Marcelo, destrozado por la traición de su esposa con un hombre más joven, decide vengarse a su manera: contrata a Valeria, una mujer catorce años menor que él, para que finja ser su novia y despertar los celos de su ex. Su único objetivo es verla arrepentida, suplicando volver a sus brazos. Al principio, la relación entre Marcelo y Valeria es estrictamente contractual; después de todo, su diferencia de edad hace que cualquier otro tipo de vínculo parezca imposible. Sin embargo, a medida que comparten momentos y se adentran en el juego de las apariencias, los límites comienzan a desdibujarse. Marcelo se enamora de Valeria sin remedio… y ella también cae en sus redes. Lo que comenzó como una simple estrategia se convierte en un romance apasionado, pero lleno de obstáculos: la diferencia de edad, los celos, las mentiras y, sobre todo, la ira de una ex esposa herida que no está dispuesta a perder lo que alguna vez fue suyo.
Leer másMarcelo Ventura
La música atronadora retumbaba en mis oídos, como si la fiesta estuviera dentro de mi cabeza, desorientándome, quebrantando mi paciencia. El agobio crecía con cada segundo que pasaba. Solo quería largarme de ahí.
—Edward, amigo, de verdad no me siento bien. Este sitio no es para mí, me siento viejo. Voy a llamar a mi conductor para que venga por mí.
Edward se giró y negó con la cabeza.
—Ni pensarlo, Marcelo. La noche apenas empieza.
Rodé los ojos. Para mí, lo único que valía la pena a esta hora era regresar a casa y dormir. No tenía ánimo para fiestas, no con el maldito dolor que sentía en el pecho.
Hacía tanto que no salía con mi amigo que ni siquiera recordaba la última vez. A mis 35 años, siendo un CEO billonario en Nueva York, me sentía más viejo de lo que realmente era. Me casé joven con Samantha, una mujer de mi misma edad, pero con el tiempo sus intereses cambiaron. Se sintió atraída por hombres más jóvenes, y al final sucumbió ante Alan, mi primo menor, un oportunista de 25 años con un físico envidiable, cabello oscuro y un BMW que le regaló mi tío.
Tal vez en la cama era justo lo que ella buscaba, porque decidió dejarme por él. Yo, en cambio, intenté perdonarla, aferrándome a lo que quedaba de nuestro matrimonio, aunque con ello sacrificara mi orgullo. Pero de nada sirvió. Fue ella quien terminó pidiendo el divorcio, ansiosa por entregarse a él sin ataduras.
—Marcelo, ha pasado un año desde que tu esposa se fue con otro y te pidió el divorcio. Y, por si lo olvidaste, se largó con un tipo diez años menor que tú… y para colmo, de tu propia familia. Relájate, amigo, disfruta. Mira a tu alrededor, hay decenas de mujeres hermosas esperando a que hombres como tú y yo las conquisten.
—Un montón de jovencitas buscando un sugar daddy, y yo no pienso convertirme en uno. Lo siento, amigo, me voy.
Di un último sorbo a mi copa y me puse de pie, decidido a marcharme. Pero justo cuando iba a hacerlo, me detuve en seco. A lo lejos, Edward alzaba su vaso en un brindis con dos chicas que le sonreían con evidente entusiasmo.
—¿Qué demonios haces? —lo tomé del brazo con fuerza—. ¿No te das cuenta de que son unas niñas? Podríamos meternos en un problema.
Edward soltó una carcajada.
—Son dos jóvenes adultas en busca de diversión… y, míralas, están espectaculares. Además, vienen hacia acá.
Sonrió con autosuficiencia, como si acabara de llevarse el premio de la noche.
Sentí un calor incómodo subir a mis mejillas. Me ajusté la chaqueta y pasé la mano por mi cabello, intentando recomponerme. Mi amigo tenía razón en algo: eran jóvenes, sí, pero también increíblemente atractivas. Y ella… en especial ella. Su rostro era dulce, carismático, con una piel pálida y apenas un toque de maquillaje. Su cuerpo, simplemente, era de infarto.
—Sigan, señoritas, queremos invitarlas a beber algo —dijo Edward con una sonrisa de triunfo, señalando los asientos junto a nosotros.
—Eres un idiota, Edward. ¿Cómo se te ocurre hacer esto? —le susurré al oído, sintiendo una vergüenza insoportable. Y, para colmo, no podía quitarme de la cabeza la absurda idea de que, de alguna forma, le estaba siendo infiel a mi exesposa… la misma que me había traicionado sin remordimientos.
—¡Hola, chicos! Me llamo Nicol y ella es Valeria —saludó la rubia con entusiasmo, señalando a su amiga, la misma que había captado por completo mi atención.
Nos presentamos. Nicol se acomodó junto a Edward con total naturalidad, mientras que Valeria, algo más reservada, se sentó a mi lado.
—Hola —fue lo único que logré decir.
Ella asintió con una leve sonrisa, y el silencio que siguió se sintió extraño. Me removí en mi asiento, incómodo. Era mucho menor que yo, y jamás en mi vida me había fijado en alguien con una diferencia de edad significativa. Siempre me pareció un absurdo… pero Valeria era realmente hermosa.
Edward, por su parte, ya se había consolidado como el sugar daddy de la noche, pagando todo lo que las chicas quisieran, mientras Nicol se colgaba de su cuello como si fueran pareja de toda la vida. En cambio, Valeria y yo apenas habíamos intercambiado un par de frases. Pero, de alguna forma, entre las copas y el ambiente, terminé en la pista de baile con ella.
—Dime, Valeria… ¿cuántos años tienes? —pregunté mientras nos movíamos al ritmo de la música.
Ella me sonrió y, con un brillo travieso en los ojos, respondió.
—¿Cuántos crees que tengo? —sus caderas se movían con una sensualidad hipnótica frente a mí, y en ese instante, mi concentración se fue al diablo. Negué con la cabeza, sin atreverme a aventurar una respuesta.
Entonces se acercó más, demasiado, hasta que su aliento cálido rozó mi oído.
—Tengo veintiuno… ¿y tú?
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Catorce años de diferencia. Era absurdo siquiera considerar la posibilidad de sentirme atraído por alguien tan joven. Así que, sin pensarlo demasiado, decidí mentir. Por fortuna, mi físico me favorecía: me cuidaba bien, comía sano, me ejercitaba. Podía salirme con la mía sin problemas.
—Treinta —respondí con naturalidad.
Y así, con esa simple mentira, sellamos lo que se convertiría en una noche descontrolada. Las bebidas hicieron lo suyo, derribando cualquier barrera entre nosotros. No nos preocupamos por detalles personales, ni por pasados, ni por futuros. Solo importaba el momento, el presente.
No recordaba la última vez que había bailado tanto con alguien. La energía de Valeria era abrumadora, su vitalidad, contagiosa. Se movía con una libertad que me hacía sentir más joven, y su risa, llena de vida, era realmente fantástica.
Por un instante, todo desapareció. El dolor, la traición, la imagen de mi exesposa cabalgando a mi primo como si yo jamás hubiera existido. Durante casi un año no había encontrado razones para sonreír, y sin embargo, en unas pocas horas, Valeria logró arrancarme más sonrisas de las que podía contar.
No supe en qué canción ni en qué momento exacto, pero de pronto, se colgó de mi cuello y me miró fijamente.
—La he pasado muy bien contigo, Marcelo.
Su dulce mirada me enredó los pensamientos, me atrapó sin remedio.
—Y yo contigo, Valeria. Tienes una energía preciosa.
Se mordió el labio inferior, y eso fue todo lo que necesité para rendirme. La mire fijamente a los ojos, y ella, sin más tapujos se lanzó sobre mis labios, y me besó, m*****a sea mi suerte, estaba rendido ante sus encantos, respondí con la misma pasión.
Al día siguiente
Abrí los ojos con dificultad. La resaca me estaba matando. Mi cabeza latía con fuerza y los recuerdos llegaban a ráfagas confusas. Había bebido demasiado.
Me incorporé de golpe al darme cuenta de que no estaba en mi mansión.
El cuarto de hotel era elegante, impecable… y ajeno.
Apreté los ojos cuando caí en conciencia, me giré para darme cuenta de que no estaba solo.
Valeria dormía profundamente, envuelta en una sábana que apenas cubría su piel desnuda. Su respiración era pausada, tranquila, y en ese momento parecía un ángel.
Me llevé una mano al rostro.
¿Qué demonios he hecho?
Me acosté con ella y ni siquiera lo recordaba.
Soy un maldito animal.
Contuve el aliento y, con el mayor sigilo posible, me levanté de la cama. Me vestí sin hacer ruido, recogí mis pertenencias y, antes de salir, dejé un buen fajo de billetes sobre la mesa de noche.
No sabía exactamente por qué lo hacía, pero me pareció una forma de agradecerle por la noche.
Sin mirar atrás, crucé la puerta y me fui.
Marcelo Mis ojos brillaron al contemplar el gran diamante del anillo que había elegido para Valeria. Por fin, después de tanto tiempo, estaba listo para pedirle que fuera mi esposa. Nuestro hijo estaba a punto de nacer y, en los últimos días, el hogar se había llenado de paz, armonía y, sobre todo, de un amor inmenso.Confieso que Valeria todavía tiene pesadillas. Aún carga con el peso de lo vivido a causa de mi madre, y me parte el alma tener que abrazarla mientras llora, intentando calmar su angustia. Me duele verla así, tan frágil a veces, pero empezó un proceso terapéutico con una excelente psiquiatra, y confío en que, poco a poco, logrará salir del vacío emocional que a veces la atrapa.Mi madre fue finalmente internada en un hospital psiquiátrico. Su mente colapsó por completo y fue diagnosticada con esquizofrenia. A veces la visito, aunque no tiene sentido: ya no me reconoce, y verla así, perdida y desconectada, es profundamente doloroso.Por otro lado, mis negocios han prospe
Valeria No tengo idea de cuántos días han pasado desde que logré salir de aquel lugar oscuro en el que mi suegra me tenía retenida. Pero si hay algo verdaderamente maravilloso en este mundo, es saber que Marcelo ha estado a mi lado todo este tiempo. Ya me siento mucho mejor, y al menos ahora puedo valerme por mí misma. Puedo caminar, algo que antes me resultaba imposible sin ayuda.Acaricié mi vientre, notablemente abultado, y una sonrisa se dibujó en mi rostro. Cuando llegué al hospital no imaginaba en lo más mínimo la sorpresa que llevaba dentro de mí: estaba embarazada de nuevo. ¡Una locura total! Pero simplemente sucedió, tal vez por un descuido... después de todo, Marcelo y yo hacíamos el amor todos los días sin protección. ¿Qué esperaba? ¿Una lavadora?Reuní mis pocas pertenencias, recogí mi cabello en una coleta y suspiré profundamente. Estaba lista para volver a casa con mis dos grandes amores. Marcelo era, sin duda, el amor de mi vida. No podría pedirle al cielo un mejor com
Los días transcurrían con una lentitud desesperante. Mi vida se dividía entre las visitas al hospital y las diligencias en la estación de policía.Mi madre, a pesar de haber resultado gravemente herida, sobrevivió. Fue procesada y enviada a prisión por secuestro, intento de homicidio y varios cargos más. Mi abogado se encargó de todo; yo ya no tenía energía para enfrentarla. El dolor que me había causado era suficiente, y lo último que quería era que siguiera interfiriendo en mi vida.Estaba por salir de casa cuando mi teléfono sonó. El número era desconocido.—¿Hola?—¿El señor Marcelo Ventura?—Sí, soy yo. ¿Quién habla? —respondí, desconcertado.—Le llamamos del hospital donde está ingresada la señora Samantha Sean. Usted es el único contacto familiar que figura en nuestro sistema. ¿Podría acercarse, por favor?Guardé silencio unos segundos. No sabía si quería volver a enfrentar a Samantha. No después de todo lo que había pasado.—¿Acercarme? ¿Para qué?—Señor, la paciente ha sido d
Marcelo Una sombra estaba al final del ático. El corazón se me quería salir del pecho, y una lágrima solitaria rodó por mi mejilla al darme cuenta de que ese pequeño bulto tirado en el suelo frío era mi Valeria.Me acerqué a ella con pasos temblorosos, como si todo a mi alrededor fuera una pesadilla distorsionada. Quise morir cuando la toqué. No estaba fría, como se suponía… aún estaba tibia. El alma se me paralizó cuando acerqué mi rostro al suyo y sentí, apenas, ese suspiro de vida. Respiraba. Con dificultad, pero lo hacía.La levanté en mis brazos sin pensarlo, temiendo quebrarla con el más mínimo movimiento. Alcé su cuerpo con todo el cuidado del mundo y descendí hasta la entrada del ático. Todo se volvió borroso, el aire denso, mis oídos zumbaban como si el tiempo hubiera dejado de existir.—Marcelo, ten cuidado. ¡Déjame ayudarte! —la voz de Edward me llegó como un eco lejano. Estaba en shock. ¿En qué momento mi pobre mujer terminó allí arriba, sola, abandonada?La apreté contra
PUNTO DE VISTA MARCELOMe acerqué a Rudy con pasos decididos, la tomé por los brazos y la miré con una furia que nunca antes había sentido. Le apreté con fuerza, tanta que mis propias manos temblaban. Jamás había querido hacerle daño a nadie, y mucho menos a una mujer, pero ella… ella me estaba sacando de mis casillas.—¡Me estás lastimando! —chilló Rudy, intentando liberarse de mi agarre.—Si no me dices dónde está Valeria, te juro que… —la miré con una rabia contenida, desafiándola.—¿Me juras qué, Marcelo? ¿Que vas a matarme y acabar en la cárcel? ¡Eres un idiota! —espetó mientras se zafaba bruscamente.Por más brutal que fuera, tenía razón. Si perdía el control y la lastimaba, el único que saldría perjudicado sería yo. Iría preso como un criminal, y yo no era eso. Respiré profundo, tratando de recuperar la compostura, y volví a mirarla con más frialdad que ira.—¿Qué es lo que quieres, Rudy? ¿Dinero? Dime cuánto. ¿Cuánto quieres por decirme dónde está ella?—Ahora sí estamos habla
Marcelo Mi madre seguía apuntándome como si fuera su peor enemigo. Su mirada estaba cargada de odio y rencor, y eso me hería profundamente.—Madre, perdóname si alguna vez te hice daño. Te juro que nunca fue mi intención —le dije con la esperanza de calmarla,0020pero su furia era tan intensa que mis palabras parecían no tener ningún efecto.—¡No me mientas, Marcelo! Eres un idiota. Mi reputación está por los suelos por tu culpa. Solo has sabido involucrarte con mujeres inútiles que no valen nada. Mira lo que pasó con Samantha, y ahora con Valeria.—Ya te pedí perdón, mamá. Lamento todo lo que te haya causado. Pero si crees que tienes derecho a quitarme la vida como lo hiciste con mi padre, sin piedad, y supongo que también con Valeria... entonces hazlo. Solo asegúrate de una cosa: vas a pagar por todo. Lo sé. —Hablaba con resignación, porque en el fondo sabía que ya no había vuelta atrás.—Tus palabras no significan nada, Marcelo. No eres más que un mentiroso. —Mi madre estaba a punt
Último capítulo