Inicio / Romance / Éramos dos ruinas reconociéndose / Capítulo 5: UNA LLAMADA MISTERIOSA
Capítulo 5: UNA LLAMADA MISTERIOSA

Narrado por Karina

Volví a casa con la cabeza llena de ecos.

Afuera, la ciudad seguía brillando con su habitual arrogancia: semáforos parpadeando como joyas falsas, cláxones ansiosos, el rugido constante del tráfico. Todo seguía su curso como si nada hubiera pasado. Pero yo no podía apartar de mi mente esa mirada.

La del ascensor.

La de él.

Teo.

Así lo llamó Dante, con ese tono que usa cuando evalúa amenazas con traje.

—Teo Kingsley. Presidente de Kingsley Industries, el mayor conglomerado empresarial del país. Inteligente, peligroso… y absolutamente inescrutable.

Lo dijo como si hablara de una tormenta que aún no ha llegado, pero ya huele en el aire.

Yo lo había visto sonreír. No una sonrisa falsa de negocios. No. Una grieta. Un destello humano. Apenas un segundo… pero ahí estuvo. ¿Por qué? ¿Por qué sonreírle a una mujer que no habla? ¿A una desconocida rota?

Había algo más. Algo que no alcanzaba a entender, pero que se me había quedado pegado al cuerpo como perfume viejo.

Subí a mi auto y mi teléfono vibró..

Bip, bip…

Una llamada. Número desconocido.

+44

¿Inglaterra?

No pensé. No razoné. Solo contesté.

—¿Señorita Karina? Tengo un secreto que debe saber —dijo una voz artificial, distorsionada, sin género, sin rostro.

Me incorporé de golpe. El corazón me subió a la garganta.

—¿Quién es? —quise preguntar. Pero no hablé. Solo apreté el teléfono contra la oreja con tanta fuerza que me dolieron los nudillos.

Y colgué.

Era una broma. Un error. Un intento torpe de extorsión. Eso quise creer.

Pero el zumbido persistía en mis oídos como un enjambre invisible.

 la medianoche, cuando la oscuridad me cubría como un sudario y todo en la casa dormía, volvió a sonar.

Esta vez no dudé y contesté.

—Karina, por favor. No cuelgues —la misma voz, ahora sin el filtro metálico. Joven. Rota—. Es sobre la muerte de tus padres.

El tiempo se detuvo. La habitación dejó de existir.

Mis dedos temblaban. Busqué la aplicación de grabación, la abrí, pulsé REC.

—¿Qué dijiste? —mi voz interior era un aullido, pero por fuera seguía muda.

—Mañana. Diez en punto. Librería Gran 31. Sola. Sin acompañantes. Tú sabes que necesitas saber.

—¿Quién eres? —logré decía al fin después de años en silencio.

Bip.

Cortaron.

Me quedé con el auricular pegado al oído mucho después de que el silencio lo hubiera devorado todo. El sonido muerto de la línea era más pesado que cualquier palabra.

Entonces se abrió la puerta.

Celeste. Mi madre adoptiva. Siempre elegante, siempre distante. Entró con expresión ausente, pero sus ojos —esos ojos que veían más de lo que decían— me atravesaron.

—¿Karina? —su voz fue una caricia envenenada.

Me giré de espaldas al instante, ocultando el teléfono entre las mantas.

—¿Estabas… hablando? —preguntó, casi en un susurro. Como si temiera mi respuesta.

Negué con la cabeza. Sonreí, como si todo estuviera bien. Como si yo siguiera rota. Como si fuera la hija sumisa que ella podía manejar.

Celeste dudó. Lo vi. Lo sintió. Pero no insistió. Se marchó cerrando la puerta con suavidad.

Aunque dejó su sospecha flotando en el aire como perfume caro.

A la mañana siguiente, salí sola.

No avisé a Dante. No dejé notas. Vestí de manera sencilla. Ropa sin marcas. Gafas oscuras. Cabello recogido. Sin rastros de la heredera muda. Solo una chica anónima buscando respuestas que podrían volverla a romper.

La librería estaba oculta entre dos edificios viejos, casi un secreto en sí misma. Su escaparate polvoriento parecía una reliquia de otro tiempo. Entré y me senté junto al ventanal, fingiendo leer.

Esperé.

Las horas pasaron.

Nadie se me acercó. Nadie me habló. Solo los libros y ese peso persistente en la nuca… como si algo, o alguien, me estuviera observando desde un rincón invisible.

Esperé hasta que el sol se volvió oro. Y luego, ceniza.

Me levanté para irme y salí.

Entonces lo sentí. El miedo.

Ese miedo antiguo. Primitivo.

El que conocía desde los once años.

El que paraliza las piernas pero acelera el corazón.

El que no se nombra porque nombrarlo lo vuelve real.

Alguien me seguía.

No lo veía. Pero estaba ahí. En el eco de mis pasos. En el reflejo de los escaparates. En mi sombra que ya no era solo mía.

Apreté el bolso contra el pecho. Aceleré el paso. Doblé una esquina. Me metí por un callejón estrecho.

Estúpida.

¿Por qué no gritaste, Karina? ¿Por qué no pediste ayuda?

Porque si lo hacías, todos sabrían que puedes hablar.

Y ese era un secreto más peligroso que cualquier amenaza.

Tropecé con un adoquín suelto. Me tambaleé. Estaba a punto de caer, cuando una mano fuerte me rodeó la cintura. Otra me tapó la boca.

—Shhh… soy yo —susurró una voz grave contra mi oído.

Era Teo. Reconocí su olor enseguida, Wiski y cuero.

Su aliento cálido. Su pecho firme contra mi espalda. Sus brazos como una jaula, pero… segura.

—Estás en peligro, Karina. No digas nada —murmuró girándome, haciendo que quedáramos uno frente al otro.

Como si pudiera.

Nos quedamos así, respirando el mismo aire tenso, húmedo de secretos.

Lo miré. Directo a los ojos. Y esta vez no vi arrogancia ni burla. Tampoco vi deseo.

Vi advertencia. Vi urgencia. Y, vi miedo.

Pero no solo el mío. El suyo también.

Y, en ese instante, supe algo con certeza:

No estaba sola.

Y eso era aterrador.

Y hermoso.

Y peligrosamente irreversible.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP