NARRADO POR ELIZABETH
La luz del atardecer se filtraba por las cortinas, proyectando sombras doradas que danzaban en las paredes de la habitación. Cada paso que Dimitri daba hacia mí resonaba como un latido acelerado en mi pecho. No decía nada, y no hacía falta: su mirada era una orden que yo obedecía antes de siquiera comprenderla. Había algo primitivo en la forma en que me sujetaba de la muñeca, firme pero sin brusquedad, guiándome hasta la habitación como quien conduce a un animal salvaje que necesita ser domado.
Mis piernas temblaban apenas, y sentía la humedad de mi respiración en la piel, un calor que parecía recorrerme desde dentro. Cada centímetro de distancia entre nosotros se llenaba de electricidad. Cuando la puerta se cerró tras nosotros, el silencio se volvió tangible, denso, cargado de promesas.
—Quédate aquí —susurró, con voz grave, llena de esa autoridad que me atrapaba como una telaraña.
Me detuve, y lo miré, percibiendo en sus ojos algo más que deseo: un hambre que n