Leonard estaba solo en su oficina cuando Isabella entró sin tocar. Llevaba un vestido rojo ceñido, perfume caro y expresión decidida, y coqueta.
—¿Vienes a celebrar que me dejaste sin fortuna? —gruñó él.
—No. Vengo a ayudarte a destruir a la mujer que nos arruinó a los dos —respondió Isabella, cerrando la puerta tras ella.
Él levantó una ceja.
—¿Y por qué habrías de ayudarme tú?
—Porque Aelin me golpeó. Me humilló. Y aun así todos hablan de ella como si fuera una víctima. ¿Sabías que ya hay rumores de que reaparecerá en un evento empresarial en menos de dos semanas? ¿Y sabes con quién?
Leonard la miró, tenso.
—¿Con quién?
—Con Darian Vólkov.
Leonard apretó los puños.
—Ese bastardo. La está protegiendo.
—Y eso no lo podemos permitir —susurró Isabella, sentándose frente a él con una sonrisa venenosa—. Escúchame, Leonard. Tengo las grabaciones, los mensajes de voz, fotos de cuando ella estaba inestable en el hospital. Podemos “reescribir la narrativa”. Podemos volve