MANSIÓN ELIZALDE
Las paredes de la mansión Elizalde estaban demasiado silenciosas aquella noche.
Demasiado perfectas.
Aelin sabía lo que eso significaba: alguien estaba preparando un golpe.
Estaba sentada frente al espejo, con el cabello suelto sobre los hombros y una copa de vino en la mano. Su expresión era tranquila, pero sus ojos no parpadeaban. Observaba su reflejo con el mismo detenimiento con el que estudiaría a una víctima. Sabía que, para sobrevivir, tendría que matar a Aelin la prometida… y despertar a la Aelin que la organización temía: la Sombra del Cielo.
Su teléfono vibró una vez. Luego otra. Y otra vez, sin parar.
No necesitó desbloquearlo para saber quién era. Lo hizo igual.
Remitente: Desconocido
Una galería de fotos apareció.
Primero, Leonard dormido. Sin camisa. Luego, Isabella en ropa interior, tomándose selfies en su cama. Después, ambos en posiciones que no dejaban lugar a la imaginación. Risas, besos, manos, piel. Y, por último, un mensaje:
«Una reina sin trono no es más que una sirvienta disfrazada. ¿Aún crees que él te quiere? Pobre huérfana. Siempre soñando con lo que no puedes tener».
Aelin bajó lentamente el teléfono. No gritó. No lloró. No parpadeó.
Solo sonrió.
Una sonrisa helada.
Acto seguido, abrió el doble fondo de su armario y extrajo una caja metálica. Dentro, una tablet militar, conectada a su red secreta Nox Caelis. Su dedo trazó un patrón. La pantalla se iluminó con un mapa de nodos.
Agentes infiltrados. Hackers. Vigilancia satelital. Inteligencia civil.
Ella no estaba sola. Y ahora, usaría todo lo que había construido.
—Código escarlata —susurró al micrófono—. Iniciar operación «Caída de la Rosa».
El sistema respondió con una voz artificial:
«Infiltración psicológica activa. Objetivo: Isabella De la Riva».
===/===
Mientras tanto, en la mansión, Isabella reía con Leonard en la sala principal. Estaban tomando whisky junto a la chimenea, como si fueran los dueños del mundo. Ella ya se creía la señora de la mansión.
—No deberías preocuparte por ella —decía Isabella, acariciándole la mano—. Aelin no te conviene. Es tan… artificial. Fría. Vacía. Yo sí te conozco de verdad.
Leonard dudó un segundo. Pero asintió. Ya estaba demasiado cegado.
Entonces, el sistema de seguridad de la casa parpadeó.
La pantalla que mostraba las cámaras de vigilancia cambió un instante. Solo un segundo.
Lo suficiente para que Isabella viera algo que no esperaba: a ella misma, en una habitación, manipulando el teléfono de Leonard mientras él dormía.
Ella se levantó de golpe.
—¿Qué… qué fue eso?
—¿Qué viste? —preguntó Leonard, confundido.
—Nada. Debe ser un error técnico —dijo Isabella, forzando una sonrisa.
Pero su rostro ya no tenía color.
===/===
Esa madrugada, Aelin se reunió en secreto con uno de sus contactos más antiguos: un hombre apodado Víbora, maestro de manipulación mediática.
—Quiero que rastrees el número del mensaje —dijo Aelin, entregándole el celular—. Y quiero pruebas legales de que lo envió ella. Fotos, registros, rastros.
—¿Y si lo borra?
—No importa. Isabella no es una profesional. Los errores están garantizados.
Víbora asintió.
—¿Y luego?
—Después, necesito que fabriques una imagen pública perfecta de ella… para luego destruirla frente a la élite social. Pero aún no. Primero… que se hunda sola.
===/===
Días más tarde, Isabella comenzó a notar cosas extrañas.
Su ropa aparecía desordenada. Sus documentos con marcas que no recordaba. Sus redes sociales, alteradas con pequeños detalles: una foto borrosa de Leonard dormido. Un mensaje de texto que nunca envió, publicado por error. Comentarios anónimos acusándola de ser...
«Una roba-prometidos profesional».
Leonard empezaba a hacer preguntas.
—¿Estás segura de que no fuiste tú quien publicó eso?
—¡Claro que no! Me están saboteando, Leo.
Pero algo en sus ojos decía que no le creía del todo.
---
Esa noche, Aelin estaba sentada en el invernadero de la propiedad, rodeada de flores blancas. Leonard entró sin que ella lo notara, o eso creyó él.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Ella sonrió con dulzura.
—Claro, Leonard. ¿Por qué no lo estaría?
—Últimamente… estás más distante.
—Es que tú estás más ocupado con Isabella. Supongo que te entiende mejor.
El silencio cayó como un muro. Y el silencio se apoderó del lugar. — Luego Leonard dijo:
—No es lo que parece —dijo él.
Aelin lo miró. Esa fue la gota.
Se levantó lentamente, se acercó a él… y sin previo aviso, lo abofeteó. Una vez. Dos veces.
—No es lo que parece —repitió Aelin, la voz quebrada, no de tristeza, sino de furia contenida—. Entonces explícame tú las fotos. Los mensajes. Las miradas.
Leonard se tambaleó, pero no reaccionó. Entonces apareció Isabella.
—¡¿Qué te pasa?! —gritó—. ¡No tienes derecho!
Aelin giró. La observó. Y le propinó una bofetada también a ella. Isabella cayó sobre el sofá.
—Ni se te ocurra hablarme de derechos —susurró Aelin, temblando de rabia—. Ustedes dos no conocen lo que es el honor.
Leonard la tomó del brazo con fuerza. Y la arrastró frente a Isabella.
Al sentir Aelin, lo fuerte que este la tomaba, se dejó llevar, haciéndose parecer débil.
Luego Leonard dijo: —¡Pídele perdón ahora mismo! — con su rostro lleno de furia.
Ella se le quedó viendo, en silencio.
—Arrodíllate, Aelin.— presionandole en sus hombros.
Y entonces ocurrió.
Aelin lo escupió. Y le dio una fuerte abofeteada—luego dijo:
—Jamás me arrodillaré ante una traición. ¿No sabes quién soy? Lo sabrás pronto.
Luego se soltó cómo pudo, y corrió a su habitación, poniéndole la cerradura por dentro.
La pareja quedó en la sala del jardín asombrado. Y los dientes le rechinaban por la furia. Leonard nunca había visto esa faceta en ella.
Él sentía que ya no era la Aelin que él había conocido años atrás, todo había cambiado.
===/===
Esa noche, mientras todos dormían, Aelin empacó una pequeña bolsa, tomó su collar y una pistola oculta.
Abrió la ventana.—Y saltó desde el segundo piso.
Pero no contaba con que Leonard la estaría esperando en el jardín.
—¿A dónde crees que vas?
Aelin intentó huir, pero él la sujetó y la arrastró de vuelta a su habitación. La encerró con llave.
—Si no vas a obedecer, entonces te quedarás aquí hasta que aprendas a ser mi esposa.
La dejó allí sin comida, sin contacto, como si fuera un animal.
Y mientras las horas pasaban, Aelin juró que esa sería la última vez que alguien la encerrara.
La próxima vez que saliera… —No volvería jamás.
===/===
«En en el siguiente Capítulo mostrará los intentos fallidos de Aelin por escapar, su deterioro físico, su resistencia psicológica y finalmente su traslado al hospital. Allí conocerá —por destino o casualidad— a los abuelos de Darian Vólkov, el magnate que cambiará su vida para siempre.
Este capítulo será crudo, emocionalmente intenso, pero también marcará el inicio de una nueva etapa para Aelin: el renacimiento de la mujer que no volverá a arrodillarse jamás».