Después de cinco años de matrimonio en los que mi esposo trató peor que a un perro ignorado, decidí romper el contrato matrimonial, tomar mis cosas, y aventarle los papeles de divorcio a la cara. No necesitaba su dinero, ni mucho menos su desprecio. Y a pesar de que siempre lo amé, tenía que hacer un cambio en mi vida. Lo que no sabía es que ese cambio hizo que regresara arrastrándose en el suelo suplicando por tenerme de vuelta.
Leer másEMILIAEra un amor de verano en la adolescencia. Habían pasado doce años y yo solo tenía en mente a Brandon. Adam siempren fue aquel niño con el que perdí mi virginidad y nada más, en cambio mi esposo. . . A pel lo había admirado y amado desde el día uno en que se cruzó por en mi camino. Miré a Adam en silencio. No porque no tuviera nada que decirle, sino porque las palabras correctas sabían esconderse cuando más las necesitaba.— Fuiste real, Adam —. Dije al fin, con un tono sereno, pero firme—. Fuiste un amor esporádico de verano. Con el que tuve mi primera vez. La primera experiencia no se olvida, así como mi primer beso. Sus ojos se oscurecieron. No de rabia. De decepción.No se lo esperaba. Tal vez en su cabeza yo aún era esa adolescente impresionable que lo veía como el chico brillante con sonrisa fácil. Tal vez creyó que el tiempo había dejado el recuerdo intacto.— ¿Eso es todo lo que fui? —Murmuró, apretando la mandíbula. Su voz tenía ese filo que corta sin gritar— ¿Un epis
BRANDONSeguíamos abrazados, cubiertos apenas por las sábanas arrugadas, con su espalda pegada a mi pecho y mi brazo rodeando su cintura como si aún necesitara asegurarme de que seguía ahí, conmigo.El silencio entre nosotros ya no era incómodo. Era denso, como esa calma que solo llega cuando se acaba una tormenta, o cuando está a punto de empezar otra.— Brandi, hay algo más que tienes que saber —. Me dijo interrumpiendo esa calma que habíamos creado.— Espero que no sea que te quieres regresar a tu departamento, Emilia. . .Me dio un beso el pecho, antes de girar el rostro, lo justo para que su mirada se cruzara con la mía. Había algo en sus ojos que no era remordimiento, ni temor. Era decisión.— Hoy —, empezó, con voz medida—. Adam me interceptó en el pasillo rumbo al elevador.No dije nada. Solo aflojé el brazo, dándole el espacio que necesitaba para hablar. Sabía que no sería una conversación cualquiera.— Yo iba sola. Leo ya se había quedado en la oficina de producción, el edifi
BRANDONNunca he juzgado a alguien porque haya tenido experiencias se**xuales. Era algo natural y en el fondo siempre había preferido que mis parejas tuvieran experiencia. El mundo era tan pequeño y no era el hecho de que ella tuviera una experiencia previa, sino que el hombre con el que la tuvo fuera mi mejor amigo. Cuando Emilia dijo su nombre, ese maldito nombre, con esa calma que solo una mujer valiente puede tener, sentí como si me hubieran jalado el alma hacia atrás.“Fue el hombre con el que perdí mi virginidad.”Mi mente no lo entendió al instante. No del todo. Lo primero que sentí fue la extrañeza. El desconcierto. Como cuando una canción que te gusta, suena fuera de tono, aunque solo sea una nota. Todo se deformó ligeramente, apenas un milímetro. . . Pero lo suficiente como para que ya nada se sintiera igual.Adam.Mi amigo, mi socio, el hermano que tenía por elección propia. El tipo con el que he cruzado el mundo en negociaciones, con quien brindé la noche en que firmé el
EMILIALlegué a la casa y lo primero que hice fue ponerme cómoda para hacer la cena favorita de Brandon. Era la primera vez que cocinaría para los dos, en donde tenía la seguridad de que él llegaría para pasar tiempo conmigo.Esa noche, el silencio en la casa tenía un tono distinto. No era el silencio frío del pasado, ese que me había acompañado durante años como una sombra. Este era un silencio contenido, como si las paredes supieran que algo estaba por revelarse.La verdad es que estaba nerviosa por el encuentro que había tenido con Adam. Me incomodaba saber que el único hombre con el que estuve, aparte de mi esposo, fuera su mejor amigo. Me puse con manos a la obra a cocinar la cena. Me encantaba hacerlo porque despertaba un sentimiento de calor familiar con el que siempre había soñado desde que era una niña. La cocina olía a albahaca y ajo dorado. Me gustaba cocinar. Siempre me había parecido un acto de cuidado, de amor, pero esta vez, cada movimiento era una forma de intentar ca
EMILIANo sabía qué pensar respecto a que me encontraba encerrada en una oficina vacía con uno de los amigos más cercanos de mi esposo. Deducía que era su mejor amigo porque había pasado con él la noche de bodas. El silencio de la oficina vacía era distinto al del pasillo. Aquí, el aire pesaba. Las paredes parecían guardar secretos viejos, polvo y memorias que no les pertenecían. El lugar tenía ese olor a madera reseca y encierro, olvido, a algo que alguna vez fue importante.Adam estaba frente a mí, su cuerpo bloqueando la puerta, sus manos aún apoyadas a cada lado de mi cabeza. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su piel sin que me tocara. Su respiración era tranquila, pero sus ojos. . . Sus ojos decían otra cosa que no podía descifrar. No era deseo, como lo fue años atrás. No exactamente. Era esa mezcla tensa entre la nostalgia y la necesidad de respuestas.— ¿Brandon sabe de lo nuestro? —Repitió, y su voz ya no era un susurro, era un disparo disfrazado de cortesía.Trag
EMILIALa habitación giró un poco. O tal vez solo fue el recuerdo que se estrelló contra mis sienes al escuchar su voz de nuevo. Era una enorme casualidad ver a Adam de nuevo. El chico de la secundaria con el que había cursado los tres años. Era de esos encuentros en los que dejas de ver a alguien que conociste en la adolescencia y en la etapa adulta los vuelves a encontrar. Lo recordaba demasiado bien. Y por su mirada, él también a mí.— Qué coincidencia —. Repitió él, con esa sonrisa educada que usas cuando estás rodeado de gente que no debe saber lo que realmente piensas.Yo asentí, apenas.— Sí, qué pequeño es el mundo —. Logré decir, forzando una sonrisa mientras mi mirada se deslizaba lentamente hacia Brandon.Él me observaba con un gesto indescifrable. No de celos. Ni de sospecha. Era algo más parecido a un análisis. Como si tratara de encajar una pieza que no sabía qué faltaba.— Ca**ray, Brandon. Cuando me dijiste que tu esposa se llamaba Emilia, no pensé que se tratara de l
Último capítulo