Mundo ficciónIniciar sesiónCAPÍTULO 5. Una venta disfrazada de contrato
El silencio que siguió al desafío de Cassian fue tan denso que Athena sintió que le vibraba en los huesos. La primera palabra que pasó por su mente fue “amante”, pero Cassian Wolf parecía demasiado joven para su madre. De hecho podría ser su hijo, pero por desgracia eso no se le ocurrió como una posibilidad real.
—Athena. Vámonos de aquí —la llamó Audrey intentando alcanzar su mano, pero la muchacha dio un apresurado paso atrás.
—¡No! Mamá, dímelo. ¿Quién es él? ¿De verdad puede ayudar a mi padre?
—¡No, no puede! —replicó su madrastra con impaciencia— Solo es alguien de mi pasado. Alguien que… me odia, así que rechazó ayudarnos, no hay nada más que saber. ¡Vámonos!
Cassian soltó una breve risa sin humor.
—¿“Alguien de tu pasado”? Qué generosa definición —dijo con veneno suave—. Pero no importa, porque esto se está poniendo interesante y me gustan las cosas interesantes.
Athena sintió que el aire se volvía peligroso alrededor de él. Cassian caminó hacia el escritorio, tomó una carpeta negra y la colocó frente a ellas. Luego sacó un cheque y lo sujetó entre el índice y el dedo del medio, como si fuera un retazo cualquiera de papel.
—Aquí está el dinero para el tratamiento —dijo con tono neutro—. EL millón de dólares que necesitas para salvar al amor de tu vida. Pero viene con un precio.
—¿Qué precio? —preguntó Audrey, y Cassian no titubeó.
—Una de tus hijas.
Athena sintió que el piso se inclinaba. Le temblaron las manos, la respiración se volvió corta; y Audrey dio un paso adelante, indignada.
—Estás enfermo —escupió—. ¡Enfermo!
—Oh, vamos —dijo Cassian con una calma tan ofensiva que dio escalofríos—. No finjas que es tan sorprendente. Todo en la vida tiene un precio. Soy un hombre poderoso, prefiero ahorrarme el trabajo de conquistar a una mujer y comprarla directamente. Seguro tú sabes mucho de eso, ¿no es así?
—¡Puedes tener a cualquier mujer en el mundo! ¿Por qué quieres a las mías?
—Porque con cualquier otra no sería divertido. Es más… —se giró hacia su escritorio y firmó otro cheque—. Dos millones… por ella —dijo señalando a Athena y esta retrocedió—. Te aseguro que tengo intenciones decentes, ya sabes, casarme y todo eso. Y con el millón extra podrán cubrir otras cosas importantes: la hipoteca de su casa, la universidad de Iris… digo, solo les doy ideas.
Athena negó retrocediendo más, mientras sentía la piel tan fría como si se estuviera helando; pero Cassian ni siquiera la miró, solo levantó el cheque entre sus dedos.
—Dos millones. Disponibles en cuanto firmes un contrato en el que aceptas entregarme a una de tus hijas.
—Estás… loco. ¡Eso es ilegal! —le gritó Athena y él la miró con algo parecido a la lástima.
—Te sorprendería la cantidad de cosas ilegales que pueden hacerse cuando se tiene dinero. —Golpeó suavemente los cheques contra su palma, porque había visto perfectamente la forma en que su madre se había quedado mirándolos—. Además, nadie te está obligando. Puedes rechazarlo y dejar que tu padre muera. ¿Quieres que tu padre muera, Athena? ¿Ni siquiera eres capaz de hacer un pequeño sacrificio por él?
Pero antes de que la muchacha pudiera responder, su madrastra se giró hacia ella y pudo ver en sus ojos algo que no había visto nunca: culpa. Culpa profunda. Culpa de años.
—Son dos millones, Athena… —susurró—. Con eso podríamos salvar a tu padre y estabilizar a la familia.
—¡Pero mamá…?
—Las empresas están arruinadas. ¡No hay préstamos, no hay inversionistas, no hay nada! —exclamó ella zarandeándola—. ¡¿Quieres que tu padre muera?!
Athena sintió que le hacían un hueco en el pecho. Cassian Wolf estaba usando su tragedia como arma, pero Audrey estaba aceptando.
—¡Debe de haber otra manera de pagarte! —le dijo a Cassian, tratando de mostrar firmeza, aunque por dentro estaba hecha pedazos—. Trabajo. Acciones. Un acuerdo comercial. ¡Algo razonable!
—El dinero no me importa, Caperucita —dijo con suavidad peligrosa—. Lo que quiero es una de las preciadas hijas de Audrey. ¡Cinco minutos! —anunció—. En cinco minutos, retiro la oferta.
—Cassian… —advirtió Audrey.—Cuatro —continuó Cassian, ignorándola; y Athena sintió el pánico escalando por su garganta.
—¡Para! —exclamó—. ¡Estamos hablando!
—Tres —siguió él, implacable.
—Por favor… Cassian, por favor…
—Dos.
Athena miró a su madrastra y, por primera vez, comprendió que había historias que estaban a punto de destruirlas. En un movimiento desesperado, Audrey arrancó los cheques de la mano de su hijo y antes de que Athena pudiera parpadear de nuevo, tomó la pluma y firmó con un trazo firme y grotesco.
El silencio que siguió fue aún más aterrador que la cuenta regresiva y Athena se cubrió la boca con las manos.
¿Su madrastra acababa de venderla?
Pero Audrey corrió hacia ella y la abrazó con fuerza, como si quisiera disculparse solo con eso.
—Lo resolveremos —susurró en su oído—. Lo resolveremos antes de la boda, te lo juro. Nunca dejaré que llegue tan lejos.
Athena no pudo responder. No podía ni pensar. Sus oídos zumbaban, su pecho ardía. Su mundo estaba siendo mangoneado por fuerzas que no entendía, y ni siquiera reaccionó cuando su madrastra tiró de ella hacia la puerta.
Pero antes de que el ascensor se abriera, la voz de Cassian las detuvo.
—Ella no se va —sentenció y las dos se giraron a la vez.
—¿Qué… qué dices? —balbuceó Athena conteniendo el aliento y él le sonrió como se le sonríe a un filete antes de engullirlo.
—No te vas a ningún lado. Desde este momento te quedas conmigo. ¿O crees que no voy a probar la mercancía antes de pagarla?







