A la mañana siguiente, Viena despertó con la nieve cubriendo los tejados como una sábana limpia. Las campanas sonaron más nítidas, y el aire helado parecía recién lavado. El mundo había escuchado a Aelin. Y ahora respondía.
  Darian abrió las cortinas de la suite; un resplandor blanco inundó la habitación. Aelin estaba sentada en la cama, con el cabello suelto, sosteniendo la carta de su madre como si aún necesitara tocarla para creer. Sasha revisaba el móvil cerca de la puerta, pasando de un mensaje a otro con el ceño concentrado.
  —Han sido doce largas horas —dijo Sasha al fin—. Pero mira esto.
  Se acercó con la pantalla abierta: titulares de Londres, Madrid, Roma, Bruselas. Entrevistas de archivo, confirmaciones notariales, fotografías del sello de plata sobre terciopelo. Un hilo de un historiador aplaudiendo la recuperación de la Casa Asturias; otro, de una periodista escéptica, admitiendo que “la elegancia de la verdad” vence a cualquier campaña.
  "La hija de la Luna: la hered