cláusula! La más importante: Está terminantemente prohibido embarazarse sin mi consentimiento. ¿Si alguna llega a concebir? El contrato quedará automáticamente anulado. Y más que eso… me encargaré personalmente de que toda evidencia de su transgresión desaparezca.
Las tres mujeres intercambiaron miradas cargadas de inquietud. Rubí frunció los labios, Elisa mantuvo la respiración contenida, y Marlene asintió con la cabeza, comprendiendo sin necesidad de palabras el peso de cada línea.
Un leve temblor recorrió a Elisa, la más sumisa y humilde del grupo, y su voz apenas se escuchó: —¿Quién… es él? ¿Cómo se llama el hombre que debemos seducir?
Andrea se quedó inmóvil un instante. Sus ojos, fijos en el retrato colgado sobre la pared del despacho, parecían perderse en recuerdos que solo ella conocía. Exhaló un suspiro profundo que resonó como un eco en la habitación silenciosa.
Finalmente, giró lentamente, dejando que sus ojos recorrieran a cada una de ellas. La voz le tembló un poco. —Es mi marido… —dijo, dejando que cada palabra cayera como un golpe preciso—. ¡El CEO Aiden White!
El hotel resplandecía bajo los reflejos dorados de la tarde. Andrea entró con la elegancia calculada de quien sabe que cada mirada le pertenece, envuelta en un vestido marfil que hacía juego con su serenidad fingida.Aiden ya la esperaba. Impecable, distante, con ese aire de control que la había enamorado y ahora la asfixiaba.El pasillo los condujo a una mesa apartada, rodeada de ventanales que dejaban ver la ciudad a lo lejos. El silencio entre ambos era una línea tensa, delgada, casi invisible, pero cargada de todo lo que no se decían.Andrea jugueteó con su cuerpo en su memoria sin mirarlo directamente. —¿Te parecería si… lo intentamos de nuevo? —dijo, rompiendo el silencio con voz suave, casi temerosa—.Aiden alzó la vista, con una calma que dolía. —¿De qué me estás hablando? —preguntó con un pequeño instante de dolor en su interior—. Te cite aquí porque deseaba una tarde de placer mutuo. ¡No una charla de la cual hemos dejado en el pasado! —añadió mientras volteaba su mirada.An
El reloj marcaba las horas tensas, cuando el motor del coche se apagó frente a la mansión. La noche, envuelta en neblina, se deslizaba entre los árboles del bosque que rodeaba la propiedad. Las luces del vestíbulo seguían encendidas.Andrea lo esperaba. Siempre lo hacía. Aunque en esta ocasión en un horario fuera de lo normal o común para ambos.Pero esa noche, su figura en la penumbra parecía distinta: más tensa, más expectante… como si su alma llevara horas ensayando una conversación que aún no sabía cómo terminaría.Aiden cruzó el umbral con la serenidad de quien está acostumbrado a controlar cada detalle de su entorno. Su traje aún olía a perfume ajeno. ¡Rubí! Aunque lo había olvidado por completo en el momento en que subió al auto, esa fragancia persistía como una sombra.Andrea lo percibió al instante, pero no dijo nada. Solo lo observó quitarse el saco, aflojar el nudo de la corbata, con esa calma que le irritaba porque era la calma del que siempre tiene el control. —Llegas tar
Aiden llegó justo a los diez minutos a ese hotel, era discreto, caro y anónimo. Las luces del pasillo tenían ese brillo ámbar que hacía que el tiempo se detuviera.Rubí lo esperaba apoyada en el marco de la puerta, con un vestido negro ajustado, una copa de vino en la mano y una sonrisa que no prometía nada bueno.Cuando Aiden apareció, su presencia llenó el aire.Ella se acercó, deslizando una mano por el cuello de su camisa. —Creí que no vendría, señor White —susurró, fingiendo sorpresa, aunque sus ojos ya lo devoraban.Él la miró con una calma peligrosa.—No podría perderme un manjar como usted —respondió con voz grave, una mezcla entre burla y deseo reprimido.Rubí soltó una risa leve, apenas un soplo. —¿Y eso qué significa? ¿Que hoy me probará… o que solo vino a mirarme?Él se acercó hasta quedar lo bastante cerca para sentir su respiración. —Vine a recordar que sigo vivo. Nada más.Hubo un silencio breve, en el que ambos midieron su terreno. Rubí alzó la mano y rozó el cuello de
En la penumbra de la oficina, cuando Rubí se marchó y el aire aún olía a perfume, Marlene esperó unos segundos antes de hablar. Su voz fue baja, casi un susurro cargado de intención. —No se preocupe, señor White. No diré nada.Aiden levantó la mirada. —¿Nada sobre qué?Marlene esbozó una media sonrisa. —Sobre el beso. O sobre la manera en que ella intentó provocarlo.El silencio se alargó, denso como el humo. Aiden se recostó lentamente en su silla, estudiándola. —Parece que lo viste todo.—No todo —respondió ella, acercándose un paso—. Pero lo suficiente.Aiden mantuvo la compostura, aunque su mente ya procesaba las posibilidades.Marlene no solo había visto, ¡había encubierto! Y eso la volvía peligrosa. ¡Demasiado!—Necesito que revises unos contratos esta tarde —dijo con tono neutro—. Tengo una reunión con un proveedor fuera de la ciudad.—¿Un proveedor? —repitió ella, alzando una ceja—. Qué conveniente. ¿Pero no tengo agendado una cita con proveedores? ¿Desea que lo registre?Aide
Un auto rosa, brillante, imponente se detuvo frente a las puertas de cristal del edificio CriptoWhite, sede del imperio financiero y uno de los más poderosos del país. Las puertas del vehículo se abrieron lentamente, descendiendo de el: ¡Rubí! Envuelta en un vestido carmesí que parecía hecho para pecar y ser admirado.Cada paso suyo resonaba con fuerza proveniente de los tacones sobre el mármol. Un guardia abrió la puerta principal; los demás, vestidos de negro, la siguieron como una escolta silenciosa. Joyas exuberantes, perfume caro, una sonrisa calculada. Todo en ella gritaba ¡Lujo, poder y peligro!Los empleados que la veían pasar desviaban la mirada, sin saber si contemplaban a una inversionista o a una trampa.En la recepción, la secretaria de Aiden, una mujer elegante y precisa revisó su portátil y asintió con una cortesía controlada. —El señor White la espera. Puede pasar.Rubí esbozó una sonrisa que rozaba la insolencia. Caminó hacia la puerta de cristal esmerilado con el nom
El rugido grave del motor rompió el silencio de la madrugada. A través de los cortinales, Andrea observó cómo el auto azul de medianoche se alejaba lentamente por el camino privado que se deslizaba entre el bosque húmedo, como una serpiente metálica desapareciendo entre la niebla matinal. Aiden no miró atrás. Nunca lo hacía. Su meta era clara y no había llegado hasta el lugar de poder en el que se encontraba, solo para dejarlo en manos de alguien más. ¡El poder era suyo!La mansión quedó envuelta en un silencio casi sepulcral, apenas interrumpido por el canto lejano de las aves y el crujido de la madera al despertar con el frío. Andrea permaneció sentada en la cama unos segundos, inmóvil, con el camisón de seda cayendo como un velo líquido sobre su piel. Podría haberse sentido tranquila, protegida, amada… pero en el fondo de su pecho latía algo mucho más poderoso que la paz: ¡La incertidumbre envuelta en deseo! El deseo de ser madre… pero eso tenia un costo, que ella desde ese día se





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