Primera Parte
CAPÍTULO 1
MONSERRAT
Conozco a Julián desde siempre. Desde que éramos niños y nos pasábamos las tardes juntos, compartiendo todo: el mismo colegio, los mismos clubs, las mismas fiestas. Nuestra amistad comenzó de una forma un tanto forzada, a causa de nuestra maestra de primer grado, Ana. Por su mal comportamiento, lo obligaron a sentarse al lado mío, y a partir de ahí, se convirtió en mi compañero inseparable en todas las actividades escolares. Desde ese momento, estuvimos juntos en todo, y así fue hasta minutos antes de esa noche.
La familia de Julián no tiene el mismo lujo que la mía. Su papá, Fernando Owen, trabaja como ingeniero en la fábrica de autos de mi abuelo. Diseña los motores de la marca Belmont. A pesar de que su padre soñaba con que Julián heredara su pasión por la ingeniería y la sustentabilidad, él tenía otro tipo de sueños: le apasionaban los autos, pero por razones muy diferentes. Lo que le atraía era la velocidad, la adrenalina. Su gran sueño era ser piloto de carreras, algún día llegar a la Fórmula 1.
Pasábamos tardes enteras en la fábrica, armando pistas de autitos de juguete y competimos con ellos. Con los años, descubrimos los kartings y las competencias se hicieron más extremas. A pesar de ser polos opuestos—él popular y atlético, y yo una nerd que soñaba con ser científica—eso nunca importó. Nos complementamos perfectamente.
A medida que pasaron los años, nuestra amistad creció. Julián se convirtió en el hermano que nunca tuve. Sin embargo, como suele suceder, algo cambió. No fue un cambio repentino, sino una transformación sutil, como una corriente invisible que va arrastrando todo a su paso. Y creo que ese cambio comenzó en el último verano que compartimos antes de terminar el colegio, un verano intenso y tormentoso que siempre llevaré conmigo.
La primera fiesta a la que asistí fue el inicio del cambio. Era el cumpleaños de uno de los compañeros de fútbol de Julián, y mi abuelo, que siempre era tan estricto, milagrosamente me permitió ir, porque él estaría conmigo.
El día de la fiesta fue una pequeña revolución. Mi abuela Marta y yo salimos de compras. La ocasión lo merecía, así que decidimos que necesitaba un estreno para esa noche. Opté por una falda corta, un top delicado y tacones altos. Pasamos por el salón de belleza, y en la tarde, mi abuela me ayudó a prepararme y a maquillarme. Nuestra relación era muy especial.
—Puede que para cualquier otro compañero esta sea una noche cualquiera, pero para nosotras no lo es —me dijo mi abuela mientras me observaba con esos ojos llenos de cariño.
—Creo que estás exagerando, no es para tanto —respondí restando importancia.
—Nunca sabes el momento en que podrías conocer a tu futuro esposo, mi niña. Hay que estar siempre preparada y atenta.
Me reí, intentando cambiar de tema.
—Abuela, ¿no crees que ese tono de rojo en los labios es demasiado?
—Demasiado perfecto —dijo ella, sonriendo, como siempre. Me miró con esa admiración que solo ella podía transmitir.
Para mis abuelos, mi destino parecía claro: encontrar un hombre que se hiciera cargo de todo lo que la empresa Belmont implicaba. Pero no estaba tan segura de buscar eso. Yo quería ser la que liderara la empresa, algún día. Al menos, así lo soñaba.
Cuando terminé de arreglarme, ni siquiera me reconocí en el espejo.
A las 8:17 p. m., Julián me envió un mensaje: “Ya estoy afuera.” Salí de la casa emocionada, pero mi abuelo no dejó pasar la oportunidad de gritarme desde la puerta:
—¡Nada de alcohol si vas a manejar!
Subí a la camioneta y Julián me miró sorprendido.
—¡Monserrat! Estás... —hizo una pausa—. ¡Diferente! Es raro verte así.
—Solo es el cabello —respondí. Luego le propuse pasar por algo de comer antes de la fiesta.
—¡No me lo puedo creer! ¿Tu abuelo te dejó salir? Acepto la invitación, es muy temprano para ir a la casa de Juan. ¡Vamos por unas hamburguesas! —respondió entre risas.
—Vámonos antes de que mis abuelos se arrepientan de haberme dado permiso.
Durante la cena, hablamos de lo que siempre hablamos: autos y carreras. Todo parecía igual entre nosotros, pero había algo en el aire que me daba la sensación de que algo no estaba bien.
Finalmente, después de insistir, Julián me confesó:
—Había quedado en buscar a Carolina para ir a la fiesta. Se me olvidó avisarle que cambiaron los planes. Seguramente estará molesta esta noche.
Carolina era su última conquista. Al menos, eso creía yo. Llevaban saliendo algunas semanas, y Julián siempre me contaba todo cuando estaba en algún lío.
—No me la has presentado, y ya sé que le voy a caer mal. ¿Por qué no vamos por ella? Todavía estamos a tiempo.
—No te la he presentado porque no quiero. No es tan importante para mí.
Cuando llegamos a la fiesta, supe de inmediato que las cosas serían diferentes a lo que había imaginado. Entramos juntos, pero apenas cruzamos la puerta, Julián desapareció entre su grupo de amigos del equipo de fútbol. Ese era su ambiente, no el mío. Mientras él se mezclaba entre la gente, riendo y disfrutando de la música, yo me dirigí hacia el cumpleañero, que lo conocía pero nunca antes había hablado con él. Juan formaba parte del equipo de fútbol del colegio, como es un año mayor a nosotros ya había terminado la secundaria y se encontraba estudiando algo en la universidad.
Me sentía un poco molesta de que Julian no nos haya presentado; finalmente lo vi. Juan y decidí ir a saludarlo.
—¡Juan, feliz cumpleaños! —le dije con una sonrisa.
—¡Monserrat! —respondió él, sonriendo con sorpresa—. Qué gusto verte por acá. Muchas gracias.
—¿Conoces mi nombre? —pregunté, sintiéndome tonta por haberlo dicho.
—Por supuesto, eres la protegida de Julián.
No supe qué responder a eso, así que me quedé callada.
—¿Qué quieres tomar? Siéntete libre de servirlo de la barra —me dijo Juan, sonriendo.
—Muchas gracias, te he traído algo. No quería llegar con las manos vacías —le dije mientras sacaba una pequeña caja de mi bolso. Juan la abrió con asombro.
—¡Wow! No era necesario. —Miró el reloj que había dentro—. Es precioso, muchas gracias. ¿Qué quieres tomar?
—Solo una Coca-Cola está bien, gracias.
Al acercarnos a la barra, vi a mis compañeras de patinaje artístico, Elena e Irina. Con el vaso en la mano, me uní a ellas.
—¡Montse, ya llegaste! ¿Con quién viniste al final? Te dijimos que podías venir con nosotras.
—Lo sé, pero mis abuelos solo confían en Julián para la conducción.
—No entiendo por qué, dice Irina, riendo.
—Hablando de Julián, está en aquella esquina discutiendo con alguien. ¿Quién será? Nunca la he visto —comentó Elena.
—Debe ser Carolina. No le avisó que no la pasaría a recoger, y seguro está furiosa con él. —respondí, sintiendo un leve malestar.
No importaba. Irina me miró con una sonrisa y me dijo:
—Te ves hermosa, Montse. ¡Al fin te pusiste algo de color en la cara!
La música estaba a todo volumen, y Elena nos arrastró a la pista de baile. Pasaron varias canciones, y el ambiente se volvió insoportable: el ruido, el humo, el olor a alcohol. Decidí salir al patio en busca de aire fresco.
—Hola de nuevo —me dijo Juan, sonriendo mientras me mostraba la muñeca con el reloj que le había dado—. Muchas gracias. ¿Cómo lo estás pasando?
—Muy bien, gracias por invitarme —le respondí, aunque sabía que no era realmente él quien me había invitado.
—La verdad es que no te invité, pero me alegra que Julián te haya traído. Y no solo por el regalo que me diste.
Lo miré, sorprendida.
—¿Entonces no me invitaste?
—No. Pero me alegra que estés aquí, al menos algo bueno hizo Julián. Te conocía de vista y me gustaría poder conocerte más.
Hablamos por un largo rato.
Al mirar hacia la ventana y ver a Julián rodeado de gente, bailando y sonriendo, sentí una extraña incomodidad. Era como si, por primera vez, me diera cuenta de que había un Julián que no conocía, uno que no compartía conmigo. Un Julián que, por primera vez, me dejaba completamente sola.
Decidí no seguir conversando con Juan. Elena bailaba con su novio e Irina con un chico del equipo de fútbol. Saqué mi teléfono y llamé a mi abuelo para que viniera a buscarme.
Cuando llegué a casa, sentí una extraña sensación de alivio. Para mis amigos, la noche recién comenzaba, pero para mí ya había sido suficiente.
En mi cama, repasé todo lo que había sucedido en el día. Por primera vez, la presencia de Julián no fue reconfortante, sino confusa. Siempre lo había visto como un hermano, pero esa noche algo en mi percepción de él había cambiado. Aunque no sabía exactamente qué, algo había cambiado.