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CAPÍTULO 2. Una buena razón

CAPÍTULO 2. Una buena razón

La discusión murió como había empezado, con un silencio feroz, y Athena por fi se decidió a entrar al cuarto de su padre y saludó con un “hola” que intentaba esconder todas sus emociones.

Sin embargo tanto su padre como Audrey la recibieron con sonrisas que parecían normales, como si nada hubiera pasado.

—Hola, princesa —dijo Dorian, con ese cansancio natural con que lo dejaba la quimioterapia—. ¿Cómo dejaste a mi niña más chiquita hoy?

Athena sonrió débilmente.

—Juiciosa y estudiando —respondió.

—¿Y mi niña más grande? ¿Cómo vas con el paso de grado? —preguntó, dejando escapar un suspiro—. Este año debemos celebrarlo, ¿no crees?

Athena lo miró y negó suavemente.

—No quiero celebraciones, pá —dijo, apretando los puños en los bolsillos—. No hay nada que celebrar.

Audrey se acercó y puso una mano sobre el hombro de Athena.

—Vamos, cariño… al menos hagamos algo pequeño. Una cena, un pastel. Por tu padre y por Iris. ¿De acuerdo?

Athena sacudió la cabeza y se levantó.

—No —respondió seca—. No puedo fingir que todo está bien cuando no lo está, yo… quiero hacer algo para ayudar. Voy a dejar la carrera en pausa y…

—¡No, claro que no! —exclamó su madrastra, abrazándola—. No, cielo, las cosas de adultos la resolvemos los adultos.

—Mamá, tengo veintiuno, técnicamente soy adulta.

—¡Pues para mí tienes los mismos ocho que tenías cuando te conocí! —le aseguró Audrey—. Papá y yo lo resolveremos, ya veremos cómo…

Pero justo en ese instante el monitor de su padre, ese que taladraba los oídos en todos los hospitales, se disparó de una manera que hizo saltar las alarmas y Athena lo vio hacer un gesto de dolor.

—¿¡Papá!? —exclamó tratando de acercarse, pero Audrey la detuvo para que saliera del camino de enfermeras y doctores.

—¡Un médico, rápido, se está descompensando! —gritó alguien—. ¡Traigan el carrito de choque! Saquen a la familia…

Por los siguientes cinco minutos fueron tan agónicos que lo mismo Athena que su madrastra estallaron en llanto cuando por fin un médico vino a decirles que estaba estable de nuevo, el problema era que eso no era lo único que tenía para decir.

—Lo siento, pero necesita seguir recibiendo el tratamiento o no durará más de dos meses —sentenció el doctor—. Ahora mismo estará varias horas en Cuidados Intensivos, podrán verlo en la noche de nuevo. Necesitan conseguir el dinero con urgencia, o me temo que tendremos que darle de alta del hospital.

Athena sintió que el corazón se le encogía solo de escuchar aquello, y Audrey apretó sus manos con fuerza.

—¡Lo conseguiremos! Conseguiremos ese dinero como sea, se lo aseguro. Solo… por favor adminístrele el tratamiento, no pierda tiempo —suplicó aunque sabía cuál sería la respuesta.

—Lo siento, señora Harrow. No podemos continuar el tratamiento sin el pago.

Y no importaban las súplicas ni los ruegos, porque el dinero no tenía oídos.

Las dos salieron de allí con el corazón atenazado, pero ninguna de las dos dijo nada mientras conducían de vuelta a casa. 

—Yo lo voy a arreglar —fueron las únicas palabras que salieron de la boca de Audrey cuando llegaron a casa.

Athena apretó los dientes, desde que era una niña pequeña había visto la devoción de su madrastra por su padre, pero realmente no tenía idea que cuánto había o estaba dispuesta a sacrificar por él. Y algo le decía que no iba a detenerse.

Desde que su madre había muerto, cuando Iris tenía cinco años y ella ocho, Audrey había llegado a sus vidas para convertirse en un refugio, en la persona que había llenado los vacíos de su infancia con paciencia y cariño; y no sabía cómo, pero había pasado de madrastra a “mamá” en poco tiempo.

Gracias a ella se habían sentido de nuevo como una familia, y Athena tenía que reconocer que jamás en su vida había escuchado la voz de su madre temblar… hasta que había pronunciado aquel nombre:

“Cassian”.

“…él es la única opción que nos queda”.

¿Quién era Cassian y por qué su padre se negaba a que le pidieran ayuda?

Pero las dudas no iban a durarle mucho tiempo. Athena lo supo cuando media hora después se asomó al cuarto de sus padres y vio a su madre sacar una tarjeta vieja de un cajón que tenía bajo llave. La metió en el bolsillo de su gabardina y salió silenciosamente de la casa.

La muchacha pasó saliva, dudó tres veces, pero al final se subió a su auto y siguió el de su madrastra hasta que la vio detenerse frente a un rascacielos con un nombre en vertical desde el suelo hasta el piso cuarenta: Wolf Global Logistics.

Y aunque su inconsciente dio un pequeño salto, la verdad era que estaba más enfocada en quién era ese hombre al que su madrastra le tenía terror. El problema era que el edificio parecía más custodiado que un banco y aun así ella había entrado como si fuera la dueña.

Lo que no sabía era que a pesar de llevar la frente en alto, Audrey Harrow sentía que estaba a punto de vomitar de los nervios mientras la hacían pasar a la oficina del dueño.

—Cassian… —dijo tragando saliva y del otro lado de aquel escritorio, una mirada absolutamente gélida lo recibió.

—Madre. Qué desagradable sorpresa tenerte por aquí —siseó sin molestarse en ser educado—. Pero no es como si no lo esperara. Ya te habías tardado —reflexionó levantándose y caminando hacia ella con las manos en los bolsillos.

—¿Tú… sabes que Dorian está enfermo? —balbuceó Audrey retorciéndose los dedos.

—He escuchado los rumores —sonrió él con malicia.

—Entonces sabes por qué vengo. Necesito… ¡por favor necesito ayuda! ¿Podrías…?

—¿Por qué? —la cortó Cassian con sequedad—. Dame una sola buena razón. ¿Por qué tengo que ayudarte?

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