Monserrat lo tiene todo: belleza, poder y el control de una próspera empresa familiar. Pero tras la fachada de éxito y perfección, arrastra una sensación de vacío que ni los logros ni la estabilidad han podido llenar. A la muerte de su esposo Ignacio —un hombre estructurado y predecible, con quien construyó una vida segura—, Monserrat comienza a cuestionarse si alguna vez vivió con plenitud… o simplemente siguió un plan trazado por otros. Entonces, reaparece Julián: el piloto de Fórmula 1 que marcó su juventud con una pasión tan intensa como fugaz. Rebelde, impulsivo y encantador, Julián es el amor que nunca pudo olvidar. Su regreso sacude todo lo que Monserrat creía tener resuelto: su presente, su futuro y, sobre todo, su corazón. Dividida entre la seguridad de lo que fue y el vértigo de lo que podría ser, Monserrat deberá elegir entre seguir con el control que siempre ha defendido... o dejarse llevar por una segunda oportunidad que podría costarle todo, pero también darle lo único que siempre ha buscado: su verdadero lugar en el mundo
Leer másPRÓLOGO
Camino por un pasillo interminable, la alfombra roja vibrante bajo mis pies, salpicada con pétalos de rosas blancas y lilas. En mis manos, un ramo delicado de flores blancas y rosa pálido. El vestido se enreda con los pétalos, pero no me detengo. Quiero llegar al final. Acelero el paso y mi respiración se sincroniza con el ritmo de mis latidos.
Al final del pasillo, busco rostros familiares: mis padres, mis amigos… pero no hay nadie. Solo un hombre, parado bajo una pérgola de madera. Su espalda es todo lo que veo. Me acerco, y él se gira. Lleva un traje negro, corbata color vino, y en sus manos, una pequeña caja. Me sonríe. Es Julián. Hermoso, como siempre.
Un golpe en la puerta me arranca del sueño, y la realidad me invade. Hoy es el día. El día que tanto he esperado. La última noche en mi habitación de niña ha quedado atrás.
—Buenos días, mi niña —dice mi abuela, entrando con una sonrisa cálida—. Espero que hayas dormido bien. Nos espera un día largo y hermoso.
—Buenos días, abuela. ¡Llegó el día! Estoy nerviosa. Solo quiero que termine la fiesta y estar en camino a nuestra luna de miel.
—Tranquila, todo saldrá perfecto. Este es tu día. Disfrútalo, cada segundo, cada minuto, va ser un día único e irrepetible Montse. Ahora, ponte la bata y bajemos a desayunar.
Mientras desayuno, la ansiedad me consume. Soy hija única, la única heredera de una empresa automotriz Belmont, preparada desde siempre para este momento. Construir una familia que continúe con el legado familiar. Mis padres fallecieron cuando era apenas una niña, y aunque no los recuerdo, hoy, más que nunca, siento su ausencia. Una lágrima cae, pero decido enfocarme en el presente. Se que aunque no compartí mucho con ellos siempre están conmigo, forman parte de mí.
La mañana transcurre con una calma desesperante: masajes, manicura, mascarillas. Todo parece diseñado para relajarme, pero, en lugar de eso, siento cómo mi ansiedad crece. Todas las mujeres que ayudan a prepararme, quieren saber cómo conocí a Ignacio Torres, cómo fue la propuesta, dónde será la luna de miel. Respondo con vaguedades, preservando nuestra privacidad. Mi relación con Ignacio ha sido un refugio íntimo y seguro, algo que nunca he compartido completamente con los demás. Y deseo mantenerlo así, él es mi lugar seguro, él es mi familia, él es mi hogar.
Cuando llega la hora de arreglarme, todo se vuelve más real. Mi abuela me regala un collar de oro blanco con un pequeño dije azul.
—Era de tu madre. Algo viejo y algo azul para la tradición —dice con los ojos vidriosos.
—Gracias, abuela. Es hermoso.
Siento un nudo en la garganta mientras me lo coloca. Este pequeño detalle de mi madre, a quien apenas conocí, parece llenar un vacío en este día tan significativo.
Me miro en el espejo una última vez. El vestido, sencillo, es perfecto. Mi cabello recogido en un moño discreto, y el maquillaje resalta lo justo. Todo está listo. Estoy lista.
Al abrir la puerta de la habitación, lo veo. Sus ojos grises que tanto conozco, me miran como si estuviera examinando cada centímetro de mi ser. Va vestido con un traje negro impecable, en su mirada no veo seguridad de siempre, veo miedo.
—¿Qué haces aquí? Deberías estar en la capilla, como todos los demás.
—Estás hermosa, Montse —dice, su voz baja, cargada de algo que no logro identificar—. Quería verte antes de la ceremonia. Necesito hacerte una pregunta.
—¿Ahora? La ceremonia empieza en diez minutos. No es el mejor momento.
—Por favor. Es importante.
Sus palabras me detienen. El nerviosismo crece en mi pecho.
—Está bien, Julián. ¿Qué quieres saber?
—¿Dónde lo conociste?
Parpadeo, confundida.
—¿De qué hablas?
—De tu prometido. Nunca me contaste dónde ni cuándo lo conociste.
—¿Y por qué importa eso ahora?
—Porque necesito saberlo, Por favor, Montse.
Sus ojos están llenos de una intensidad que me descoloca. Respiro hondo antes de responder.
—Lo conocí en el VIP de una discoteca. La noche que me dejaste.
Sus facciones se endurecen, pero continúo.
—¿Lo recuerdas? Llegamos juntos. Me dijiste que no querías seguir conmigo, y te fuiste, dejándome sola en la puerta. Esa noche no volví a casa, como pretendías. Entré, me quedé toda la noche, desee con todas mis fuerzas olvidarme de todo y allí apareció a él a cambiarlo todo. Y acá estamos. Fin de la historia
Su rostro refleja asombro, enojo y algo más… dolor. Pero no es momento para esto.
Sin darle más detalles, me alejo. Mi lugar no está aquí, con él, sino con Ignacio, que me espera en el altar.
Al cruzar la puerta, respiro profundo. La capilla está iluminada con una luz cálida que atraviesa los vitrales. Cada paso que doy me aleja del pasado y me acerca a mi futuro. Ignacio está ahí, al final del pasillo. Su sonrisa me da la certeza de que estoy haciendo lo correcto.
Pero, en el fondo de mi mente, la sombra de Julián persiste. Su pregunta, su mirada, su presencia inesperada en este día... todo eso se queda conmigo mientras avanzo hacia mi hogar.
Hoy es el día más importante de mi vida, pero también, sin saberlo, podría ser el principio de algo mucho más complicado de lo que jamás imaginé.
CAPÍTULO 136MONSERRATLlegué temprano a la oficina aquella mañana. El aire estaba denso, como si la tensión de la noche anterior todavía flotara en los pasillos de Belmont Motors. Apenas crucé la puerta principal, sentí todas las miradas puestas en mí. Secretarias, ingenieros, administrativos… todos parecían esperar alguna señal de mi parte.No hizo falta preguntar demasiado: Carlos ya había presentado su renuncia. Una carga menos. Una amenaza menos. La sola noticia me arrancó un suspiro que no recordaba haber contenido. Me permití unos segundos de alivio en medio de mi propia oficina, apoyando la espalda contra la silla y mirando el techo.No quer&iacu
CAPÍTULO 135MONSERRATCarlos definitivamente se tiene que ir de la empresa. Ya no queda espacio para dudas después de lo que pasó esta noche. No puedo permitir que alguien así siga formando parte de Belmont Motors. Pero aun con esa certeza ardiendo en mi cabeza, me encuentro otra vez camino al departamento de Julián, sentada en el asiento del copiloto, viendo cómo conduce en silencio. Todo es confuso. Todo.Él quiere respuestas que no puedo darle. Yo lo quiero, siempre lo quise. Ese amor fue mutando con el tiempo, a veces más intenso, otras más callado, pero nunca desapareció. Siempre estuvo ahí, latente, como una herida que jamás cicatrizó del todo. Sin embargo, querer no es lo mismo que confiar. Y yo no confío en él. No quiero que me utilice, no quiero ser una pieza más en sus planes o una más de sus conquistas. No sé cómo enfrentarlo. No sé si tengo la fortaleza suficiente.Llegamos a su casa y apenas cierra la puerta, rompe el silencio:— ¿Querés comer algo?Lo miro, siento la te
CAPÍTULO 134JULIANEl estacionamiento está casi vacío cuando llego. Me estaciono y me quedo en el coche con la convicción de que la noche será larga. He llamado a Cristina otra vez; necesito saber dónde está Monserrat y no responde. Tiene un silencio que me inquieta, y la intranquilidad no me deja en paz.Cristina me atiende con la suavidad de siempre, como si las cosas fuesen sencillas y uno pudiera resolverlas con un té y unas palabras. — Buenas tardes, Cristina —digo por teléfono con la voz contenida. — Hola, Julián —responde—. No hace mucho pasó por la oficina; dijo que iba a recoger su computadora y volvía para la casa. Puedes esperarla en la casa si querés, y te quedás a cenar.Cenar con ellas. Esa frase choca conmigo. Quiero decirle que la espere aquí mismo, que prefiero quedarme en el estacionamiento hasta que ella aparezca. Le agradezco y cuelgo. Decido esperar un rato más; la posibilidad de ir a su casa me tira de la mano, pero me impongo firmeza: primero aquí. Si no apar
CAPÍTULO 133CARLOS Hoy me siento vacío y, por primera vez en mucho tiempo, me permito reconocerlo. No es la fatiga de las reuniones, ni la del trajín constante; es una fatiga más profunda, una sensación de haber cumplido un ciclo. Ya hice lo que vine a hacer en Belmont Motors. Logré entrar, posicionarme, sembrar las piezas que necesitaba sembrar. Ahora queda afinar la salida, que todo parezca orgánico, inevitable, que nadie me pueda señalar con el dedo y decir “fue él”. He trabajado para que la culpa no recaiga en mí. Siempre lo hago así: construyo el escenario, pongo el actor principal justo donde quiero y luego retiro las cuerdas.Lucrecia aparece en la puerta sin siquiera tocar. Tiene ese paso decidido que aparenta seguridad; a veces lo admiro, otras lo detesto. Trae en la mano un folder con números que, suponía, le había pedido revisar. Me mira como si leyera en mi cara el cansancio.— ¿Te ves cansado, Carlos? —bromea, como para romper la tensión. ¿Salimos después del horario de
CAPÍTULO 132MONSERRATNo logré dormir.El reloj marcaba las tres, las cuatro, las cinco de la mañana, y yo seguía despierta, con los ojos clavados en el techo, sintiendo todavía en mi piel las caricias de Julián. Me sentía feliz, completa… pero al mismo tiempo tan confusa y con una culpa que no me dejaba en paz.No podía dejar de mirar mi mano. La alianza brillaba bajo la tenue luz que se filtraba por la ventana. Me la quité varias veces durante la noche, jugueteando con el aro frío entre los dedos, como si al sacármela pudiera borrar el pasado, y al volver a ponérmela, recordarlo todo de golpe. Cada movimiento era un tirón en el corazón.¿Cómo iba a volver a mirar a los ojos a Julián después de lo que pasó? No sabía qué sentía por él exactamente. Lo necesitaba, lo deseaba, eso estaba claro. Pero al mismo tiempo no confiaba del todo en él. Había tantas heridas sin cerrar, tantas palabras que nunca se dijeron, que ahora me parecían un muro imposible de escalar.El celular vibró en la
CAPÍTULO 131JULIAN Ya estaba listo para dormir. Había tenido un día largo de entrenamiento y lo único que quería era darme una ducha rápida, apagar las luces y caer rendido en la cama. Estaba acomodando unas cosas cuando sonó el timbre.Fruncí el ceño. ¿A esa hora? No esperaba a nadie. Pensé que debía de ser un error, alguien equivocado. Caminé hasta el intercomunicador, algo fastidiado, y al ver la pantalla me quedé helado.—Monserrat… —susurré, incrédulo.Era ella. Ahí, frente a la cámara, sudada, con ropa deportiva, jadeando como si hubiera corrido kilómetros. Nunca en mi vida hubiera esperado esa escena.Mis primeros pensamientos fueron de alarma. ¿Le había pasado algo? ¿La seguían? ¿Estaba en peligro? — ¿Monserrat? —dije por el altavoz—. ¿Qué sucede? ¿Pasó algo? — No… —respondió, nerviosa—. Salí a correr y llegué hasta aquí.No me convenció. Era demasiado raro. Pero no iba a dejarla sola.— Ya bajo —le contesté, sin pensarlo.Tomé el ascensor y cuando abrí la puerta del edifi
Último capítulo