CAPÍTULO 2
JULIANCuando le mencioné la fiesta a Monserrat, nunca imaginé que aceptaría la invitación y menos aún que sus abuelos se lo permitieran . Sus abuelos siempre han sido extremadamente estrictos, y rara vez la dejaban salir. Cada vez que la invitaba a algún sitio, su respuesta era siempre un “no” rotundo. Pero esta vez, algo fue diferente. No sé si fue suerte o el cansancio de tantas negativas lo que me hizo insistir una vez más, pero, para mi sorpresa, dijo que sí.
En cuanto recibí su respuesta, supe que tendría que cambiar mis planes. Originalmente, había quedado con Carolina para ir juntos, pero si Monserrat venía conmigo, todo se complicaba. No podía dejarla sola en su primera salida. Carolina lo entendería… o eso esperaba.
Llegué puntual a su casa, como habíamos acordado. Mientras la esperaba en la camioneta, me sorprendió darme cuenta de lo nervioso que estaba. No sabía si era por la idea de enfrentarme a Carolina más tarde o si algo más estaba afectando mis pensamientos. Fue entonces cuando la vi salir por la puerta.
Montse caminaba hacia la camioneta con su habitual seguridad, pero esa noche algo en ella me desconcertó. Vestía una falda corta y un top que realzaba su figura atlética, seguramente producto de sus años de patinaje artístico. Su cabello, normalmente rizado, caía liso y brillante sobre sus hombros, y sus ojos… esos ojos azul zafiro que siempre había considerado los de una amiga, brillaban de una manera que no había notado antes.
Golpeó la ventanilla del coche, sacándome de mis pensamientos.
—¡Hola, Juli! —dijo con su sonrisa cálida.
—Monse, estás… ¡Diferente! Es raro verte así.
—Solo es el cabello —respondió, con una ligera sonrisa—. ¿Pasamos por algo de comer antes de la fiesta?—¡No me lo puedo creer! ¿Tu abuelo te dejó salir? Bueno, si ya lo hizo, aceptó la invitación. ¡Es muy temprano para ir a la casa de Juan! Vamos a por unas hamburguesas.—Vámonos antes de que mis abuelos se arrepientan de haberme dado permiso.Arranqué el coche sin pensarlo demasiado, y mientras conducía, no podía quitarme de la cabeza lo linda que se veía. Por un momento, consideré no ir a la fiesta. Hablar con ella mientras cenábamos parecía suficiente para mí.
En el restaurante, la conversación fluyó como siempre. Hablamos de autos, de nuestras teorías sobre los próximos modelos de Fórmula 1, de nuestros sueños. Ella seguía queriendo construir coches eléctricos más sostenibles; yo seguía soñando con correr a toda velocidad en las pistas. Pero había algo en el aire, una ligera tensión que no pude identificar, que hacía que esa noche fuera distinta.
Cerca de la medianoche, llegamos a la casa de Juan. Apenas bajamos del coche, Carolina apareció, casi como si nos hubiera estado esperando. Puse los ojos en blanco. No tenía ganas de lidiar con su mal humor, pero sabía que no podría librarme tan fácilmente.
Carolina me llevó aparte en cuanto puse un pie en la fiesta. Estaba molesta, y su mirada lo decía todo.
—¿Por qué viniste con ella? ¿Por qué no pasaste a buscarme a mí? —dijo, cruzándose de brazos.
—¿De qué hablas? Monserrat es mi amiga. Además, no tengo obligación de llevarte a todos lados.
—Espero que al menos me lleves de regreso a casa. Quiero estar contigo a solas.
—Está bien, luego hablamos.
Sabía que la conversación no terminaría ahí, pero decidí ignorarla por el momento. Desde la cocina, entre risas y vasos de cerveza, observé a Montse desde la distancia. Estaba bailando con su grupo de amigas de patinaje artístico. Su risa era contagiosa, y se notaba que estaba disfrutando la noche.
Juan se acercó con una sonrisa burlona.
—No sabía que venías con tu compañera de banco.
—¿Y qué tiene de malo? Es mi mejor amiga.—Es muy guapa, ¿sabes? Además, me trajo un regalo de cumpleaños. Ni mis amigos más cercanos hicieron eso. Cuando me dio el reloj, vi la pena en su rostro.Me callé. Algo en mí se revolvió al escuchar eso. Durante años, Montse había sido quien me daba regalos en cada cumpleaños. El simple hecho de saber que ella había tenido ese gesto con alguien más me incomodó más de lo que quería admitir.
—Creo que voy a invitarla a salir —dijo Juan, con una seguridad que me hizo fruncir el ceño—. Me lo estoy pensando. Nunca antes me había fijado en ella con tanto detalle.
Lo miré, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.
—Suerte con eso.
Mis palabras salieron vacías, como si me costara aceptarlo. Algo se me revolvió en el pecho. Sabía que no lograría convencerla, pero la idea de Montse saliendo con alguien más me provocaba una incomodidad que no podía explicar.
Pasé el resto de la noche con Carolina, aunque mi mente estaba en otro lugar. A las 3 de la madrugada, me di cuenta de que no había visto a Montse en un buen rato. Salí al patio para buscarla, pero no la encontré.
Juan apareció con una sonrisa triunfante.
—Voy a invitarla a salir la próxima semana.
—¿De quién hablas? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.—De Monserrat, ¿quién más? Es preciosa, y definitivamente quiero conocerla un poco más. Incluso me gustaría acompañarla al baile de graduación.—No creo que te acepte una cita tan fácilmente. Sus abuelos son bastante complicados —le respondí.—Para eso te tengo a ti, ¿no? Sabes que tuve que admitir que no la invité antes… me sentí mal al ver su cara.—La verdad, siempre la invito por compromiso. Nunca me había dicho que sí hasta hoy.—Sí, eso me dijo ella.Lo ignoré. No quería seguir escuchando sobre ella. Saqué mi teléfono y le envié un mensaje:
“¿Dónde estás?”
No hubo respuesta. La llamé varias veces, pero tampoco contestó. Finalmente, casi media hora después, llegó su mensaje:
“Mi abuelo vino por mí. Son casi las 4 a. m. Voy a intentar dormir. Perdón por no avisarte, te vi muy ocupado. Hablamos mañana.”
Me quedé mirando la pantalla, incapaz de procesar lo que sentía. Se había ido sin decirme nada. Era su primera fiesta, y la había dejado sola.
Le debía una disculpa.
Decidí que era hora de irme también. Regresé con Carolina y le dije que era momento de irnos. Pasé el resto de la noche con ella en su apartamento, pero no pude dormir. Carolina, como siempre, se quedó profundamente dormida después del sexo. Pero yo no podía dejar de pensar en Monserrat.
Por primera vez en años, algo dentro de mí había cambiado. La había visto bajo una luz diferente, y el simple pensamiento de perderla, de que alguien más ocupa un lugar en su vida que yo daba por sentado, me aterraba.
Ojalá hubiera dejado todo atrás esa noche y me hubiera ido con ella a cualquier otro sitio menos la fiesta de Juan.