Karina Bennett, heredera muda de un imperio mediático, vive atrapada entre el peso de un pasado traumático y el silencio que la consume desde la muerte de sus padres. Su único refugio es la escritura, hasta que una noche en una gala, un desconocido de mirada indescifrable y sonrisa torcida irrumpe en su mundo congelado. Él es Teo Kingsley, un magnate brillante y autodestructivo, con una cuenta regresiva silenciosa: cien días para abandonarlo todo. Un encuentro fortuito, una mirada que lo dice todo y un pasado que, sin saberlo, los une más allá del presente. Entre secretos del ayer, llamadas anónimas, traiciones familiares y una atracción que desafía la lógica, ambos deberán enfrentarse a la pregunta más dolorosa: ¿se puede amar cuando uno está roto? ¿Y qué pasa cuando descubres que tu dolor no es solo tuyo? Una historia de amor, redención y heridas compartidas. Porque a veces, solo otra ruina puede entenderte de verdad.
Leer más«¿Has vuelto a soñar con ese hombre?». La pluma del médico garabateaba en el historial clínico.
Asentí con rigidez: el chasis en llamas, los asientos volcados y el hombre con mascarilla al otro lado.
El psiquiatra me entregó el diagnóstico, en el que figuraban las palabras familiares «afasia psicógena».
—Solo tú puedes liberarte de tus demonios internos. Si sigues atrapada en el pasado, nunca podrás volver a hablar.
Recordé las palabras del psiquiatra y me sumí en mis pensamientos...
Me llamo Karina, tengo 25 años y ahora soy una escritora novata. Pero desde la noche de mi décimo cumpleaños, cuando sobreviví milagrosamente a ese extraño accidente de coche, los médicos dicen que mis cuerdas vocales están intactas, pero que mi cerebro ha apagado el interruptor del lenguaje.
Golpearon la puerta con suavidad. Unos toques breves, casi tímidos.
Parpadeé, volviendo al presente. Solté el teclado. Más allá de la pantalla, distinguí una silueta recortada por la luz tenue del pasillo.—Karina.
No hizo falta girarme. Reconocería esa voz incluso dormida.
Era Dante.
Su presencia siempre fue así: un refugio con fronteras. Cálido, pero contenido. Familiar, pero lejano. Apoyó una mano en mi hombro. Su tacto tenía esa delicadeza que me hacía sentir expuesta, como si supiera exactamente cuán frágil era por dentro.
—La gala anual de la industria de medios empieza en dos horas —dijo, levantando una caja de terciopelo blanco—. Este vestido… pensé en ti en cuanto lo vi.
Asentí en silencio. No porque no tuviera nada que decir, sino porque no podía.
Él no se fue enseguida.
Se quedó a mi lado, observando la pantalla. El cursor parpadeaba al final de una línea rota. Sentí cómo su mirada se deslizaba hacia mi rostro. Era como si me tocara sin tocarme.
—¿Estás escribiendo algo nuevo? —preguntó, casi en un susurro.
Quise decirle que sí. Que escribía para no desmoronarme. Que cada historia era un intento desesperado por llenar el hueco que me dejó la vida. Pero solo asentí.
Se agachó a mi lado, hasta ponerse a mi altura. Sus dedos rozaron una hoja con apuntes junto al teclado.
—Siempre me ha impresionado cómo haces sentir a tus personajes. —Sonrió con ternura—. Aunque tú no hables, ellos dicen todo lo que tú no te atreves.
Me mordí el labio. Quise abrazarlo. Quise decirle que él era la única razón por la que todavía me levantaba por las mañanas. Que lo amaba desde antes de entender lo que era el amor.
Pero no hice nada.
Él era Dante. El hijo de mis padres adoptivos. El niño que se metía en mi cama cuando tenía pesadillas. El adolescente que me dejaba notitas en los libros cuando me encerraba a escribir. El hombre que ahora dirigía la empresa por mí. Siempre protector. Siempre cerca. Siempre al borde... pero sin cruzar.
Porque para él, yo era una hermana.
Y para mí, él era todo lo que no me atrevía a desear en voz alta.—Deberías ir a cambiarte pronto —añadió, poniéndose de pie—. Ese vestido va a dejar a todos sin aliento.
Rió suavemente. Esa risa suya: honesta, tímida, sin artificio.
Quise decirle que no me importaba la gala, ni los vestidos, ni la gente.
Que me importaba él. Solo él. Pero solo asentí otra vez.Ya casi en la puerta, se giró una vez más.
—Estás hermosa… incluso así —dijo. Y entonces sonrió, como si se arrepintiera de haberlo dicho, y desapareció por el pasillo como alma que lleva el diablo.
Fui a cambiarme, aunque no tenía ningún deseo de asistir.
Cuando estuve lista, me miré en el espejo. Cabello recogido con esmero, labios pintados con suavidad, ojos demasiado oscuros. Había algo en mi reflejo que no era solo maquillaje. Era ella. Mi madre. En la forma de mis pómulos, en la curva triste de mi boca. En esa melancolía que ni los años ni el silencio habían logrado borrar.Sentí un nudo en la garganta mientras me aplicaba rubor. Cada gesto era una forma de simular que seguía aquí. Que existía.
Recordé lo que me había dicho el psicólogo esa semana:
“Karina, no fue tu culpa. No puedes vivir castigándote por algo que no controlaste.”Pero ¿y si sí lo fue?
Si no hubiera insistido tanto.
Si no hubiera llorado para que fuéramos al parque ese día. Si me hubiera quedado callada…Mi silencio era mi castigo.
Pero hay heridas que no sangran. Solo duelen para siempre.
Fui adoptada por un matrimonio amigo de mis padres. Gente correcta, poderosa, fría. Me dieron un nuevo apellido, un techo, una educación impecable… y una empresa.
Heredé un imperio mediático. Pero yo solo quería escribir. Crear mundos donde nadie muriera. Donde yo pudiera salvar a alguien, aunque fuera en ficción.Del resto se encargaban ellos.
Y ahora, sobre todo, Dante.Esa noche, vestida de blanco, asistí a la gala.
El salón era deslumbrante. Demasiado.
Luces, risas, copas que tintineaban con fingida naturalidad. Todo sonaba falso. Yo también. Mi sonrisa no era mía. Era la de una máscara que llevaba años usando.Cuando ya no pude más, escapé al balcón del segundo piso con una copa de vino.
El aire fresco me acarició el rostro con ternura. Me quité los tacones y apoyé los codos sobre la baranda. Desde allí, el jardín parecía un escenario congelado en mármol y sombras.Narrado por KarinaNo supe en qué momento mis manos dejaron de sostener el cuaderno y comenzaron a temblar sobre la mesa. Quise esconderlas debajo, como si así pudiera ocultar también la respuesta que ardía en mi piel. Pero sus palabras ya habían abierto un abismo que ningún silencio podía tapar.“¿No pensabas decirme que estabas esperando un hijo mío?”El eco de su voz seguía repitiéndose dentro de mí, rompiendo cada rincón donde yo había intentado guardar el secreto.Lo miré. No había escapatoria. En sus ojos no había duda, no había espacio para negarlo. Y yo… yo no podía hablar. Ni siquiera si hubiera tenido voz habría sabido qué palabra usar para definir lo que estaba pasando.Tragué saliva. Mi respiración se volvió entrecortada, como si cada inhalación me quemara los pulmones. Sentí que el mundo entero estaba pendiente de ese instante, aunque el murmullo del café siguiera sonando a lo lejos. Me incliné apenas hacia adelante, queriendo acercarme a él, queriendo decirle tantas cosa
Narrado por KarinaEl silencio de la casa se había vuelto más pesado desde aquella llamada. Celeste no lo decía en voz alta, pero la vi brillar de emoción cuando me miró, como si la noticia hubiera sido un regalo inesperado en medio de los días grises. Gregory, por su parte, caminaba con paso firme, con el porte de un hombre que acababa de recibir una victoria personal que no dependía de sus negocios. Y Dante… Dante no apartaba los ojos de mí, con esa mezcla de incredulidad y orgullo que lo envolvía todo.Yo permanecía quieta, las manos sobre el regazo, como si fueran lo único que pudiera sujetar para no venirme abajo. No dije nada, porque no podía. Mi silencio, como siempre, era interpretado según los ojos que me miraran. Para Celeste era timidez. Para Gregory, docilidad. Para Dante, complicidad. Solo yo sabía la verdad: mi silencio era miedo.Un miedo que crecía cada vez que acariciaba el lugar donde el secreto más grande de mi vida comenzaba a latir. Porque lo sabía. Lo sentía. Ese
Narrado por TeoGregory seguía hablando, su voz llena de entusiasmo, pero cada palabra me llegaba como si atravesara un muro espeso. No escuchaba los detalles, no prestaba atención a su risa ni a sus gestos de orgullo. Solo había un eco golpeando en mi cabeza, repitiéndose como un martillo: Karina está embarazada. Es mi hijo.El aire en la sala de juntas se volvió pesado, imposible de respirar. Sentí que el cuello de mi camisa me apretaba como un lazo, y tuve que aflojarme el botón superior con un gesto casi desesperado. Gregory no lo notó, demasiado ocupado aún con su emoción, y yo agradecí ese descuido. Porque si llegaba a mirarme de frente, estoy seguro de que habría visto la grieta en mi máscara.Me obligué a sostener el bolígrafo entre los dedos, a girarlo lentamente sobre mis nudillos como si todavía estuviera concentrado en los números que teníamos delante. Pero la verdad era que los números habían dejado de existir. No había cifras, no había estrategias, no había nada más allá
Narrado por KarinaEl silencio en la sala de ecografía se volvió insoportable. El médico había salido un momento, dejándonos a solas con la imagen que aún seguía fija en la pantalla: una sombra diminuta, apenas un destello en blanco y negro que latía en silencio. Mi hijo.Pero no era de Dante.Me ardían los ojos, pero no podía llorar. Tenía miedo de que si lo hacía, si dejaba salir ese torrente, Dante me soltara la mano y se marchara. Sentía el peso de su respiración junto a mí, contenida, quebrada, y me odiaba por arrastrarlo a este lugar.No podía explicarle lo que ni siquiera yo terminaba de comprender. No podía decirle que había sido un error, un instante en el que mi vida se mezcló con la de Teo en medio de tanta confusión. No podía justificar lo injustificable.Bajé la mirada, mis dedos aún entrelazados con los suyos, esperando que él soltara primero. No lo hizo. Su mano firme sostenía la mía como si quisiera demostrarme que, pese a todo, no iba a dejarme caer. Y esa certeza me
Narrado por KarinaLa cena terminó en silencio, pero dentro de mí había un ruido ensordecedor.Cada palabra de Celeste resonaba en mi cabeza como un eco imposible de callar: “¿No será que… estás embarazada?”Esa idea se me había pasado alguna vez por la mente en los últimos días, pero siempre la había desechado con rapidez, como si no mereciera quedarse más de un segundo en mi pensamiento. Ahora, después de escucharla en voz alta, todo adquiría un peso que me aplastaba.Subí a mi habitación con pasos lentos, sintiendo que el aire me costaba más que antes. Cerré la puerta y me apoyé en ella, con las manos temblorosas sobre mi abdomen. Tenía miedo de tocarlo demasiado, como si pudiera confirmar algo que todavía no estaba lista para aceptar.Me dejé caer en la cama y abracé mi cuaderno contra el pecho. No había palabras suficientes para escribir lo que sentía: confusión, temor, una punzada de esperanza mezclada con terror. Si estaba embarazada, todo cambiaría. Absolutamente todo.El recu
Narrado por KarinaEl silencio en la casa se sentía más denso que nunca, como si hasta las paredes contuvieran la respiración. Sabía que Dante estaba en su habitación; lo había escuchado entrar con pasos pesados, furiosos, y luego cerrar la puerta de un golpe.No quise ir detrás de él de inmediato. Sabía que necesitaba su espacio. Lo conocía demasiado bien: cuando estaba herido, lo primero que hacía era levantar muros, como si así pudiera protegerse de todo… incluso de mí. Y, sin embargo, mientras pasaban los minutos, el peso de lo ocurrido me carcomía por dentro.Dante, mi Dante, el muchacho que siempre había sido el más dulce, el más paciente… había perdido el control. Lo había visto irse a los golpes, dejarse arrastrar por la rabia hasta convertirse en alguien que no reconocía. Y eso me dolía tanto como la distancia que él mismo imponía entre nosotros.Al final no pude quedarme quieta. Caminé hasta su puerta, dudando con la mano sobre la madera. Toqué suavemente, pero no obtuve res
Último capítulo