Mundo ficciónIniciar sesiónCAPÍTULO 3. Piedad
Hacía más de dos décadas que no estaban cara a cara, pero Cassian podía recordar perfectamente a aquella mujer, y la parte que recordaba especialmente, era su espalda saliendo por la puerta de su casa mientras se iba en busca de una vida mejor… sin importarle quién quedara atrás.
Audrey apretó los labios y levantó la barbilla como si con eso pudiera reflejar la dignidad que estaba lejos de tener.
—La única razón que puedo darte es que soy tu madre, y nos guste o no, hay lazos que son imposibles de romper —sentenció con la misma voz con que lo habría aleccionado de niño, pero lo que recibió en respuesta fue una carcajada de incredulidad.
—¿Perdón? ¿Estás hablando en serio?
—Claro que estoy hablando en serio, Cassian, y no estoy pidiendo mucho, solo algo de compasión por la mujer que te dio la vida —replicó ella—. Dorian está enfermo, y no podemos pagar el tratamiento. Si hubiera tenido otras opciones…
—Pero no las tienes —escupió él—. No las tienes porque al tipo rico con el que te largaste le han ido quebrando todos sus negocios de un tiempo a acá… supongo que le diste mala suerte.
Y la sonrisa en su cara era tan peligrosa que Audrey contuvo el aliento.
—¿Tú…? ¿Tú tuviste algo que ver con eso? ¡Cassian, eso es enfermizo! No puedes odiarme solo porque necesitaba algo diferente, hijo…
Cassian se levantó lentamente, acercándose a ella, y cada movimiento suyo irradiaba rencor.
—Yo no tengo madre —siseó en tono bajo—. Mi madre murió cuando mi hermana y yo éramos pequeños.
—¡Cassian, eres un hombre ya, no puede ser que no entiendas! —exclamó ella con desesperación—. ¡Tu padre era un alcohólico, me golpeaba…!
—¿Y a quién crees que golpeó después de ti? —replicó él con una mueca de burla—. ¿O eras tan estúpida que creíste que iba a detenerse?
Audrey despegó los labios pero no fue capaz de pronunciar palabra.
—Tú nos abandonaste, a Caroline y a mí. Nos dejaste con un padre que nos golpeaba y nos maltrataba. —Su respiración se volvió más intensa—. Y ahora esperas que yo te ayude ¿solo porque me pariste? ¿Crees que eso basta?
Audrey tragó saliva y las lágrimas brotaron sin que pudiera evitarlo.
—Cassian, por favor… —susurró—. Yo no sabía…
—No querías saberlo, no te importaba, porque solo querías jugar a la familia feliz con Dorian Harrow y sus dos zorritas —espetó Cassian acercándose más, y su sombra se alzó sobre ella como un mal presagio—. ¿Sabes cuántas veces te busqué cuando éramos niños? ¿Recuerdas cuando fui a tu casa? …tenía como catorce años, creo —murmuró y vio cómo su madre se ponía más blanca que un papel—. Escondiste a las hijas de tu marido como si yo tuviera lepra, las mandaste corriendo a su habitación solo para decirme que no volverías, que estabas feliz con tu esposo rico. —Su voz subió, vibrante de rabia contenida—. ¡Y ahora vienes a pedirme dinero para él! ¡Qué cosas! ¿no?
—Cassian… —dijo Audrey, intentando mantener la calma—. Esto no tiene nada que ver con el pasado. ¿Qué es lo que quieres? ¿Que te pida perdón? Es mi esposo… es mi familia…
—¡Todo tiene que ver con el pasado! —siseó Cassian como si escupiera veneno—. Es cierto que esa es tu familia, yo dejé de serlo el día que me dijiste que las niñas Harrow eran tus hijas ahora y no podías velar por nadie más.
Audrey empezó a llorar abiertamente, sin poder contenerse.
—¿No puedes tener al menos un poco de piedad? —sollozó—. ¡Por favor, ayúdame! Dorian y las niñas no tienen la culpa. ¡Haré lo que quieras! ¡Te pediré perdón el resto de mi vida si es necesario para que…!
—Por él —la interrumpió Cassian—. Por ellas. No porque te arrepientas de lo que nos hiciste a mi hermana y a mí. No hay redención para lo que nos hiciste pasar. Así que lárgate de mi oficina, porque si regresas pondré un precio que no podrías pagar ni en diez vidas.
La mujer frente a él bajó la cabeza, y el silencio que siguió fue más devastador que cualquier palabra. Finalmente ella se dio la vuelta y cuando salió del edificio, ahogada en lágrimas, no supo que desde su auto, Athena la veía marcharse en aquel estado.
Volvió a casa y vio a su madrastra pasar como un borrón, solo para cambiarse de ropa y marcharse al hospital para quedarse esa noche con su padre.
Pero mientras Audrey se ahogaba en culpa, Athena no podía dejar de pensar en lo que había pasado, y apenas la vio salir, rebuscó desesperadamente en la gabardina que le había visto ese día, hasta que en uno de los bolsillos la encontró: una tarjeta que brillaba con letras doradas, con el nombre grabado: Wolf Global Logistics… y debajo el nombre del CEO.
¡Tanto poder en un nombre que nadie se atrevía a pronunciar!
¿Quién era?
¿Por qué sus padres le tenían tanto miedo?
¿Por qué su madrastra había salido llorando de aquel edificio?
Apenas durmió esa noche, pero al día siguiente durante el desayuno, cuando Audrey volvió del hospital, Athena la estaba esperando con una pregunta.
—¿Cómo vamos a conseguir dinero para pagar el tratamiento de papá?
Audrey suspiró, con la mirada cansada y los hombros caídos:
—No lo sé —susurró—. Ya no me quedan opciones…
Athena levantó aquella tarjeta entre dos dedos y vio cómo su madrastra se ponía más lívida que la leche espumada.
—¿Cassian Wolf no quiso ayudarte?







