El día comenzó como cualquier otro: con sudor, metal y entrenamiento.
Aelin ya se movía como antes. Su cuerpo era firme. Su respiración, calculada. Pero su alma… esa aún estaba cosiendo cicatrices invisibles.
—Has mejorado —dijo Darian, mientras ella giraba con una daga en la mano y detenía su golpe a milímetros de su cuello.
—No. Solo me estoy acercando a lo que alguna vez fui —respondió ella, bajando el arma.
Esa mañana, Darian había recibido una notificación encriptada en sus servidores privados. Un rastreo indirecto que surgió cuando alguien intentó mover parte del dinero que había recibido la familia adoptiva de Aelin… a nombre de ella.
—Tu “familia” está tocando cuentas que no les pertenecen —le dijo Darian, mostrando la pantalla—. Esto viene del banco Aetherium. Tu nombre está atado a su contrato matrimonial con Leonard.
Aelin apretó los puños.
—Claro… siguen sacando ventaja de mi desgracia. Como siempre. Esa familia solo sirve para sus asquerosos propósitos. La a