Virgen por Cinco Años
Llevaba cinco años con Diego Íguez, mi Alfa, y aún seguía siendo virgen.
La noche de bodas, desnuda, con el corazón a mil por hora, me armé de valor para abrazarlo.
Pero él se apartó, su rostro serio, y dejó escapar las palabras que ya rondaban mi mente como una pesadilla:
—Lo siento, Fiona Tónez, tengo una obsesión con la limpieza. No puedo aceptar el contacto físico, por favor, dame un poco más de tiempo.
En ese momento, mi corazón se hundió.
Pero al ver la angustia en sus ojos, traté de convencerme de que no era que no me quisiera, sino que tenía un problema que necesitaba resolver, y por eso me pedía más tiempo.
Así que esperé... cinco largos años.
Hasta que, en nuestro quinto aniversario, crucé kilómetros bajo la lluvia con la esperanza de verle sonreír.
Lo conseguí. Vi su sonrisa, esa sonrisa llena de ternura, y esa mirada que siempre me había cautivado... Lástima que no fuera para mí.
Ese Alfa, que tanto hablaba de su obsesión con la limpieza, estaba arrodillado frente a Paula Rosales, descalzándola con una ternura exagerada, secándole los pies y calentándolos con sus manos, como si ella fuera la única persona que importara en el mundo.
Suspiró, mirándola con esa ternura de siempre, su voz suave, casi en un susurro.
—Paula, ¿no te cansas de que te lo diga? Te vas a resfriar. ¿Qué harías sin mí?
En ese momento, mi mundo se vino abajo.
Finalmente lo entendí: la obsesión por la limpieza también tenía sus preferencias. Y yo era la que no podía tocar.
Sin hacer ruido, me quité el anillo que había llevado durante cinco años y, sin pensarlo más, me perdí bajo la lluvia, sin mirar atrás.
Más tarde supe que, en un intento desesperado por recuperar mi amor, había comprado las rosas más caras.
Pero la Fiona que lo amaba sin reservas, entregada por completo, ya no existía.