Un acuerdo sellado con poder. Una pasión marcada por el peligro. Dimitri Volkov no hace concesiones. Multimillonario, implacable y dueño de un imperio construido con sangre fría y decisiones calculadas, siempre ha tenido el mundo a sus pies… hasta que una amenaza inesperada lo obliga a sellar el trato más arriesgado de su vida: comprar y proteger a Elizabeth. Ella es todo lo que él no puede controlar. Hermosa, inteligente, indescifrable. Elizabeth no es una víctima: es un misterio con cicatrices profundas y secretos que podrían incendiar el mundo si alguien los descubre. Su pasado la persigue. Su mirada, sin embargo, desafía incluso el alma de Dimitri. El pacto parecía simple: protección a cambio de obediencia. Pero nada en ella es dócil, y nada en él es compasivo. Lo que empieza como una estrategia se convierte en una lucha de voluntades, deseo contenido y verdades peligrosas. Forzados a casarse para evitar que todo se derrumbe, se encontrarán atrapados en una red de poder, traición y sentimientos que no pidieron. Porque cuando el control se vuelve adicción, y el amor se mezcla con el miedo, solo queda una pregunta: ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para no perderse… o para destruirse por completo?
Leer másNARRADO POR ELIZABETH
La cerradura cede con un chasquido metálico cuando meto la llave. Apenas cruzo el umbral, una quietud extraña me recibe, densa como niebla. Esa clase de silencio que no nace del descanso, sino de la amenaza. Un presagio. Mis pasos resuenan en el suelo de mármol como si no tuvieran permiso de estar allí. Me detengo en seco. Lo veo. Está en el salón. De pie. Inmóvil. Las luces tenues apenas delinean su figura, y por un momento, parece una sombra más que una persona. Tiene las manos entrelazadas detrás de la espalda, la cabeza ligeramente ladeada. Me observa con esa calma aterradora que siempre ha precedido a sus estallidos. Sus ojos, tan fríos y vacíos como un pozo sin fondo, me atraviesan. No hace falta que hable para saber que algo se ha roto. Algo de lo que ya no hay regreso. —Llegas tarde —dice al fin, con voz plana, sin una pizca de emoción. Trago saliva, pero no respondo. Algo en mi instinto me obliga a no provocarlo. Aunque es inútil. Con él, el simple hecho de respirar ya es una ofensa. Avanza hacia mí. Despacio. Sus pasos son deliberados, firmes, como si en cada uno estuviera grabando su dominio sobre la casa... y sobre mí. Cuando está a un palmo de distancia, alza una mano. No para acariciarme, no para saludar. Me agarra la mandíbula con brutalidad, obligándome a levantar la vista. Su rostro está tan cerca que siento su aliento, y sin embargo, es como si estuviera frente a un desconocido. —¿Sabes cuánto dinero he perdido por tu culpa? —pregunta, con una voz que no grita, pero corta como cristal. —No lo sé —respondo, obligándome a mantener el tono firme—. Y para ser honesta... tampoco me importa— La furia se desliza por su rostro como una sombra. Entonces, su mano desciende con violencia hasta mi cuello. Aprieta. Y no suavemente. El aire me abandona de golpe, el dolor se expande en círculos desde su presión. Intento apartarlo con las manos, pero es como pelear contra una estatua de piedra. —Eres una carga inútil. Un error. Un estorbo que nunca debí dejar entrar en mi vida —gruñe. Mi vista comienza a nublarse, punteada de luces negras. Y justo cuando creo que perderé el conocimiento, me suelta. Me desplomo de rodillas al suelo, tosiendo, jadeando como un animal herido. Lo miro desde abajo. No por sumisión, sino porque no tengo fuerzas para mantenerme en pie. Pero mis ojos no lloran. No esta vez. Ya he aprendido que las lágrimas no sirven de nada. —He tomado una decisión —dice, paseando por la estancia con aire de monarca implacable—. Mañana, te irás de esta casa. Y no volverás jamás— —¿Vas a matarte? —le pregunto, sin pensar. La pregunta escapa de mis labios como un reflejo. Parte de mí lo desea. Que su final sea también mi liberación. Pero él se ríe. Una risa hueca, torcida, cargada de una oscuridad que hiela la sangre. —¿matarte yo? No, cariño. Soy demasiado valioso para eso. Pero tú... tú sí que tienes un nuevo destino— Camina hacia un mueble, abre un cajón con cuidado quirúrgico y saca algo. El destello del metal me ciega por un segundo. Un arma. Se aproxima con ella en la mano, sin apuro. Como si llevara un jarrón. La apoya contra mi sien con suavidad, con una ternura escalofriante. El frío del cañón me sacude los huesos. Y, por un segundo, lo deseo. Deseo el disparo. El fin. El silencio eterno. Pero no ocurre. —No voy a matarte —dice con una sonrisa de lobo—. Haré algo mucho mejor. Algo... rentable— Parpadeo, confundida. —¿Rentable?— —Te venderé —responde, como si estuviera hablando de un coche o una casa. —¿Qué...? —La palabra se atasca en mi garganta—. ¿Venderme?— —Hay un hombre. Rico. Influyente. Está interesado. Muy interesado. Y tú... bueno, tú ya no me sirves. Pero para él, podrías valer una fortuna— Me pongo de pie con dificultad, tambaleándome. La incredulidad me abruma. Es tan surrealista que casi parece una pesadilla. —Eso es tráfico humano. Es un crimen. Es... inhumano —susurro, intentando apelar a la poca moral que alguna vez creí ver en él. —Las leyes son papel mojado —replica con desdén—. Cuando tienes poder, puedes comprar lo que sea. Personas incluidas— Mi estómago se revuelve. El miedo ya no es solo por lo que pueda hacerme, sino por lo que planea hacer después. Por lo que me espera, si me saca de aquí. —No lo permitiré —le digo, con una valentía que no siento. Él sonríe, como quien ve a un niño decir que detendrá una tormenta con las manos. —¿Y cómo vas a impedirlo? ¿Vas a ir a la policía? ¿A contar tu historia? No tienes pruebas. No tienes familia. No tienes identidad. Y lo sabes. Nadie vendrá a buscarte. Nadie preguntará por ti. Eres... invisible— La verdad me golpea con la fuerza de un tren. Me estremezco. Porque tiene razón. —Estás enfermo —murmuro, más para mí que para él. —Estoy vivo. Y tú lo estarás también... si sabes obedecer— Se gira y se aleja, con paso tranquilo, como si acabara de cerrar un trato comercial. Yo permanezco de pie, paralizada, sintiendo cómo la oscuridad en la habitación empieza a crecer, a llenarlo todo. A devorar incluso lo que queda de mí. Y es entonces cuando comprendo que lo peor no es el arma, ni su plan, ni la venta. Lo peor... es que ya no tengo a dónde huir.NARRADO PO ELIZABETH A la mañana nos levantamos temprano, pero hoy me sentía cansada, muchos recuerdos comenzaban a invadirme, pero intenté ignorar absolutamente todo, ignorar las amenazas e ignorar mi dolor. Esperé hasta que él llegara del trabajo, cuando llegó me acerqué a él para abrazarlo. Dimitri no me soltó de inmediato. Su abrazo era un muro, un escudo, y, al mismo tiempo, una jaula suave de la que no sabía si quería o podía escapar. Sentía su calor a través de la ropa, el latido de su corazón contra mi mejilla. Un latido firme... constante... como si quisiera transmitirme su fuerza por contacto. Yo cerré los ojos, buscando ese sonido como quien se aferra a una cuerda en medio de un mar bravo. —No sabes lo que haces cuando me miras así —murmuró, sin apartarse. —¿Así cómo? —pregunté, sin fuerzas para abrir los ojos. —Como si necesitases que te salvara y, al mismo tiempo, temieras que lo hiciera —su voz fue baja, grave, como si estuviera confesando algo que no quería dec
NARRADO POR ELIZABETH Suelto el móvil como si me quemara los dedos.La amenaza aún vibra en mi pecho, latiendo como un segundo corazón que no me pertenece. Me recuesto contra la almohada, tratando de controlar el temblor que me recorre la piel. Respiro hondo. Una, dos, tres veces. Necesito calmarme. Necesito pensar.Pero no puedo.Porque justo cuando estoy a punto de cerrar los ojos, siento algo.Una mano.Grande, firme, cálida.Reptando por debajo de la sábana, desde mi muslo hacia arriba, con una lentitud exquisita, como si supiera exactamente el efecto que provoca en mí. Mis músculos se tensan, la respiración se me escapa en un suspiro agudo. Me quedo inmóvil, sorprendida. No lo oí entrar. Ni sus pasos, ni el crujido del suelo. Solo esa mano.Y ese calor.Sus dedos me acarician el muslo con una suavidad que contrasta con el tamaño de su palma. No hay prisa. Se mueve como si tuviera todo el tiempo del mundo. Como si leyera cada rincón de mi cuerpo con un idioma secreto. Me muerdo e
NARRADO POR ELIZABETH Me despierto con una sensación tan intensa que, por un segundo, no sé si estoy en un sueño o en el eco físico de una fantasía cumplida. El cuerpo me duele, pero no es un dolor desagradable. Es un ardor lento, exquisito, como si mis músculos conservaran la memoria exacta de cada embestida, de cada caricia, de cada mordida que compartimos anoche. Abro los ojos despacio. La habitación aún huele a nosotros: a sexo, a piel caliente, a sudor y deseo. Las sábanas están arrugadas y húmedas. Me revuelvo entre ellas, notando la textura pegajosa del placer seco en mi piel, y entonces lo veo. Dimitri, boca abajo, su rostro hundido en la almohada, su respiración profunda y lenta. Su cuerpo desnudo parece esculpido en mármol, tenso incluso en el descanso. Su espalda es una obra de arte en sí misma: ancha, poderosa, con los músculos definidos y marcados por las líneas rojas que dejé con mis uñas en el clímax. Veo una mordida en su cuello, enrojecida, hinchada. Mis labios es
NARRADO POR ELIZABETH Me desperté con un dolor de cabeza que me partía en dos, como si la noche anterior hubiese bebido demasiado vino, o como si mis propios pensamientos me hubiesen golpeado mientras dormía. La luz que entraba por las ventanas era una cuchilla blanca, implacable. Cerré los ojos con fuerza, sintiéndome como un insecto atrapado bajo el cristal de una lupa.Al girarme en la cama, lo supe de inmediato.Dimitri no estaba.El lado de la cama donde él solía dormir estaba frío, como si nunca hubiera estado allí. Una ausencia tan física que parecía un hueco en mi alma. Mi pecho se encogió, ridículamente afectado por su desaparición, aunque apenas llevábamos... ¿cuánto tiempo juntos, en realidad? Creo que ya estoy empezando a sufrir el síndrome de Estocolmo, aunque no es mi secuestrador es mi comprador. Ni siquiera sabía cómo definirnos. Solo sabía que sin él, el silencio de la casa se hacía insoportable.Me levanté despacio, con las piernas aún algo débiles. Sentía ese vért
NARRADO POR ELIZABETH Él salió tras de mí con esa mirada cargada de lujuria contenida, la misma que me hacía temblar desde dentro. No necesitaba decir nada. No después de lo que había sucedido entre nosotros en los últimos días. Había algo primitivo, urgente, imposible de ignorar.Subimos al coche. Él condujo con una mano al volante, la otra descansando con aparente indiferencia en su muslo. El paisaje se deslizaba por la ventana mientras la noche caía sobre la carretera como un manto de silencio. Su perfil, marcado por la luz intermitente de los faros, era pura tensión. Pura hambre.Entonces su mano se posó sobre mi muslo. Firme. Decidida. Deslizó los dedos lentamente, como si no tuviera prisa pero sí un objetivo muy claro. Me acarició la piel desnuda con descaro, avanzando hacia donde más lo deseaba, provocándome un jadeo leve.—¿Pensabas que bromeaba cuando te dije que no llevaba nada debajo? —dije, con una sonrisa tan afilada como peligrosa.Él me miró de reojo, y esa sonrisa suy
NARRADO POR ELIZABETH Después de cambiarme, bajo lentamente por las escaleras. Él ya me espera en el salón, con esa mirada que parece capaz de atravesarme el alma. La habitación está en penumbra, y la tenue luz dorada no alcanza a espantar la sensación de que algo irremediablemente importante está por suceder.—Toma —dice con esa voz suya, grave, impecable, mientras me tiende una carpeta—. Aquí tienes toda tu documentación: tu carnet de conducir, papeles personales... y el contrato. Es un acuerdo de matrimonio. Incluye una cláusula donde se te promete una compensación económica en caso de divorcio—La carpeta pesa más de lo que debería. La tomo con ambas manos, sintiendo cómo algo en mi interior se contrae. Lo abro despacio, con esa mezcla de expectativa y miedo que se siente antes de saltar al vacío. Las páginas están llenas de términos legales que apenas entiendo. Pero lo que sí entiendo es esto: ya no hay vuelta atrás.Firmo. Lo hago casi en piloto automático, como quien se rinde.
Último capítulo