Eliza Harper lleva tres años como asistente personal de Bastián Müller, un hombre serio, frío y completamente volcado en su empresa. Alegre y optimista, Eliza ha encontrado estabilidad en su trabajo, aunque su vida sentimental es un desastre. Sin embargo, su rutina cambia radicalmente cuando Bastián le propone un acuerdo inesperado, fingir ser su novia para despertar los celos de su exnovia, a quien ha visto en un evento junto a su mayor rival comercial. Sin embargo, un mal entendido transforma el noviazgo en compromiso. Lo que debía ser un simple trato se complica, además, cuando el padre de Bastián impone una condición para cederle las acciones de la empresa: debe formalizar su compromiso. Obligados a convivir para que la farsa sea creíble, la cercanía entre ellos comienza a borrar los límites entre la realidad y la actuación. Bastián, acostumbrado a mantener a todos a distancia, se ve enfrentado a sus propios sentimientos mientras Eliza descubre un lado vulnerable y humano en su jefe, que jamás imaginó que existiera. Entre miradas furtivas, momentos cargados de tensión y una conexión inesperada, ambos se cuestionan si lo que sienten es real o solo parte del acuerdo. ¿Podrá Eliza derretir el corazón de Bastián, o él seguirá adelante con su plan inicial? En este juego de apariencias, los sentimientos se entremezclan y los dos deberán decidir si están dispuestos a arriesgarlo todo por un amor que ninguno de los dos esperaba encontrar.
Leer másElizaTodavía seguía en las nubes, reviviendo mentalmente cada instante de esta última semana.Los padres de Bastián ya se habían marchado, y al parecer la fiesta de compromiso había quedado suspendida, al menos por el momento. Él no había querido contarme nada, pero yo lo intuía. Estaba casi segura de que había discutido con su padre la misma noche que llegó borracho.Esa noche en la que también nosotros peleamos.Lo cierto es que ahora, con la casa vacía y sin el peso de las apariencias, ya no había límites entre nosotros. Bastián se había vuelto insaciable. Apenas cruzábamos la puerta de su casa, me tomaba ahí mismo, sin importarle el lugar. El sofá, su despacho, la cocina, incluso la piscina… parecía que nunca tenía suficiente.Y yo… yo me sentía flotar entre algodones.Y ese era justamente el problema. Porque, en teoría, todo esto no era real, todo esto, nosotros, era parte de un elaborado plan suyo para recuperar a su ex prometida. ¿Y yo?Solo un medio para un fin.Sacudí la cab
ElizaMe metí en la cama sin saber dónde demonios estaba Bastián. No había vuelto a la habitación y yo tampoco lo había buscado. Tal vez estaba en su despacho, tal vez se había largado de su casa, como si yo no existiera.Y ¿sabes qué? No importaba.No era su prometida, ni siquiera su novia. Él mismo se encargó de recordármelo, con esa frialdad suya que me sacaba de quicio y me rompía un poco por dentro cada vez que hablaba así.Pero joder… mentiría si dijera que no dolió. Porque sí, claro que había dolido.¿Y qué esperaba, en el fondo? ¿Qué solo porque me había invitado a esa maldita fiesta, porque me había provocado un orgasmo en ese ascensor y luego me había follado como si se le fuera la vida en ello, eso significaba que esto ya no era una farsa? ¿Que realmente había algo entre nosotros?Sí. Esa era la triste verdad, eso era exactamente lo que había empezado a pensar.Y me equivoqué. Como una idiota, me equivoqué en grande.Había intentado relajarme. El baño, el libro que no pude
BastiánCon la cadera apoyada en la encimera, tomé un sorbo de whisky, el hielo tintineando suavemente contra el cristal. Desde donde estaba, no podía dejar de mirar a Eliza. Estaba acurrucada en el sofá, con un libro abierto sobre las rodillas y una copa de vino a punto de derramarse, sujeta con pereza entre sus dedos.Vestía una camiseta roja que dejaba un hombro al descubierto y unos shorts azul claro que enseñaban más pierna de la que cualquier hombre cuerdo podría soportar. Era un estallido de color en mi salón sobrio, como si la luz del sol se hubiera colado en medio de una tormenta.No solo iluminaba la habitación. También lo hacía con mi vida.Normalmente me habría servido el whisky y me habría ido directamente a mi despacho. No era de los que se quedaban en la cocina contemplando el panorama. Pero esa noche... no podía moverme. Mis ojos recorrían su piel y su cabello que caía salvajemente en ondas. Tenía una mezcla de deseo y desesperación.Y lo único en lo que podía pensar e
ElizaMi mente no estaba donde tenía que estar. Me sentía rara, desconectada, con una lista kilométrica de tareas pendientes, pero ahí estaba; sentada en mi mesa, con los ojos desenfocados y la cabeza en las nubes.O más bien, en el señor Müller.No podía dejar de pensar en él. En su aroma, en su tacto, en su cuerpo junto al mío. En cómo se había sentido tenerlo así, tan cerca. El calor entre nosotros había sido abrasador. Y eso... solo había sido el principio.Sin temor a equivocarme, podía afirmar que me había dado el mejor sexo de toda mi vida.Toda. Mi. Vida.Nunca había tenido tantos orgasmos seguidos. Siempre había creído que eso de los orgasmos múltiples era un mito urbano, uno de esos cuentos entre amigas con mucho vino de por medio.Bueno, mito cancelado.Pero no fueron solo los orgasmos. Fue todo. La fiesta, la forma en que me sostenía al bailar, su mirada clavada en la mía, su habitación, las cosas que hizo... y las que le dejé hacerme. Sentí una conexión profunda, cruda, i
ElizaMe desperté con una sensación extraña, como si el mundo a mi alrededor se hubiera ralentizado. El aire olía a él. A piel caliente, a deseo evaporado en sábanas revueltas. Sentí el peso cálido y firme de un cuerpo sobre el mío, una pierna entrelazada con la mía, un brazo fuerte rodeando mi cintura. Por un momento, mi mente, todavía atrapada entre el sueño y la vigilia, no comprendía qué estaba pasando.Y entonces, como un torrente que arrasa con todo a su paso, la memoria de la noche anterior se abrió paso en mi mente. Y me quedé sin aliento.Bastián.Mi jefe.El hombre que de alguna manera durante semanas había sido una constante en mis pensamientos más prohibidos. El hombre que me miraba con esa intensidad peligrosa y que, anoche, había cruzado la línea conmigo sin pedir permiso... y sin que yo lo detuviera.Lo primero que sentí fue sorpresa. Una especie de incredulidad mezclada con el eco de cada roce, cada jadeo, cada palabra gutural que había salido de su boca. Luego, algo i
BastiánNo tenía suficiente de ella.No podía.A estas alturas, estaba seguro de que, aunque lo intentara, no podría arrancármela de la piel. Eliza se había instalado en mis huesos, en mis pensamientos más oscuros, en la parte de mi mente que nunca había permitido que nadie más tocara.Era jodidamente adictiva.Me convertía en un hombre que no reconocía, alguien guiado por impulsos que hasta ahora había mantenido a raya. Pero esta vez no lo hice. No cuando me miraba así, con esos ojos que parecían desarmarme y reconstruirme al mismo tiempo.Pero incluso en medio del deseo abrasador que me consumía, lo supe.Lo que estábamos haciendo en ese ascensor estaba mal. No por el acto en sí, porque joder, podría pasar toda la noche perdido en su cuerpo, ahogado en el calor de su piel, sino porque ese no era el lugar. No era el espacio en el que quería tenerla.Ella merecía más.La tomé de la mano con firmeza, envolviendo sus dedos en los míos antes de que pudiera protestar. Sus labios se entrea
ElizaLo había besado y se había sentido colosal.No lo planeé. No hubo estrategia, ni razonamiento detrás de ello. Simplemente me dejé llevar por su cercanía, por la intensidad de su mirada y por su maldito aroma, ese que me desarmaba sin remedio. Después de ese casi beso en la cocina y la forma en que se fue, había decidido dejarlo estar. Mantenerme firme en lo que esto realmente era: una farsa.Pero tenerlo tan cerca nubló mí ya escaso sentido común.Nada podría haberme preparado para la forma en que reaccionó. No se apartó, no me detuvo. Me devolvió el beso. Y lo hizo de una manera que me dejó sin aliento, como si por un instante todo lo demás hubiera desaparecido. Como si no existiera ni el acuerdo, ni las mentiras, ni el tiempo perdido. Solo nosotros.Y ahora… ¿qué significaba eso?Con el pulso aún acelerado y la mente enredada en la confusión, me obligué a moverme. En tiempo récord me metí bajo el agua fría de la ducha, intentando disipar el calor que su boca había encendido en
BastiánLlevaba fuera de la oficina desde primera hora de la mañana, encadenando reuniones que exigían mi concentración y tomando decisiones que afectarían el rumbo de la empresa. Pero mientras caminaba de regreso a mi despacho, no era el último acuerdo cerrado ni los números en los informes lo que ocupaba mi mente.No.Lo que me atormentaba era el hecho de que ayer había estado a centímetros de besar a Eliza en mi cocina.Ese instante, breve pero cargado de tensión, seguía clavado en mi memoria con una claridad irritante. La forma en que sus labios entreabiertos parecían invitarme, el leve temblor en su respiración, la chispa de algo inconfesable en sus ojos. Pero, como el cobarde que era en lo que respectaba a mis propios sentimientos, había dado un paso atrás. Y después, en vez de enfrentar lo que había estado a punto de suceder, la había evitado todo el día.Me había refugiado en la soledad de mi despacho, enterrando mi cabeza en el trabajo como si eso fuera suficiente para callar
ElizaLa cama estaba vacía cuando desperté. Parpadeé un par de veces, tratando de disipar la neblina del sueño, y deslicé la mano por las sábanas frías, buscando alguna señal de que el señor Müller había estado allí hasta hace poco. Nada.Había algo casi irreal en estar compartiendo su cama, en haberme sentido tan cercana a un secreto que se negaba a ser completamente revelado.Con el sol asomándose tímidamente entre las cortinas, mis ojos se abrieron a una realidad diferente. Me incorporé lentamente, echando un vistazo alrededor del dormitorio. La puerta del baño estaba entreabierta, pero la luz apagada me confirmó que estaba sola. Eso significaba que era seguro levantarme sin la incómoda posibilidad de toparme con él medio desnudo o, peor aún, tener que mantener una conversación demasiado temprano en la mañana.Me dirigí al baño y me puse una camiseta vieja y mis fieles pantalones cortos de fin de semana. No eran elegantes ni sofisticados, pero eran cómodos, y en este momento, el