NARRADO POR ELIZABETH
Me despierto con una sensación tan intensa que, por un segundo, no sé si estoy en un sueño o en el eco físico de una fantasía cumplida. El cuerpo me duele, pero no es un dolor desagradable. Es un ardor lento, exquisito, como si mis músculos conservaran la memoria exacta de cada embestida, de cada caricia, de cada mordida que compartimos anoche.
Abro los ojos despacio. La habitación aún huele a nosotros: a sexo, a piel caliente, a sudor y deseo. Las sábanas están arrugadas y húmedas. Me revuelvo entre ellas, notando la textura pegajosa del placer seco en mi piel, y entonces lo veo.
Dimitri, boca abajo, su rostro hundido en la almohada, su respiración profunda y lenta. Su cuerpo desnudo parece esculpido en mármol, tenso incluso en el descanso. Su espalda es una obra de arte en sí misma: ancha, poderosa, con los músculos definidos y marcados por las líneas rojas que dejé con mis uñas en el clímax. Veo una mordida en su cuello, enrojecida, hinchada. Mis labios es