NARRADO POR ELIZABETH
Él salió tras de mí con esa mirada cargada de lujuria contenida, la misma que me hacía temblar desde dentro. No necesitaba decir nada. No después de lo que había sucedido entre nosotros en los últimos días. Había algo primitivo, urgente, imposible de ignorar. Subimos al coche. Él condujo con una mano al volante, la otra descansando con aparente indiferencia en su muslo. El paisaje se deslizaba por la ventana mientras la noche caía sobre la carretera como un manto de silencio. Su perfil, marcado por la luz intermitente de los faros, era pura tensión. Pura hambre. Entonces su mano se posó sobre mi muslo. Firme. Decidida. Deslizó los dedos lentamente, como si no tuviera prisa pero sí un objetivo muy claro. Me acarició la piel desnuda con descaro, avanzando hacia donde más lo deseaba, provocándome un jadeo leve. —¿Pensabas que bromeaba cuando te dije que no llevaba nada debajo? —dije, con una sonrisa tan afilada como peligrosa. Él me miró de reojo, y esa sonrisa suya... esa maldita sonrisa suya que me hacía sentir desnuda hasta el alma, apareció en sus labios. —Pensé que querías provocarme —respondió, ronco. —Lo logré —susurré. El ambiente se volvió eléctrico. No aguantaba más. Ese deseo que me quemaba por dentro se volvió insoportable. —¿Puedes parar el coche un momento? —pregunté, con voz baja, casi suplicante. Él no dudó. Giró el volante y se detuvo en el arcén. Solo la luna y los faros de algún coche perdido nos iluminaban. Me recogí el pelo con una coleta, dejando mi cuello expuesto. Sentí su mirada clavarse en mi piel como una caricia. Me quité el cinturón, me subí sobre él sin más preámbulo. Su cuerpo ardía bajo el mío. Él echó el asiento hacia atrás, sus manos firmes sujetando mi cintura mientras nuestras bocas se encontraban en un beso hambriento, húmedo, entrecortado por risas nerviosas y suspiros. Nuestros labios se buscaron con desesperación, luego con pausa, saboreándonos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, cuando en realidad ambos sabíamos que no. —Pensé que te ibas a resistir más —murmuró, rozando mis labios. —Eres un pecado al que no pienso renunciar —le dije, bajando una mano por su torso, hasta que lo sentí duro, palpitante. Él jadeó. Me moví sobre él, con movimientos lentos, provocativos, frotando mi entrepierna contra su pantalón. Mis caderas marcaban el ritmo, y su mirada se perdía entre mis senos que subían y bajaban al compás de mi respiración. Él se mordió el labio, y entonces lo vi sacar un preservativo. —¿Siempre tan preparado? —dije, arqueando una ceja. —Por si acaso... sabía que acabarías encima de mí— —Arrogante— —Y acertado —me retó, mientras se lo colocaba con rapidez. Me incliné hacia atrás y sentí cómo me llenaba poco a poco, estirándome, encajando perfectamente. Cerré los ojos un segundo, dejando escapar un gemido bajo. Comencé a moverme sobre él, con las manos sobre su pecho, marcando mi propio ritmo. Cada vez más rápido. Más profundo. Él me sostenía con fuerza por las caderas, sus dedos dejándome marcas que desearía que no desaparecieran nunca. El coche se llenó de gemidos ahogados, jadeos contenidos, respiraciones cortas. El cuero del asiento crujía bajo nosotros. Le besé el cuello, bajé a su clavícula, mientras sentía cómo su cuerpo se tensaba. Me aferré a él, me apreté contra él, sintiendo cómo alcanzábamos juntos ese momento, ese instante perfecto en el que no existe nada más que nosotros dos. Nos quedamos unos segundos abrazados, aún jadeando. Me retiré con suavidad, volví a mi asiento. Él me pasó unos clínex, y mientras me limpiaba, saqué una braguita del bolso. —Eres una mujer peligrosa —murmuró, viéndome de reojo. —Y tú eres tentador— Él sonrió, pero había algo en su mirada que me hizo temblar. Como si escondiera un secreto. ⸻ Cuando llegamos a casa de sus padres, mi cuerpo aún temblaba ligeramente. El ambiente cambió bruscamente. Pasé de sentirme una diosa a sentirme... vulnerable. Como una intrusa. —Recuerda que lo nuestro tiene que parecer real —dijo Dimitri, acomodando mi cabello con cariño. Me besó la frente y luego entrelazó su mano con la mía. Entramos y nos recibieron con sonrisas cálidas y besos en las mejillas. Sus hermanos, Samuel y Alexander, estaban allí con sus esposas, todos perfectamente peinados, vestidos y... juzgándome. Yo con mi vestido ajustado y escote generoso me sentía como una stripper en una cena de comunión. —Bonito tatuaje —dijo una de las cuñadas, señalando la Medusa de mi brazo. —Gracias. Me protege de las miradas que intentan petrificarme —dije con sarcasmo, alzando mi copa de vino. Todos rieron con esa risa incómoda de la alta sociedad cuando no saben si estás bromeando o atacando. Bebí más de la cuenta. Al tercer vaso ya no sentía los pies. Ni la dignidad. Dimitri me quitó discretamente la copa. —Suficiente alcohol por hoy —susurró en mi oído, mientras me acariciaba la espalda baja. —Solo me estoy adaptando a la familia, cariño —dije sonriendo, aunque por dentro solo quería salir corriendo. Entonces apareció ella. Una mujer. Pelo rubio, labios carnosos, vestido blanco. Todos la saludaron con entusiasmo. Especialmente los padres de Dimitri. —¿Quién es esa? —susurré, sonriendo sin sonreír. —La ex de Dimitri —me dijo la esposa de Alexander con total naturalidad, como si me estuviera diciendo que habían servido pescado. El estómago se me encogió. Tomé aire. —Tus padres son encantadores —le dije a Dimitri, sin poder evitar el tono irónico. Entonces la madre de Dimitri, sonriendo como quien da una bendición, le dijo a la ex: —Sabes que, aunque os hayáis separado, para nosotros seguirás siendo parte de la familia— No me miró. Como si no existiera. —Mamá —dijo Dimitri, su voz fría como un bisturí—. Hoy os he traído a una persona importante. A mi esposa. Invitar a mi ex es una falta de respeto. Y tú lo sabes— —¿Esposa? —preguntó la ex, sorprendida. Levanté la mano y mostré el anillo con una sonrisa de actriz nominada al Óscar. —Apenas te has separado hace seis meses —dijo la madre, con la boca fruncida—. Podrías haber tenido algo mejor que... una cualquiera– Y ahí, se me partió algo dentro. Me levanté. —Entiendo que sea su hijo, pero no me meta en sus problemas familiares —dije con la voz temblorosa—. Si lo poco que ha visto hoy le basta para juzgarme como "una cualquiera", a mí me basta para saber que nunca encajaré aquí. Invitar a su ex dice mucho de qué clase de madre es usted. No voy a permitir que me falte el respeto— Dimitri intentó decir algo, pero ya había salido por la puerta. —Te espero en el coche —dije, sin mirar atrás. ⸻ Afuera, el frío me sobria de golpe. Me abracé a mí misma. Todo se me vino encima: el pasado, la humillación, la inseguridad, el miedo a no ser suficiente o tal vez esto era el efecto del alcohol. Dimitri salió y me puso su chaqueta sobre los hombros. No dijo nada. Solo abrió la puerta del coche. Subí. Casi me caigo. El vino ya me pasaba factura. En casa, subí directamente al dormitorio. Me quité el maquillaje, me puse un pijama, Me miré al espejo y no me reconocí. Parecía rota. Vacía. Me metí en la cama. Las lágrimas me traicionaron. No pude retenerlas. Entonces sentí cómo el colchón se hundía. Dimitri se acostó a mi lado. Me rodeó con sus brazos, me giró hacia él. Me abrazó con fuerza. No dijo nada. No me pidió explicaciones. No intentó animarme. Solo me sostuvo, en silencio. Y por primera vez en mucho tiempo, lloré sin sentirme débil. En sus brazos, me permití ser humana. Imperfecta. Dolida. Y aunque el corazón me ardía, por ahora, bastaba con que él no me soltara.