Desde fuera, Aelin parece tenerlo todo: riqueza, elegancia y un prometido ideal. Pero tras la fachada de perfección se esconde un mundo de traición y secretos. Aelin es solo una mujer sencilla es la jefa oculta de una organización secreta que opera desde las sombras para proteger lo que el sistema no puede. Criada por una familia rica que la adoptó solo por interés, Aelin nunca conoció el amor verdadero. Su prometido, Leonard, fue su único refugio emocional… hasta que lo descubrió traicionándola con la amiga de este novia de la infancia. el dolor es devastadora, no porque lo ame sino por la traición. Pero la traición no termina ahí. Leonard, cegado por la ambición, la encierra como castigo. La deja sin comida, sin agua, sin salida durante una semana. Y cuando la debilidad toca a su puerta, Aelin ingresada en el hospital al borde de la muerte. Allí conoce a Darian Vólkov, un empresario millonario, enigmático y poderoso, que guarda un secreto tan profundo como el suyo: también lidera una organización clandestina. Juntos, forjan una alianza oscura y peligrosa para destruir a todos los que alguna vez la humillaron, usaron o traicionaron. Cuando Aelin encuentra un viejo collar escondido entre los archivos secretos de su familia adoptiva, una verdad enterrada resurge: sus padres biológicos no murieron. La están buscando. Pero mientras la esperanza florece, una nueva amenaza se cierne sobre ella. Leonard no ha terminado su juego. Y ahora, Aelin no es la misma mujer rota de antes: es una loba herida… con sed de venganza.
Leer másLa ciudad amaneció con una calma artificial, como un teatro vacío antes de que subiera el telón. Los portales habían dejado de hablar del tropiezo de Celeste; ahora hablaban de “reacomodos”, de “figuras emergentes”, de la “nueva normalidad” tras el fracaso mediático. La normalidad, pensó Aelin frente al ventanal, no existe. Solo existen los intervalos entre las guerras. Sasha entró sin hacer ruido. Traía en la mano una carpeta delgada y una expresión de quien ha visto un relámpago en un cielo despejado. —Celeste pidió espacio en Punto Abierto —dijo—. Debate en vivo, audiencia masiva. Dice que quiere “poner fin a los rumores”. Ya sabes lo que significa. Aelin no preguntó más. Se sirvió café, probó un sorbo y dejó la taza intocada, como si el líquido supiera a horas perdidas. —¿Adrien estará? —No figura en la parrilla. Pero estará. En alguien, en algo, en el guion. Darian cruzó el umbral con esa presencia que convertía cualquier habitación en un lugar seguro. No necesitó palabras:
La derrota mediática de Celeste aún se comentaba en cada esquina de la ciudad. Los periódicos habían pasado de ensalzar la supuesta corrupción de Aelin a ridiculizar el intento de difamación que había estallado en la cara de la hija legítima de los Valtierra. En la mansión, los sirvientes caminaban de puntillas para evitar las explosiones de ira de Celeste, que se había encerrado durante dos días, gritando a cualquiera que osara interrumpirla. Amanda y Esteban estaban demasiado avergonzados para aparecer en público. La familia, otrora orgullosa, se había convertido en objeto de burlas en los círculos sociales. Adrien, sin embargo, no se dejaba arrastrar por esa caída. Mientras Celeste se consumía en berrinches, él permanecía en silencio, escribiendo informes en su portátil, revisando llamadas cifradas y preparando la siguiente jugada. Aquella noche, en la habitación de hotel que usaba como base, cerró las cortinas, encendió una lámpara tenue y activó un dispositivo de comunicación
La noche había caído sobre la ciudad con un aire eléctrico. Las luces de los rascacielos parpadeaban como si aguardaran el inicio de un espectáculo clandestino. En los cafés y bares, las pantallas se llenaban con titulares que corrían como pólvora. ¿La dama misteriosa tiene un lado oscuro? ¿Alianzas turbias detrás del ascenso de Aelin Vólkov? —Fuentes anónimas señalan favoritismos y tratos ocultos. Las notas estaban escritas con el filo venenoso del rumor: frases ambiguas, “fuentes cercanas”, imágenes de Aelin en reuniones privadas recortadas para dar la impresión de conspiración. En un rincón de la mansión Valtierra, Celeste observaba cada titular en su teléfono, con el corazón latiendo acelerado. A su lado, Adrien parecía disfrutar del momento con la calma de un jugador que contempla cómo su apuesta empieza a dar frutos. —Lo logramos —susurró Celeste, con una sonrisa que mezclaba satisfacción y ansiedad—. Finalmente, el mundo empieza a verla como lo que es. Adrien bebió un s
Celeste despertó esa mañana con la garganta seca y el recuerdo borroso de la noche anterior en brazos de Adrien. La resaca era más moral que física: no le gustaba sentirse vulnerable, mucho menos sabiendo que Adrien conocía cosas que ella apenas podía recordar. Aun así, lo buscó con la mirada y lo encontró en la sala del hotel, de pie frente a la ventana, con una taza de café en la mano. Parecía dueño de cada espacio que pisaba. —Te ves intranquila —dijo él, sin mirarla—. ¿Es por lo que hablamos anoche? Celeste se ajustó el cabello y lo observó con cautela. —No recuerdo cada palabra. Pero sí recuerdo una cosa: quiero acabar con ella. Adrien sonrió, satisfecho. —Entonces estamos en sintonía. El primer paso no es atacarla con balas ni cuchillos. Es sembrar dudas. Hacer que la ciudad vea grietas en su imagen perfecta. Celeste arqueó una ceja. —¿Y cómo piensas hacerlo? Ella siempre sale ilesa. Adrien se giró y le mostró unos documentos, fotografías seleccionadas, detalles de reun
La mañana había transcurrido con calma en el Penthouse. Aelin se había permitido un instante de silencio, disfrutando del aroma del café mientras Sasha revisaba la correspondencia. El murmullo de la ciudad llegaba atenuado por los ventanales, como si todo el mundo estuviera a kilómetros de distancia. Fue en ese instante cuando un golpe seco en la puerta hizo que Sasha se pusiera en guardia. Aelin levantó la mirada, percibiendo esa vibración en el aire que precedía a los encuentros decisivos. Darian se levantó de su asiento con el porte de un león dispuesto a interponerse ante cualquier amenaza. La puerta se abrió y un hombre alto, vestido de negro, entró sin ceremonias. Su sola presencia parecía arrastrar las sombras consigo. Era Riven, el segundo al mando de Nox Caelis, a quien Aelin había dejado en un lugar seguro cuando todo comenzó. —Riven —pronunció ella, sin disimular la sorpresa, aunque en sus ojos brilló un destello de reconocimiento. El hombre se inclinó levemente. —Perd
Celeste se miraba al espejo del baño del hotel, tratando de recomponer su rostro con agua fría. El maquillaje corrido se había convertido en un rastro de la noche pasada. Tenía un dolor punzante en las sienes, pero lo peor era el vacío en su memoria. Recordaba las luces del bar, las copas, el rostro de Adrien acercándose con palabras dulces y venenosas. Después, todo se desdibujaba como si hubiera sido un mal sueño. Cuando salió de la habitación, Adrien la esperaba sentado en la cama, perfectamente vestido, como si no hubiera dormido. En sus manos sostenía un vaso de agua y una aspirina. —Tómalo —dijo, ofreciéndoselo con una sonrisa que parecía más un gesto calculado que amable. Celeste lo aceptó, evitando su mirada.—No sé qué pasó anoche. Apenas recuerdo fragmentos. Adrien arqueó una ceja.—¿Quieres que te lo recuerde? Celeste tragó saliva, nerviosa.—No… —respondió rápidamente—. Prefiero dejarlo así. Él sonrió, aunque en sus ojos brillaba algo oscuro. —Como quieras. Pero te dir
Último capítulo