CAPÍTULO 6
JULIAN
Llegó el día. Hoy a las 4 p.m. es la primera prueba del programa de jóvenes talentos. Dos semanas, quince carreras. Este es mi boleto de entrada al futuro que siempre he soñado. Aunque sea un programa para principiantes, sigue las mismas reglas estrictas de la Fórmula 1. Solo los cinco mejores puntajes quedarán seleccionados.En el paddock, la adrenalina fluye como electricidad. Media hora antes de la carrera, el ruido de herramientas y el ir y venir de los mecánicos me mantienen alerta. Mi padre está a mi lado, silencioso pero presente, observando cada ajuste en el coche. Quince minutos antes, entré a la cabina y siento el abrazo del asiento. Los nervios me invaden, pero también me concentran.Tres minutos antes colocan los neumáticos, un momento tan rutinario como crucial. Un minuto antes, los motores rugen como si fueran bestias atrapadas, esperando ser liberadas. Y luego, el silencio ensordecedor de los últimos quince segundos. Las luces verdes indican el inicio de la vuelta de formación, y mi mente, por más que intente evitarlo, siempre regresa a ella: Sofía.Durante toda la carrera intenté mantener mi enfoque, pero en el fondo, cada giro y cada recta llevan su nombre. ¿Estará viendo la transmisión de las carreras? ¿Pensará en mí tanto como yo en ella?La rutina de las dos semanas se vuelve predecible, casi como un ritual. Carrera tras carrera, sigo el mismo patrón: boxes, alineación, neumáticos, motores, luces, pista. Mi puntaje tras ocho carreras es sólido: 177 puntos. No he llegado primero en todas, pero siempre estoy entre los cuatro mejores. Mi confianza crece, aunque todavía queda mucho camino por recorrer.Esa noche, de regreso a casa, mi padre rompe el silencio en el coche.—Estoy muy orgulloso de vos, hijo.Me sorprende. Es raro escuchar estas palabras de él.—¿Aunque no quiera ser ingeniero? —respondo, con una media sonrisa.—Nunca serías un buen ingeniero —dice con una risa breve—, pero te convertirás en un gran piloto. Solo no te olvides: esforzarte es importante, pero más importante es no creerte en la cima.Asiento, aunque sus palabras me hacen pensar.—Eso espero, papá. Quiero que esto termine ya, terminar el colegio y empezar a correr en los grandes premios.—Tranquilo, nadie corre sin saber caminar. Este fin de semana deberías descansar. No quiero que vayas a ninguna fiesta.Su tono es firme, pero deja entrever preocupación.—Lo sé, pero… es el primer partido de la competencia nacional, y no voy a estar.—Hay que elegir, Julian. Si querés esto, no vas a poder participar en las prácticas de fútbol.—Lo sé. Me gusta el fútbol, pero amo más las carreras. Es una decisión tomada.Mi respuesta parece tranquilizarlo. Me abraza de forma inesperada.—Tomes la decisión que tomes, tu madre y yo siempre vamos a estar orgullosos de vos.—Gracias, papá.Al llegar a casa, siento la necesidad de hablar con Monserrat. Tomo mi celular y le envío un mensaje.Jul [¿Qué estás haciendo?]La respuesta llega casi al instante.
M [Hola. Estoy por ir a cenar con Juan. Tengo que contarte algo. ¿Nos vemos mañana?]
¿Juan? ¿Otra vez con él? No puedo evitar sentir una punzada de celos.Jul [ ¿Almorzamos mañana?]
Mientras espero su respuesta, otro mensaje entra. Es de Carolina.C [Julian ¿estás libre? ¿Puedes venir a mi apartamento?]Montse responde justo después:M [No, ven a mi casa al mediodía. Nos vemos mañana]Decidí no insistir con Monserrat. Mejor no. Contesto a Carolina.Jul [En 30 minutos estoy ahí]Me desperté tarde al día siguiente, con un dolor de cabeza punzante. Hice todo lo que no debía: trasnochar, beber, fumar y, para colmo, continuar con esta relación sin rumbo con Carolina. Faltando quince minutos para el mediodía. Me di una ducha rápida y salí directo hacia la casa de Monse.Estacione frente a su casa, sabiendo que sus abuelos estarán ahí. Me abre la puerta su abuela, Cristina, con una sonrisa cálida.—¡Buenas tardes, Julian! Te estábamos esperando.La acompañé al comedor. Como sospechaba, solo somos tres. Alfredo, el abuelo de Montse, no está, lo que es un alivio; su presencia siempre me intimida un poco.Después del almuerzo, Montse y yo fuimos al patio trasero. La luz del sol ilumina su cabello, y por un momento, me perdí en ella.—¿Cómo te fue ayer? —pregunté, intentando sonar casual.—Bien. Fuimos a cenar al club náutico. Fue una noche tranquila.Hace una pausa y, sin esperarlo, empieza a contarme más.—Quería decirte que ya me inscribí en ingeniería electromecánica. Estoy emocionada. Mi abuelo me ofreció un puesto en la fábrica, algo básico para empezar.—Wow, es mucha información junta —respondo, aunque lo que realmente quiero saber es qué pasa con Juan.—Lo sé, pero estoy emocionada. Por cierto, la próxima semana iré a las últimas sesiones del programa. Quiero estar ahí para los reconocimientos. Tengo mucha fe en vos, Juli.Sus palabras me reconfortan más de lo que debería admitir.—Me halagas demasiado. Soy solo un chico normal al que le gusta pisar el acelerador.Pasamos el rato hablando de las carreras, pero no puedo irme sin abordar lo que realmente me inquieta.—Últimamente estás teniendo muchas citas, ¿No?—No seas exagerado. Solo fue una cita.—¿Y con Juan?—Por ahora solo somos amigos. No sé qué pueda pasar más adelante.Me siento incómodo con su respuesta, pero trato de disimular.—¿Y vos? —me lanza de vuelta—. ¿Vas a formalizar con alguien? ¿Con Carolina, quizás?—No. No se me dan los rótulos, y vos lo sabés bien.La conversación se apaga poco a poco. Su abuelo llega y decido que es hora de irme. Me despido sabiendo que todavía queda mucho por resolver, no solo en la pista, sino también en mi corazón.