Mundo ficciónIniciar sesiónDesde fuera, Aelin parece tenerlo todo: riqueza, elegancia y un prometido ideal. Pero tras la fachada de perfección se esconde un mundo de traición y secretos. Aelin es solo una mujer sencilla es la jefa oculta de una organización secreta que opera desde las sombras para proteger lo que el sistema no puede. Criada por una familia rica que la adoptó solo por interés, Aelin nunca conoció el amor verdadero. Su prometido, Leonard, fue su único refugio emocional… hasta que lo descubrió traicionándola con la amiga de este novia de la infancia. el dolor es devastadora, no porque lo ame sino por la traición. Pero la traición no termina ahí. Leonard, cegado por la ambición, la encierra como castigo. La deja sin comida, sin agua, sin salida durante una semana. Y cuando la debilidad toca a su puerta, Aelin ingresada en el hospital al borde de la muerte. Allí conoce a Darian Vólkov, un empresario millonario, enigmático y poderoso, que guarda un secreto tan profundo como el suyo: también lidera una organización clandestina. Juntos, forjan una alianza oscura y peligrosa para destruir a todos los que alguna vez la humillaron, usaron o traicionaron. Cuando Aelin encuentra un viejo collar escondido entre los archivos secretos de su familia adoptiva, una verdad enterrada resurge: sus padres biológicos no murieron. La están buscando. Pero mientras la esperanza florece, una nueva amenaza se cierne sobre ella. Leonard no ha terminado su juego. Y ahora, Aelin no es la misma mujer rota de antes: es una loba herida… con sed de venganza.
Leer másEl amanecer llegó despacio, como si no quisiera interrumpir. En la calle Fresno, la pequeña fachada blanca de la Fundación Lunaria tenía las ventanas abiertas. Por dentro se escuchaban risas, pasos menudos, el roce de hojas de papel. El olor a pan y vainilla flotaba en el aire, mezclado con el polvo reciente de los libros nuevos. Aelin estaba de pie frente al ventanal, con una taza de café entre las manos. Afuera, los primeros niños del barrio corrían hacia la puerta, cargando mochilas gastadas y sonrisas limpias. El cartel de madera tallado por Silvio colgaba sobre la entrada: LUNARIA “Porque la luz también vive de noche.” Sasha revisaba los últimos detalles en la cocina: galletas, leche tibia, fruta cortada. Darian organizaba una pila de cuadernos y lápices en la mesa principal. Todo parecía sencillo, casi doméstico. Pero detrás de cada movimiento había años de batallas silenciosas, heridas curadas y decisiones que la habían llevado justo allí. —Hoy llegan los del periódico
El avión descendió entre nubes bajas y un cielo delgado, color perla. Aelin miró por la ventanilla la mancha irregular de su ciudad: avenidas anchas, techos rojizos, grúas congeladas a mitad del aire como signos de interrogación. Habían pasado días intensos en Europa, y sin embargo, al acercarse a casa sintió que lo verdadero aún estaba por ocurrir. Darian rozó sus dedos sobre el apoyabrazos. —¿Lista? Ella sonrió con ese gesto breve que había aprendido en la adversidad. —Lista. No para discursos, sino para trabajo. Sasha, dos filas atrás, cerró el cuaderno donde venía apuntando direcciones, nombres y llamadas por devolver. Nada de tácticas marciales: horarios de visita, contactos de arquitectos, listas de inventario. Logística que olía a vida normal. En el pasillo del aeropuerto no había cámaras. Aelin lo agradeció. Tomaron el carril de llegadas, recogieron las maletas y salieron a la claridad tibia de la mañana. El chofer los esperaba con un sedán discreto. En el trayecto, los
El amanecer en Viena llegó silencioso, envuelto en una neblina dorada. La ciudad despertaba con lentitud, mientras los primeros rayos del sol se filtraban entre las cortinas del hotel. Aelin se levantó temprano. Apenas había dormido. Toda la noche había pensado en la llamada del fraile y en aquellas palabras que se habían quedado grabadas en su mente: “Abrir solo cuando la luna y la verdad coincidan.” En el tocador, junto al espejo, descansaban tres cosas: la carta de su madre, el sello de plata de los Asturias, y el documento del Consejo que la nombraba Guardiana. Aelin los observó un momento, como si fuesen piezas de un rompecabezas que al fin comenzaban a encajar. Darian se acercó por detrás, en silencio. —No dormiste nada —dijo con suavidad. —No podía —respondió ella, mirándose en el espejo—. Es curioso… por años busqué saber quién era. Ahora que lo sé, siento que apenas empiezo a vivir. Darian la abrazó desde atrás, apoyando el mentón en su hombro. —Porque por fin no lu
A la mañana siguiente, Viena despertó con la nieve cubriendo los tejados como una sábana limpia. Las campanas sonaron más nítidas, y el aire helado parecía recién lavado. El mundo había escuchado a Aelin. Y ahora respondía. Darian abrió las cortinas de la suite; un resplandor blanco inundó la habitación. Aelin estaba sentada en la cama, con el cabello suelto, sosteniendo la carta de su madre como si aún necesitara tocarla para creer. Sasha revisaba el móvil cerca de la puerta, pasando de un mensaje a otro con el ceño concentrado. —Han sido doce largas horas —dijo Sasha al fin—. Pero mira esto. Se acercó con la pantalla abierta: titulares de Londres, Madrid, Roma, Bruselas. Entrevistas de archivo, confirmaciones notariales, fotografías del sello de plata sobre terciopelo. Un hilo de un historiador aplaudiendo la recuperación de la Casa Asturias; otro, de una periodista escéptica, admitiendo que “la elegancia de la verdad” vence a cualquier campaña. "La hija de la Luna: la hered
El Gran Salón Imperial de Viena estaba repleto. Cientos de invitados, diplomáticos y periodistas se habían reunido para la ceremonia más esperada de la temporada: el Reconocimiento a la Herencia Cultural Europea. Los candelabros centelleaban sobre las paredes doradas, los pisos de mármol reflejaban las luces, y un murmullo constante recorría el lugar como una marea contenida. Aelin entró tomada del brazo de Darian. Vestía un vestido largo color blanco perla, sencillo pero majestuoso, con un broche plateado en forma de luna sobre el pecho. Su cabello estaba recogido en un moño bajo y sus pasos eran firmes, casi solemnes. Cada mirada la seguía, algunos con curiosidad, otros con respeto, y unos cuantos —los Delacroix entre ellos— con rencor mal disimulado. Sasha caminaba detrás de ellos, observando con atención cada rostro. Todo estaba calculado en protocolo, pero lo que iba a ocurrir esa noche no formaba parte del programa. En una de las mesas principales, los Condes de Liria D
La mañana en Viena se levantó fría y silenciosa. La neblina cubría las calles como un velo gris, y el sonido distante de las campanas de la catedral resonaba en el aire húmedo. En la suite del hotel, Aelin estaba despierta desde el amanecer. No había dormido más que unas horas, con la carta de su madre aún sobre la mesa, junto a una taza de té ya frío. Releyó las líneas una vez más, deteniéndose en aquella frase que la perseguía desde la noche anterior: “No busques venganza, hija mía. Busca justicia.” La caligrafía era suave, elegante, cargada de melancolía. Aelin deslizó los dedos sobre las palabras como si quisiera sentir la voz de su madre. Por primera vez en mucho tiempo, una lágrima silenciosa recorrió su mejilla. —¿Qué te preocupa? —preguntó Darian al entrar, con el cabello aún húmedo por la ducha. —No es preocupación —respondió ella, limpiándose la lágrima—. Es promesa. Él la observó en silencio unos segundos, antes de acercarse y besarle la frente. —Hoy tenemos una re





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