CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 8

JULIAN

Llegó el día. Fue la última sesión de carreras, y me sentía confiado. Desde la novena carrera me había mantenido en primer lugar, así que no había forma de quedar fuera del top cinco. Todo ese esfuerzo tenía que valer la pena. Mientras me alistaba, sentía una mezcla extraña de orgullo y vacío. Este deporte lo era todo para mí, pero no podía evitar preguntarme si alguien, además de mis padres, realmente se emocionaba por mis logros.

Después de la entrega de premios, fuimos a cenar con mi familia y la de Monserrat. Carolina también estuvo presente. En los últimos días del programa  habíamos vuelto a hablar, y aunque no tenía intención de invitarla, insistió tanto que terminé cediendo.

Estudiaba periodismo deportivo y estaba convencida de que estar cerca de una de las caballerías más importantes del mundo le abriría las puertas hacia la Fórmula 1. Aunque yo sabía que su interés no era solo profesional. Quería algo más serio conmigo, pero eso nunca iba a pasar. Se lo había dicho varias veces, aunque parecía no entenderlo. Me gustaba pasar tiempo con ella, pero lo nuestro era algo superficial. Físico, nada más.

La carrera pasó rápido, como un borrón de adrenalina y rugidos de motor. En la última vuelta, pisé el acelerador a fondo. Sabía que cruzaría la meta en primer lugar, o al menos en segundo si no me quitaban puntos por alguna infracción. Sentía la emoción recorriéndome el cuerpo, esa euforia que solo el triunfo podía darme. Cuando bajé del coche, los flashes me cegaron por momentos. Recibí las felicitaciones de mis padres, del equipo, de personas que apenas conocía. Pero mis ojos solo la buscaron a ella.

La vi enseguida. Impecable, con ese porte profesional que anunciaba lo que estaba destinada a ser: la futura líder de la caballería Belmont. Pero detrás de esa fachada seguía siendo Monserrat. Hermosa, serena, inalcanzable. Apenas me miró, y eso me molestó. Sabía que la presencia de Carolina la incomodaba. La veía a su lado, forzando la conversación, como si intentara marcar territorio. Solo esperaba que no dijera algo fuera de lugar.

Después de la premiación fuimos al club náutico. El lugar era impresionante: ventanales que reflejaban las luces del muelle, camareros impecables, un ambiente exclusivo. Pensé, inevitablemente, en qué Monserrat había traído a Juan aquí... pero nunca a mí.

—Propongo un brindis por mi hijo —dijo mi padre, sacándome de mis pensamientos.

—¡Felicidades! —gritaron todos al unísono.

Alfredo Belmont tomó la palabra:

—Estamos muy contentos de tenerte en nuestro equipo, Julián. El próximo gran paso será tu debut en el Gran Premio de Mónaco. Sé que dejarás a la caballería en una excelente posición.

Sonreí, pero la voz de mi padre me devolvió a la realidad:

—Espero que también sepa cumplir con el colegio. Ya falta poco para que terminen las clases.

—Un mes y medio más... y adiós —respondí, intentando sonar despreocupado, aunque la verdad era que ya no veía la hora de liberarme de esa obligación.

La conversación giró en torno a los estudios. Cuando le preguntaron a Montse qué carrera pensaba seguir, noté cómo los ojos de mi padre se iluminaban con orgullo. Ese brillo que nunca tenía cuando hablaba conmigo.

—Ingeniería electromecánica —respondió—. Más adelante quiero hacer un posgrado en negocios.

—Vas a ser una excelente ingeniera —comentó mi padre.

Cuando fue el turno de Carolina, habló de su sueño de trabajar en televisión deportiva. Monserrat, siempre diplomática, le sonrió.

—Es importante que más mujeres ocupen espacios tradicionalmente dominados por hombres —dijo.

Aunque sus palabras sonaban amables, su tono me hizo sospechar que no era del todo sincera. Carolina, por su parte, no notó nada. Se aferró a mi brazo en un gesto posesivo.

Más tarde, cuando los adultos se retiraron, insistí en que Montse se quedara un rato más. Dudó un momento, pero terminó accediendo.

Mientras nos despedimos de mis padres y de los abuelos de Montse, sentí cómo Carolina me pellizcaba el muslo por debajo de la mesa. Poco después, me llegó un mensaje:

C [¿Por qué no dejaste que se fuera? No la ocupamos aquí]

Lo ignoré por completo.

—¿Pedimos algo más? ¿Alguna bebida o postre? —pregunté.

—Podríamos pedir otra botella de champán, ¿qué opinan? —dijo Carolina.

—Me parece bien. ¿Vos, Montse?

—Yo voy a pedir un té de limón caliente. Ustedes disfruten el champán.

—¿Un té? —Carolina arqueó una ceja, con una sonrisa tan falsa como un billete de tres lempiras—. Vamos, estamos celebrando. No seas tan seria.

—No, gracias. No tomo alcohol —respondió Monserrat con calma.

—Eres demasiado mojigata. Deberías soltarte un poco.

—En este lugar hay demasiada gente que me conoce. No quiero que lleguen rumores a mi abuelo —dijo, y yo supe que estaba buscando cualquier excusa para no confrontar.

—¿Le tienes miedo acaso?

—No, claro que no. Pero tengo respeto por quienes me criaron y me dan todo día a día —respondió con firmeza.

El camarero llegó con nuestras bebidas. Finalmente, Montse accedió a brindar con una copa.

—Por este gran comienzo. Estoy muy feliz por vos, Juli. Seremos un equipo increíble —dijo, levantando su copa y regalándome una sonrisa genuina.

—Vamos a ver... ¿Y vos qué vas a hacer en el equipo? —preguntó Carolina.

—Voy a trabajar junto a los ingenieros para crear el mejor automóvil. No será desde ya, pero sí en un futuro cercano —respondió Monserrat con seguridad.

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Monserrat, firme como siempre, no se dejaba intimidar.

—Felicidades, Juli —dijo Carolina, y me besó en los labios. Me aparté instintivamente. No quería que Monse viera eso—. Esperemos que la próxima victoria Montse también nos acompañe.

—Siempre voy a estar presente en los triunfos de Julián —respondió ella, con una ternura que me desarmó.

El comentario de Carolina me irritó, pero antes de que pudiera decir algo, cambió de tema.

—Me encanta tu reloj. ¿Es nuevo?

—Fue un regalo de cumpleaños de Montse —dije, mirándola directamente.

El comentario hizo efecto. Carolina forzó una sonrisa, pero estaba visiblemente incómoda.

—Buen gusto el tuyo. ¿Vamos a bailar luego, Juli?

—No lo sé. Lo veremos más tarde.

La verdad era que no tenía ganas. Estaba agotado por la carrera, por la cena, y por su actitud con Monserrat.

Antes de que se terminara la botella de champán, Monserrat propuso irse.

—¿Nos vamos?

—Sí —respondió Carolina rápidamente.

—Mi abuelo ya dejó pagada la cuenta. Solo voy a dejar propina a los meseros —dijo Montse.

Carolina frunció el ceño, pero no dijo nada. En el auto, se sentó en el asiento del copiloto y no pronunció palabra hasta que dejamos a Monserrat frente a su casa.

—Al fin solos —dijo apenas Monse se bajó—. No sé por qué se quedó. Debería haberse ido con sus abuelos.

—Quería que se quedara. Es mi mejor amiga.

—Lo sé, pero no me gustan las mujeres que se hacen las santas y luego son terribles gatos.

—¿De qué hablas? —pregunté, sorprendido por su veneno.

—De nada. Bueno, ¿a dónde vamos?

—A tu casa. No tengo ganas de salir.

—¿En serio? ¿Después de acompañarte a esa cena aburridísima me vas a dejar sola?

—Si prefieres, te dejo aquí y volvés caminando.

El resto del trayecto transcurrió en silencio. Cuando llegamos, bajó del auto sin despedirse. Y no hice nada por detenerla. Sabía que no me hablaría por unos días, pero no me importaba.

De camino a casa, saqué el teléfono y le escribí a Montse:

Jul [¿Cómo la pasaste?]

M [Bien, Juli. Espero que ustedes también. Felicitaciones de nuevo]

M [Buenas noches, que lo pases lindo con Carolina]

Leí el mensaje una y otra vez. Quise decirle que no me interesaba salir con Carolina, que todo esto era un error. Pero me detuve. Era un tema complicado y no quería arruinar lo que teníamos. Apagué el teléfono, frustrado conmigo mismo, con Carolina, con todo. No sabía bien hacia dónde iba... pero esa noche, lo único que sabía con certeza era a quién quería a mi lado.

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