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CAPITULO 4 JAULA DE SEDA, CORAZÓN DE ACERO

EN EL HOSPITAL

Los días no tenían nombre dentro de aquellas cuatro paredes. Se sentía indefensa, al no poder comunicar con el mundo exterior.

La habitación era amplia, adornada con cortinas de terciopelo y muebles de lujo, pero para Aelin, se había convertido en una prisión dorada. Las ventanas estaban cerradas desde afuera, las puertas reforzadas con cerraduras digitales que solo Leonard podía controlar.

El aire se tornaba más pesado con cada minuto. No recibía comida ni agua desde hacía más de un día. Nadie respondía a sus llamados. Nadie tocaba la puerta.

Estaba sola. Con hambre y sed. Ella se sentía débil.

Pero no derrotada.

La primera noche, trató de romper el marco de la ventana con un jarrón de porcelana. No funcionó. El cristal estaba a prueba de impactos, y estaba bien reforzado.

La segunda noche, desarmó el respaldo de la cama para improvisar una palanca. Intentó forzar la cerradura desde adentro, pero recibió una descarga eléctrica oculta en el mecanismo, cosa que se le había pasado por alto.

La tercera noche… simplemente se dejó caer al suelo. Exhausta. Con el collar apretado en su mano. Se arrepentía, sí, se arrepentía de no haberse enfrentado a Leonard. Pero sabía, que no era el momento, para quedar al descubierto.

El collar giraba en su mano; era el mismo que había encontrado. El que conectaba con su pasado. El que ahora sentía calor, como si la vida que una vez le arrebataron comenzara a latir bajo su piel.

—No me voy a quebrar… —susurró, con la voz ronca.

Pero ya no podía mantenerse en pie. Estaba débil y exhausta.

===/===

No sabía cuánto tiempo había pasado. Podía haber sido un día más o una semana. En algún momento, Leonard entró con expresión irritada, como si apenas recordara que la había dejado allí.

—¿Sigues viva? ¡Eso no te pasará si aprendieras a obedecerme! ¿Para que sepas quién es el que manda? Ahora lo pensarás dos veces, antes de llevarme la contraria —murmuró, acercándose.

Aelin lo miró desde el suelo. Tenía los labios partidos, la piel pálida y los ojos hundidos. Pero su mirada seguía afilada como un cuchillo.

—Debiste dejarme morir. Tu mayor error es subestimarme —susurró ella.

Leonard frunció el ceño, nervioso — sabía qué se había pasado de la raya—. Luego dijo:

—Solo estás castigada. Aprenderás a respetarme.

—¿Cómo respetas tú a las mujeres que traicionas? — murmuró Aelin.

Él la ignoró. La tomó en brazos, molesto, y la llevó fuera de la habitación. La metió en su auto, directo al hospital.

—Diles que sufriste un colapso nervioso. Nada más. ¿Entendiste? — Si no, sufrirás un castigo mucho peor. — amenazó.

Aelin no respondió.

Ya no había necesidad de palabras.

===/===

La sala del hospital tenía aroma a desinfectante, pero para ella era mejor que el aroma de encierro. La conectaron a un suero, tomaron muestras, le hicieron pruebas. Las enfermeras murmuraban entre sí, preguntándose qué le habría pasado a una mujer tan “perfecta”.

Fue entonces cuando conoció a doña Miriam y a don Octavio Vólkov.

Estaban en la sala de espera de la misma planta, cuidando a una sobrina enferma. La anciana notó de inmediato la soledad en el rostro de Aelin, y su instinto la empujó a acercarse.

—Querida… ¿Necesitas algo? ¿Un poco de agua, tal vez?

Aelin apenas logró sonreír.

—No necesito agua… necesito aire.

—Eso me suena a alguien que está sobreviviendo, no viviendo —dijo Octavio, observándola con interés—. Eres fuerte. Se te nota en los ojos.

Aelin no sabía cómo responder. Nadie le hablaba con amabilidad desde hacía mucho.

Enseguida se hicieron amigos.

Pasaron una hora con ella, contándole historias, distrayéndola, riendo suavemente. Y aunque ella no lo sabían aún… ellos eran los abuelos del hombre que se convertiría en su protector, su salvación.

Darian Vólkov.

Y estaba por llegar.

===/===

Cuando el elevador se abrió, fue como si el ambiente cambiara.

El hombre que salió tenía porte de rey. Alto, traje negro a medida, cabello oscuro peinado hacia atrás, y unos ojos grises capaces de leer el alma. Caminaba con seguridad, como si el mundo fuera su terreno personal.

—Abuelo —dijo con voz grave—. ¿Cómo está tía Lucía?

—Estable. — contestó el abuelo.

Pero antes que entres… ven, quiero que conozcas a alguien.

Darian giró, sorprendido por su abuelo.

Y entonces la vio.

Aelin. Sentada en la camilla, con el suero colgando de su brazo, cabello despeinado, rostro demacrado… y sin embargo, había algo en ella. Algo que brillaba bajo toda esa ruina.

Fuerza. Orgullo. Dolor contenido.

Y él lo reconoció. En su interior, sabía que la había visto en algún lugar.

Como si estuviera mirando un reflejo de sí mismo.

—¿Quién es? —preguntó Darian, intrigado.

—Aelin Valtierra —respondió ella antes que nadie.

—Mucho gusto. Soy Darian… Vólkov.

Él le ofreció la mano.

Ella dudó. Luego la aceptó.

Y en ese instante, sin saberlo, sellaron algo más fuerte que un contrato.

Un destino.

===/===

«Este será próximo capítulo estará cargado de tensión emocional, química silenciosa, primeros indicios de protección, y sobre todo, la chispa de algo nuevo y poderoso. Aelin todavía no confía del todo… pero Darian empieza a ver más allá de su apariencia frágil. Y lo que ve lo cautiva.

También insinuaremos que él tiene poder, enemigos, y un pasado oscuro. Poco a poco, sus mundos —el de ella, asesina encubierta, y el de él, magnate temido— empiezan a entrelazarse, sin saber aún que están hechos el uno para el otro»

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