La mansión Elizalde olía a desesperación.
Amanda caminaba de un lado a otro, con el móvil en la mano y las uñas ya sin esmalte de tanto morderlas. Esteban bebía whisky sin hielo, mirando al suelo con rabia muda. Los contratos estaban rotos, las cuentas bloqueadas, y la promesa de expansión empresarial gracias al matrimonio con Aelin… hechas trizas.
—¡No puede haberse salido con la suya! —gritó Amanda por tercera vez.
—Lo hizo —gruñó Esteban—. Con esos documentos que trajo… y ese maldito respaldo legal que debe venir de alguien poderoso.
Amanda giró hacia él.
—¡Esto es culpa de Leonard! Él permitió todo esto — dijo Amanda.
—Exacto —asintió Esteban, y lanzó su copa contra la pared.
Pedazos de cristal volaron por el salón. Quedando regados por el piso.
—Él debió tenerla controlada. Él debió manipularla, y tenerla bajo control, ella era sumisa. Si no se hubiera metido con esa… Isabella, si no se hubiera descuidado, ¡la tendríamos bajo contrato aún!
Amanda sacó su móvil y