El avión descendió entre nubes bajas y un cielo delgado, color perla. Aelin miró por la ventanilla la mancha irregular de su ciudad: avenidas anchas, techos rojizos, grúas congeladas a mitad del aire como signos de interrogación. Habían pasado días intensos en Europa, y sin embargo, al acercarse a casa sintió que lo verdadero aún estaba por ocurrir.
 Darian rozó sus dedos sobre el apoyabrazos.
 —¿Lista?
 Ella sonrió con ese gesto breve que había aprendido en la adversidad.
 —Lista. No para discursos, sino para trabajo.
 Sasha, dos filas atrás, cerró el cuaderno donde venía apuntando direcciones, nombres y llamadas por devolver. Nada de tácticas marciales: horarios de visita, contactos de arquitectos, listas de inventario. Logística que olía a vida normal.
 En el pasillo del aeropuerto no había cámaras. Aelin lo agradeció. Tomaron el carril de llegadas, recogieron las maletas y salieron a la claridad tibia de la mañana. El chofer los esperaba con un sedán discreto. En el trayecto, los