CAPITULO 1 SOMBRAS BAJO LA LUNA.
EN LA AZOTEA.
La luna se alzaba alta, recortada contra un cielo negro sin estrellas, como si el universo mismo estuviera conteniendo el aliento.
En la azotea de un edificio abandonado en los límites de la ciudad, una figura femenina se movía con precisión letal. Sus pasos eran silenciosos sobre el concreto agrietado, sus movimientos tan fluidos como el agua y tan mortales como una cuchilla afilada.
—De nuevo —ordenó una voz grave detrás de ella.
Aelin Valtierra, vestida con un traje negro que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, respiró hondo. En su mano derecha sostenía un cuchillo de entrenamiento, de mango corto, equilibrado, perfecto para combate cuerpo a cuerpo.
Se lanzó de nuevo al ataque. Su cuerpo se arqueó, giró en el aire y cayó con un golpe seco que haría crujir los huesos de cualquier enemigo. Su maestro apenas bloqueó el ataque.
—Te estás distrayendo —dijo él con frialdad.
—No estoy distraída —respondió ella sin mirarlo, su voz tranquila, casi apagada.
Pero sí lo estaba.
Cada noche, desde que aceptó el compromiso con Leonard Elizalde, su mente se sentía dividida. De día, sonrisas fingidas, vestidos de diseñador, cenas diplomáticas y promesas de amor eterno. De noche, regresaba a lo que realmente era: la líder de la organización secreta Nox Caelis, temida en el bajo mundo por su frialdad y precisión.
Una asesina con rostro de ángel.
—Recuerda quién eres por las noches, Aelin —gruñó su maestro, un hombre que solo conocía como Thorne—. De día puedes jugar a ser su muñeca de porcelana, pero aquí no hay lugar para máscaras.
Ella lo sabía. Lo había aprendido a los golpes desde que salió del orfanato a los doce años. Fue entrenada por los mejores, moldeada con fuego y acero. La adoptaron solo como fachada; la familia Valtierra no la amaba. La usaban. Siempre lo hicieron.
Y ahora, con su compromiso con Leonard, habían ganado influencia, contratos, dinero. Y reputación. A costa de su libertad.
Aelin giró bruscamente, bajando la guardia un segundo. Thorne aprovechó. En un parpadeo, la desarmó y la arrojó al suelo con una llave limpia. El cuchillo cayó a unos metros.
Ella se quedó inmóvil por un momento, mirando las estrellas que ahora comenzaban a asomarse, lentamente. Respiró hondo. Formó una sonrisa en su delicado rostro
—No puedes permitirte debilidad —susurró Thorne—. Especialmente ahora que Isabella ha regresado. Y párese que quiere competir contigo.
Aelin giró el rostro.
—¿La amiga de Leonard?
Thorne asintió.
—La misma. Estuvo fuera del país, pero ya ha hecho contacto con tu prometido. Hay movimientos extraños. Comunicaciones borradas. Archivos ocultos. ¿Quieres que lo investigue?
Aelin no respondió de inmediato. Se levantó, sacudiéndose el polvo. Sus ojos, azules como el hielo, brillaban con una furia contenida.
—No. Yo lo haré.
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Horas más tarde, Aelin entró en su mansión por la puerta trasera. La familia Elizalde había insistido en pagarle un apartamento de lujo, pero ella seguía viviendo en la casa de los Valtierra, donde la humillaban con cada mirada, y en cada segundo.
—¿Llegas otra vez a estas horas, basura adoptada, piensa que este lugar, es un maldito hotel? —gruñó su “madre” adoptiva al verla pasar por la cocina.
Aelin no contestó. Solo la miró. Esa mirada bastó para que la mujer diera un paso atrás. A veces, olvidaban lo que ella era capaz de hacer. Le tenía miedo, pero intenta no demostrarlo.
Subió las escaleras sin emitir un solo ruido. Al llegar a su habitación, cerró la puerta con llave y encendió su computadora personal, una terminal oculta conectada a la red encriptada de Nox Caelis.
En ese momento tocaron a la puerta de la habitación. Ella frunció el ceño. Abriendo la puerta con irritación. Al abrirse la puerta, encontró a su hermana adoptiva frente a ella y preguntó:
—¿Qué se te ofrece?
Al ver lo enfurruñada con que esta la recibe, ella retrocedió, y dijo:
—¿Solo quería saber cómo estabas? ¡Pero cómo estás bien, me voy!
Y salió como si fuera perseguida por un enemigo.
Inmediatamente, Aelin volvió a lo suyo
Teclo unas coordenadas.
Imágenes aparecieron en pantalla: Leonard saliendo del aeropuerto con Isabella. Ella se colgaba de su brazo como si nunca se hubieran separado. Él sonreía como no lo hacía con Aelin desde hacía semanas.
En la siguiente imagen, los dos entraban a un hotel.
Sus manos se cerraron en puños. No por celos. No por dolor. Si no por traición. Por la deslealtad. Por la mentira.
—Jugaste con fuego, Leonard, ahora yo seré tu detonante —susurró—. No sabes con quién te comprometiste. Y apago el ordenador
De pronto, notó algo. Entre sus pertenencias, una caja que tenía, pero que jamás se le ocurrió, abrirla. Había estado cerrada todos esos años, y no había sido removida. Dentro, un antiguo collar de plata con un símbolo extraño brillaba bajo la luz.
Aelin lo tomó. Al tocarlo, una corriente cálida le recorrió la espalda. Un símbolo familiar apareció grabado en la tapa de la caja: dos dragones cruzados, símbolo de la Casa Delacroix.
—¿Qué demonios…?
La caja también contenía una carta. Vieja, sellada con cera. No se atrevió a abrirla todavía. Había demasiadas emociones agitándose en su interior.
Tendría que guardar la calma. Por ahora. No quería exponerse.
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Al amanecer, Aelin volvió a transformarse. Vestido blanco, maquillaje impecable, sonrisa dulce. Leonard vino a recogerla para asistir a un evento de gala.
—Buenos días, mi ángel —le dijo, besándole la mejilla.
—Buenos días, Leonard —respondió ella, con la misma dulzura de siempre. Pero esta vez retrocedió un poco.
Él no le tomó importancia.
Ella iba vestida elegantemente, pero bajo la falda vaporosa del vestido, llevaba oculta una daga. Y en su mirada, ya no había luz.
Solo sombras.
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«La Serpiente Vuelve al Nido, donde Isabella se instala en la ciudad, la tensión comienza a escalar, y Aelin empieza a notar cómo la mirada de Leonard cambia, cómo su familia se vuelve más cruel, y cómo las piezas del juego empiezan a moverse. Este capítulo combinará intriga emocional, manipulación sutil y la preparación de Aelin para la guerra silenciosa que se avecina»