Mundo ficciónIniciar sesiónEl hotel resplandecía bajo los reflejos dorados de la tarde. Andrea entró con la elegancia calculada de quien sabe que cada mirada le pertenece, envuelta en un vestido marfil que hacía juego con su serenidad fingida.
Aiden ya la esperaba. Impecable, distante, con ese aire de control que la había enamorado y ahora la asfixiaba.
El pasillo los condujo a una mesa apartada, rodeada de ventanales que dejaban ver la ciudad a lo lejos. El silencio entre ambos era una línea tensa, delgada, casi invisible, pero cargada de todo lo que no se decían.
Andrea jugueteó con su cuerpo en su memoria sin mirarlo directamente. —¿Te parecería si… lo intentamos de nuevo? —dijo, rompiendo el silencio con voz suave, casi temerosa—.
Aiden alzó la vista, con una calma que dolía. —¿De qué me estás hablando? —preguntó con un pequeño instante de dolor en su interior—. Te cite aquí porque deseaba una tarde de placer mutuo. ¡No una charla de la cual hemos dejado en el pasado! —añadió mientras volteaba su mirada.
Andrea llevo su mano hacia el mentón de Aiden, haciendo que la observara mientras le hablaba. —¡Solo te pido que lo intentemos una vez más! Aún estamos en buena edad para criar uno o dos hijos.
Aiden se molestó en sobremanera. —Andrea… ¡Lo hemos intentado muchas veces en quince años! No creo que ahora algo cambie —respondió, midiendo cada palabra, como si temiera herirla, pero también sabía que cualquier esperanza era una herida abierta.
Ella lo observó, sin pestañear, su respiración apenas visible. —Podríamos alquilar un vientre —propuso, con la frialdad de quien lleva tiempo calculando esa posibilidad—. Yo me encargaría de escoger a la mujer perfecta. Alguien sana, hermosa… alguien digna de llevar tu semilla.
Las palabras flotaron en el aire como un veneno elegante. Aiden se inclinó ligeramente hacia ella. Su voz fue grave, profunda, dominadora. ¡Determinante! —Eso… ¡Es imposible! No volvería a permitirlo. —dijo con firmeza—. No inseminaré a ninguna otra mujer que no seas tú. No pondré mi nombre, ni mi sangre, en un cuerpo que no me pertenece.
Andrea apretó la copa que sotenia con fuerza, intentando no quebrar su postura. —Pero es mi sueño, Aiden… —susurró, conteniendo el temblor de su voz—. Es lo único que no tengo. Lo único que aún deseo de ti.
Por un instante, su mirada se volvió humana, vulnerable. No había poder, ni contratos, ni manipulación. Solo una mujer cansada de fingir control, rogando por un milagro.
Aiden la observó en silencio. Sus ojos, por primera vez en mucho tiempo, mostraron algo parecido a compasión… pero también un cansancio profundo, como si la distancia entre ellos se hubiera vuelto un océano imposible de cruzar.
—No todo lo que se desea se puede comprar, Andrea. —murmuró finalmente, apartando la vista—. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.
Ella sonrió, pero su sonrisa era un corte invisible, una promesa peligrosa. En el fondo, Andrea White no era una mujer que se resignara a perder. ¿Si la vida no le daba un hijo? Encontraría la manera de crearlo… aunque tuviera que romper todas las reglas del cielo y del infierno para lograrlo. Aunque su plan de quebrantar la fidelidad de su esposo cambiara de perspectiva.
Andrea bajó lentamente la copa, aún con la sonrisa dibujada en los labios. Aiden, con la mirada fija en ella, se acomodó en la silla y, con ese tono sereno que solía usar para desarmarla, pronuncio: —Dejemos ese tema, ¿quieres? Hablemos de algunos asuntos más importantes.
Ella arqueó una ceja. Sabía cuándo él intentaba cambiar el rumbo de una conversación, aun así, accedió.—Bien. ¿Qué tienes en mente? ¿Qué piensas ahora mismo?
Aiden se inclinó ligeramente hacia ella, su perfume inundo los sentidos de Andrea. Ella lo deseo de inmediato, pero Aiden era muy persuasivo y seductor. —He estado considerando asociarme con una mujer joven en el despacho —dijo con calma, como si hablara de una simple decisión de negocios.
Andrea se quedó inmóvil por un segundo. —¿Una mujer joven? —repitió, estudiando su expresión—. ¿Y desde cuándo te interesa tener socias en el despacho?
Él la observó con una media sonrisa. —Desde esta mañana —respondió con soltura—. Tuvimos una reunión interesante. Se llama Rubí. Inteligente, ambiciosa, y… con una visión bastante parecida a la mía.
El nombre se deslizó entre ellos como un cuchillo invisible. Andrea fingió indiferencia, tomando un sorbo de vino antes de responder. —No le veo problema alguno, Aiden. Si crees que su presencia puede ser útil, ¡adelante! Es tu empresa y siempre he mantenido mi distancia en tus negocios. —Susurró con un ambiente de celos.
Él asintió con una sonrisa apenas perceptible, y entonces, con una ironía que heló el aire, añadió: —¿Entonces qué te parece si la conoces?
—¿Conocerla? —preguntó tomando un sorbo de vino—. ¿Por qué debería conocerla? No me concierne.
Aiden agito el vino en su copa y con un tono calculador, soltó la bomba que vino desde su pensamiento. —Quizás ella podría ser el vientre en alquiler que deseas. Después de todo eso es lo que deseas, ¿Verdad?
Andrea parpadeó, sorprendida, casi sin aliento. El trago de vino se coló por su garganta como fuego quemando su interior. —¿Qué has dicho? —murmuró, incrédula.
Aiden no retrocedió. —Digo que si tú puedes aprovechar el vientre de otra mujer… yo también podría aprovechar lo que ella ofrece —respondió con un tono bajo, firme, calculado—. Su inteligencia, sus bienes, su riqueza… y su cuerpo si fuera necesario.
El vino se tornó amargo en la boca de Andrea. Lo observó sin pestañear, pero por dentro algo se fracturaba. —Entonces… —dijo con una voz apenas audible—, esto podría perjudicar mis planes.
Aiden suspiró y apartó la mirada. —No es atención, Andrea. Es estrategia. Aprovechar al máximo a una mujer: sus bienes, su posición, su poder. Si tú puedes aprovechar su vientre, ¿por qué yo no podría aprovechar sus riquezas?
El silencio se volvió insoportable. Andrea sostuvo la copa con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. En su mente, las piezas comenzaron a moverse con precisión de ajedrez.
¿Rubí? Ese nombre volvió a resonar. La joven inversionista que ella misma había financiado en secreto, usando sociedades anónimas, transfiriéndole capital para infiltrarla en el entorno de Aiden. Rubí, su pieza encubierta, su inversión para controlar el despacho desde dentro.
Pero ahora… Aiden la mencionaba con demasiada familiaridad. —“Eso sería un problema.” —pensó con frialdad.
Si Rubí se revelaba en su contra, todo se derrumbaría: su plan para quedarse con la fortuna de Aiden, su estrategia de control, y hasta su imagen impecable ante la junta.
Andrea respiró hondo, recuperando su máscara de serenidad. Sonrió, esta vez con un toque de veneno. —Supongo que Rubí es… una mujer interesante —dijo finalmente—. Podría considerar el hecho de conocerla. ¿No hay algo entre ustedes o sí? —preguntó Andrea con el veneno saliendo por su lengua.
Aiden levantó la mirada, observándola con una mezcla de desdén y advertencia. —No es por ello por lo que la mencioné, solo estaba considerando tu anterior propuesta. —Fingió desinterés inmediato antes de mencionar con la voz más lejana entre ellos—. Olvídalo, no volveré a tratar este tema contigo.
Andrea también sintió que sería parte de una muy buena oportunidad, por lo que respondió con premura. —No… me parece bien que pueda conocerla y disculpa por el comentario fuera de lugar —Susurró con ternura—. Se que tú nunca me serias infiel. —añadió con despiste en su voz.
—Entonces… la conocerás muy pronto. —respondió él—. Muy pronto, en cuanto ella vuelva a acercarse con lo que le exigí de sus bienes. ¡Estoy seguro de que volverá a buscarme!
En ese cruce de miradas, ambos comprendieron que el juego había cambiado. Ya no se trataba de amor, ni de un hijo, ni siquiera de un matrimonio. Era una guerra silenciosa, de ambición, manipulación y control… Y solo uno de los dos podría quedarse con todo. Andrea, ¡planeaba quedarse con todo!







